martes, 27 de marzo de 2012

Casi sin palabras.




Ternopol es la ciudad soviética, cercana a Kiev, en la que Odessia vió su primera luz de este mundo. Conocí a esta señora hace casi cinco años. Juntos nos batiamos el  mañanero cobre de la limpieza de la sala de un pequeño restaurante marbellí en el que, gracias a la pulcritud con la que ella ejercía su dedicación por sacar brillo, literalmente se podía comer en el suelo. La manera con la que agradecía cada uno de aquellos cafés, con los que se animaban nuestras fuerzas para dejarlo todo como una patena, era de tal sinceridad que uno se sentía, en cierta manera, culpable de que existiesen personas que, habiendo venido en busca del pan que en su país se les negaba y habiendo dejado allí a casí toda su familia - su marido no le pudo acompañar porque eso significaría perder lo único con lo que podían permitirse el lujo de comer el resto de la parentela - se encontrasen naufragando de tal manera , siendo tan buena gente, y corriendo el más que probable riesgo, además del suplicio de la lejanía, de haber venido a parar a un lugar en el que  les trataban de regatear todos sus derechos laborales por el mero hecho de no hablar ni una palabra en nuestra lengua, razón esta última utilizada hasta el abuso por parte de la mayoría de empresarios para sacarles lo máximo a cambio de insultantes ingresos y condiciones, como era el caso de casi todos sus paisanos. Ella lloraba, en ocasiones de alegría por encontrarse entre nosotros, un par de bohemios que formábamos el resto del equipo, y casi siempre de una contagiosa y profunda tristeza a consecuencia de la distancia, y de saberse carne de cañón en el momento menos pensado.

Cada mediodía, al sentarnos a comer, bendecía la mesa, en una lengua que a mí, por la sencilla razón de serme completamente desconocida, me resultaba de una maravillosa fonética, y sonreía mirando al techo para después pedirme, mientras dábamos cuenta de un suculento salmorejo, que le continuase enseñando alguna palabra en español. Luego, gajes del oficio, el sitio cerró y cada uno hubo de buscarse las habichuelas por caminos diferentes quedándonos la sensación de haber coincidido en lo que a fe humana se refiere y a sentirnos poseedores de la magia del entendimiento con pocos vocablos, con los que necesitan los que van al grano con los gestos, el lenguaje que comparten desterrados y desertores por razones de indignación.

Siempre, al recordarla, me invadía la impresión de que Odessia era una paloma blanca que podía ser picoteada por las gaviotas. Ayer, después de que el mundo nos demostrase que es un pañuelo, tuve la fortuna de volver a verle el rostro, pero sembrado de arrugas, y con veinte kilos menos que se habían encargado de devorarle, además de las aves carroñeras, las noches sin dormir y los ucranianos recuerdos. Mantenía su afán por la dignidad de su presencia, por cuidarse el cabello que ya no es tan ondulado, por llevar el bolso como lo llevan las jovencitas que son esperadas por un galán en la próxima esquina. Mantenía la cabeza alta a pesar de una joroba acentuada por tener que haber soportado mucho peso durante estos años, y con lágrimas en los ojos volvimos a entendérnoslo todo. Con un abrazo, casi sin palabras.

4 comentarios:

  1. Querido Clochard,mientras leía este reencuentro me he emocionado.Que VALOR! el de esa mujer,dejar su tierra,su familia,para venirse a ganarse el chusco a otro pais,con distinto idioma y distintas constumbres.No me imagino que te hace dejarlo todo,por tan poco,tienes que sentirte desesperado y hay que ser generoso y de una calidad humana tremenda,suerte y salud para Odessia.Y un abrazo para tí,por ser tan buena gente.

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  2. Querida Amoristad:

    Decía Bertolt Brecht que sólo los que viven de hotel en hotel ven la vida como una novela. Bueno, sus razones tendría para afirmarlo, pero novelas existen en las vidas de todos y cada uno de nosotros, y algunas de ellas parecidas a las de Stephen King. En el caso de Odessia han quedado muchas cosas sin contar que pondrían los pelos de punta. En cualquier caso resulta un ejemplo de fe digno de ser elogiado.

    Buenos deseos.

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  3. Qué pena de gente, algunos cambian para mejor, por la miseria que hay en sus países de origen, pero pienso que hay otros que acaban por arrepentirse, lo única que tenían eran sus raíces y hasta eso perdieron.

    Un saludo.

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  4. No sé lo que haría yo en una situación como esa. La verdad es que conociéndome un poco, y poniéndome en el pellejo de cualquiera de los emigrates procedentes de otros paises, me la jugaría. Lo que a veces pienso, no es cómo de mal tiene que andar uno porque por aquí ya se está viendo, es en el hecho en sí de decidir hacer lo que hizo esta señora, y ojo....

    Saludos

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