lunes, 30 de abril de 2012

Puerta cerrada, ventana abierta.







Esta tarde, mientras estaba haciendo las maletas para afrontar un nuevo desplazamiento, en esos momentos que se salpican de tristeza, porque uno está siendo testigo del traslado del campamento que durante un tiempo se asentó en una zona especialmente agradable, son también frecuentes los pensamientos en torno al nuevo destino. Me rondan la cabeza caras que todavía no he visto, personas con las que entablaré amistad, lugares que formarán parte del currículo de lo andado, privilegiadas calas a las que poder llevarme un libro para volver a salvarme la vida y costumbres con las que entrar en contacto enriqueciendo los hábitos con gestos que hasta el momento no habían aparecido por mi ser. Se trata de un momento de soledad en el que el ser humano se siente atraído por la sensación de seguridad de que algo acabará por olvidársele. Siempre han tenido los traslados ese matiz de algo inacabado, puede que debido a la no continuidad, y un cierto aire en el que entra la posibilidad del reencuentro quién sabe cuándo.

La mudanza tiene un componente de silencio en cada prenda que se dobla, en cada libro que se embala, en cada percha que se descuelga y en cada recordatorio de lo que siempre se nos escapa del plan inicial de partida; y a medida que el apartamento se va viendo vacío nos entran unas ganas de hablar a solas, en forma de solitaria despedida de esas cuatro paredes que nos han acompañado y soportado durante los últimos meses, con el espacio en el que dentro de unas horas ya no se encontrarán nuestros huesos sobre esa cama, ni nuestra espalda reclinada en ese sofá en el que fueron un lujo los ratos de lectura sin los que no podían terminar los días durante aquellas noches, ni nuestros dedos enfrascados en espuma de jabón frente al espejo del baño, ni nuestras manos agarrando la esponja con la que se friegan los platos, ni nuestro cuerpo entero viéndose reflejado a la hora de probarse la camisa que entona con el pantalón.

A medida que voy repasando el polvo de los huecos que han quedado descubiertos, con motivo del movimiento de todo cuanto forma parte del equipaje, pienso en quién será el próximo inquilino y en si le servirá de algo el halo, la energía que aquí deposité sin otra intención que vivir en paz y continuar soñando. Qué títulos conformarán la próxima biblioteca que aterrice por este apartamento de Triana, qué amigos dirán eso de que esto huele a hogar, qué marca de café acabará refrigerándose en la nevera, que música será escuchada; todo queda a mereced del tiempo que nos trae y nos lleva como motas de polvo por los caminos de un recorrido frecuentemente incierto en el que cada curva es motivo de un descubrimiento, y las despedidas hay que aprender a celebrarlas por tratarse de la ventana que se abrió tras haberse cerrado una puerta. Como la puerta de esta rincón, que mañana será cerrada por mis manos, y como la ventana de aire marinero que me acompañará en el inmediato diario de Conil de la frontera.

domingo, 29 de abril de 2012

Vacunando al desamor.







Resulta enormemente bello y conmovedor ver como pasean, juntos de la mano, dos seres humanos cuya edad se puede adivinar sobre los ochenta, con una compenetración tal que parece marcar los pasos de ambos hacia una diligente interpretación de las profundidades del respeto, y del amor. Y puestos a imaginar, y a admirar, la cantidad de días que han compartido el sentimiento de sentirse uno parte del otro me lleva a pensar que, aunque se trate, por incomprensible desgracia, de una aguja en un pajar, es posible la existencia de ese casi imposible e impensable afecto duradero, e intransigente con los asuntos del fraude, al que en algún momento de su vida cualquiera de nosotros se ha propuesto aspirar. Entonces vuelvo a las andadas de la duda a cerca de si es bueno o malo el hombre por naturaleza, o de si no tiene porqué ser ni una cosa ni la otra sino simplemente ser lo que es y soportar su condición lo mejor posible, tratando de no sufrir en demasía en el caso de que le haya tocado la china de la lucidez cuyo corazón es permanentemente atravesado por las flechas de fuego de las injusticias que le rodean.

Pero ese señor y esa señora cuyos ojos habrán visto millones de barbaridades cuentan con el desmesurado tesoro del cariño a la vista de todos. Pero parece que nadie se percate del ejemplo con el que marcar la pauta de un posible efecto dominó que arrollaría a la maldad y la quitaría del medio en un pispás. O tal vez no, tal vez andemos en otras cosas que nos nublen la mirada hacia ese futuro incierto que tan poco se encarga del cultivo de la materia espiritual con la que disfrutar de la infranqueable fuerza de la amistad. Puede que andemos perdidos, seguro, y que, como le escuché decir a alguien, hace unos días en la radio, ahora se haya puesto de moda ser hijo de padres separados; o sea, una palpable muestra del desconcierto generalizado que se encarga también de soltar por la boca todo aquello cuanto se nos ocurra sin pasarlo por el filtro de la lógica. Como si la realidad estuviera superando todas las fantasmagóricas historias que se plantearon hace años tipos del talento de H.G. Wells y por innovar ya nos dé hasta por innovar con los sentimientos.

Les pongo nombre, les imagino un pasado, un maravilloso noviazgo, las vicisitudes de alguna contienda de la que no tuvieron culpa, los otoños y los inviernos, los apagones de muchas velas con el recién estrenado soplido de la tercera o la cuarta juventud. Se lo imagino todo a ese par de seres humanos a los que contemplo y a los que deseo parecerme llegado el momento en el que lo más ansiado debe ser la transparencia de una labrada tranquilidad, y tras ellos detecto un halo de satisfacción que debe ser parecido a la mejor recompensa con la que la existencia ha decidido premiarlos por ser tan sensatos, por no haberse cansado de regar las plantas del apego ninguna de las mañanas de sus vidas. Y me niego a pensar en otro asunto que me separe de esto porque el resto me parece tan superfluo y correoso como para sentirme engañado por los miserables hábitos de nuestra civilización, y corro a guarecerme durante unos instantes bajo la sombra de los más dignos personajes de la decencia ciudadana con los que me he topado hoy, y continuo en mis intentos de imaginarme un mundo diferente, eso sí, vacunándolo contra las peligrosas modas del desamor con las que ahora parece que se perfuma el rebaño.

sábado, 28 de abril de 2012

La madrugada.







La madrugada
levanta el telón
y con él su caparazón
contra las despedidas.

Cualquier esquina es buena
para perder el timón,
para desgastar las ruedas,
para recurrir a la perversión
con la que los labios se queman
y tiembla el corazón en una hoguera.

La madrugada
entabla conversación
con aquellas almas suicidas
que en las balas perdidas
buscaron su justificación
para huir de la pesadilla,
para refugiarse del desamor,
para ampararse en las cuartillas
en las que el lápiz y la voz
se entregan a la dulce partida
de escribir sin rendición,
de respirar un aire fresco
cargado con diamantes sobre el cielo.

La madrugada
se asoma al balcón,
en ocasiones, acariciando un reloj
de arena y, a veces, una condición
que optó por olvidarse del despertador
a sabiendas del ingreso
de sus huesos en la trena
en ese apagón de las velas
de la posible resurrección,
en la precisa imposición
de las claridades de acuarela.

La madrugada
no repara en leyes matemáticas
ni se propone postponer el subidón,
ni el cuerpo de los dedos en las bocas con resaca,
ni las ojeras cuyas sombras sin amor
con el tacto indeciso de los sueños se delatan.
La madrugada a veces revive,
a veces endulza y a veces mata,
y otras veces da lo que recibe,
llegando a ser proclive
a cambiar ríos de oro
por arroyos de hojalata.

La madrugada
levanta el telón del tugurio y del antro,
de los suburbios y de los taxis a la espera,
y de los sobresaltos que desesperan
al duermevela de la desesperación
por la maldita tentación
de cuanto llega y no llega.
De aquello que se retrasa
y sobrepasa el morbo y la emoción
como si todo dependiera de una llamada
con la que arreglar la desorientación
del murmullo y el ruido de las serenatas.

La madrugada
es un óleo y un acordeón,
un borrador y por supuesto una escuela
y un boceto de petróleo en un tirabuzón
con el que ni con las musas hay manera.

jueves, 26 de abril de 2012

El bar de la esquina.








Al fondo se ve una cafetera de uno de cuyos costados cuelgan dos jarras metálicas. Se ven recipientes de mimbre para los azucarillos, la sacarina, los bizcochos y las magdalenas del desayuno. Hay un cartón vertical para las liofilizadas dosis de descafeinado y un clavo del que pende una ristra de cupones para el sorteo de hoy. Los destellos de una máquina de bolas que ya no es la Reina del Caribe acompañan el mosaico de colores de una tragaperras. Las garrafas de lejía, detergente y líquido multiusos habitan a los pies del fregadero, cerca de los barriles que esperan su turno en el cañero. Un dispensador de frutos secos mira de reojo a las sombrillas del verano que invernan sobre unas cajas de refrescos que le sirven de colchón. Las sillas y las mesas de la terraza son torres de plástico rojo bajo el porche de la fachada. Los días son seguidos en un calendario patrocinado por la ferretería más cercana. Un velo de polvo sobre los frascos de la estantería más alta, esa en la que se encuentran desaparecidas marcas, da fe del tiempo transcurrido como le ocurre al tronco del árbol con sus anillos.

Junto a la registradora yacen innumerables monedas de céntimo que van formando una manta metálica después de haber rebosado el vaso de plástico en el que una vez comenzaron a instalarse. Mecheros que no encienden, cajas de cerillas, chinchetas, clips y comprobantes de la compra del supermercado, entre otros, forman parte de la familia de elementos que ahí están porque han venido y acaban conviviendo, en las inmediaciones de los platos de café y el recipiente en el que descansan invertidos, con su lengua hacia arriba, las cucharillas y los tenedores con los que será atacado el pincho de tortilla, junto con un candado, un manojo de llaves y un mando con el que activar el mecanismo necesario para poder comprar tabaco.

De tanto en tanto se escucha un ¡shiiiiiips! Indicador de que una mínima cantidad de insecticida ha sido expulsada, por un dispensador, con la rutinaria habilidad con la que un reloj da los cuartos, con la sincronización con la que unos dedos redoblan sobre el mostrador mientras admiran la cantidad de ginebra que cae dentro de un vaso. Inevitablemente, alguna luz de emergencia no trabaja. Los Chichos y Los Chunguitos le dan tarea a una arrinconada mini-cadena junto a la que permanece impasible un expositor de casetes y un trasto del que cuelgan llaveros de los más diferentes aspectos y formatos que se venden por un euro.

Amer Picón, Chartreusse o Cynar, Brandy de Jerez con tapón de corcho, anís Las Cadenas, Parfait Amour o Drambuie y Grand Marnier con desgastadas etiquetas son algunos de los tesoros que paradójicamente se pueden encontrar en alguna de las repisas de este sitio. No muy lejos, no preguntes porqué, hay un bote de Cola Cao y un muñequito de plástico. Carteles de épocas pasadas anuncian partidos, corridas, fiestas, conciertos, cursos o circulares del ayuntamiento. Algún anuncio vende o alquila un piso. Algún marco encierra una foto de familia o de peña juerguista, el escudo del equipo de la zona o el busto de un mítico futbolista al que idolatra la concurrencia.
El serrín continua siendo un recurso. La Flor, el Tute y el Mus son el póquer del pueblo que ocupa estos asientos de eskay que llegarán a ser históricos. La vida no sería lo mismo sin el bar de la esquina en el que ahora me encuentro y me gustaría seguir describiendo.

lunes, 23 de abril de 2012

Dulce hábito.

Disponer del tiempo necesario para que el hábito de la lectura se convierta en parte de la dieta es un privilegio que, a pesar de la dinámica ordinaria que nos encierra en  callejones de prisas comerciales y  horarios que parecen no tener suficiente con venticuatro horas, nos conduce al maravilloso abismo de visitar otros lugares sin movernos del sofá y a conocer a muchas otras personas de las que además se nos encarga la responsabilidad de ponerles cara, vestimenta y color de pelo. La imaginación nada a sus anchas por los derroteros del cuento y el relato. La intriga nos hace no dejar pasar la tentación de leer el capítulo siguiente y, lápiz en mano, el encuentro con esa frase carga de sabiduría, que parecía que nos estaba esperando desde hace años, subrayar ese tipo de expresiones que tienen la carga significativa de los proverbios se convierten en actos que se van sumando a las costumbres de quienes se ven inmersos en un mundo aparte del que casi siempre se sale con la sensación de que la vida es vivible y, lo que resulta más seductor todavía, imaginable de una forma mejor.

Leer implica una parte de compromiso con el alma que consiste en ser capaz de hacerlo casi en cualquier lugar. Esa burbuja, en la que se aloja el lector ensimismado en la página, es capaz de mantenerlo concentrado a pesar del frenazo del autobús urbano en el que se encuentra o del bullicio que se forma alrededor del sitio  preferido del bar para instalarse en la postura del experto, como ese irreductible leyente, habituado a leer sobre la barra de una cafetería durante horas, que Muñoz Molina nos describe en un artículo cargado de simpatía hacía quienes parecen disponer de una coraza contra las balas perdidas, de esta merienda de negros, formada por el permiso de residencia en los países de la fabulación y el continuo aprendizaje de los libros. Y, ciertamente, resulta agradable contemplar el estado de bienestar de cualquiera de nuestros compañeros de vagón o terraza, de parque o biblioteca, que comparten con nosotros las vitaminas de las letras impresas en ese gesto que nos hace levantar la cabeza para pararnos unos segundos a reflexionar sobre el impacto de lo que acaba de acontecer en el interior de ese puñado de hojas que tenemos entre las manos. Suele ir, ese instante de meditación, acompañado de una leve sonrisa con la que el cerebro experimenta una sacudida de frescor con la que los pájaros en la cabeza se convierten en mariposas engendradas en el capullo de la salud mental.

Hoy que se celebra el día del libro es inevitable la visita a mis libreros favoritos; a Juan, en la calle San Jacinto, que me comenta que Antonio Machado tiene que ser bueno porque lo vende muy bien; a Paco, en la Gran Plaza, que me recomienda, ante la disyuntiva de elegir entre una u otra edición de un mismo título, que me fije en el tamaño de las letras y en el color de la portada; o a ese cubano licenciado en filología hispánica, que se gana unos euros cerca de los jardines de Murillo, que tanto me enseña sobre autores americanos, John Dos passos, Hemingway, Faulkner, Henry Miller, y que, mirándome por encima de sus inclinadas gafas, me dice que estamos acostumbrados a quejarnos por vicio, sin moverse de una silla plegable en la que siempre le acompaña un novelón, con aire de maestro en bermudas que da fe de que en la calle se encuentra una de las mejores aulas de la vida. Resultaría chocante pero enormemente bello que a todos ellos se les diese la oportunidad de disponer de un huequecito en el que vender sus libros, cuyos precios oscilan entre uno y tres euros, en esa arquitectura de casetas que representan las ferias del libro o las conmemoraciones como las de hoy. A buen seguro que Nicanor Parra haría buenas migas con ellos pasando, por desgracia, tan desapercibido como lo hacen todos y cada uno de estos maestros del asfalto.

sábado, 21 de abril de 2012

El Primer Hombre.





El pasado mes de Enero tuve la fortuna de ser obsequiado con una obra en la que la virginidad y el silencio, la parte que aún no ha sido concebida y las notas a pie de página, conformaron en su día el borrador sobre el que un hombre contaba la historia de la búsqueda de su progenitor, del primer hombre. Papel sobre papel, de su puño y letra, en el interior de una carpeta, con infinidad de datos con los que posteriormente completar las ideas originales, era en lo que consistía este tesoro autobiográfico en el fatídico momento en el que un accidente de automovil puso fin a la existencia del orgullo del ejemplar hombre absurdo, cuando a penas habían pasado un par de años desde que le fuese concedido el  premio Nobel de literatura, cuando, como él decía, su obra no había hecho nada más que comenzar. Cuando para siempre estaremos con Albert Camus y cuando uno siente tener en las manos, en el caso del Primer Hombre, un documento único y una absoluta sensación de privilegio.

A medida que avanza la lectura es palpable, y se contagia, la importancia que Camus le dio al cultivo de la espiritualidad mediante la cultura desde que era niño. Madurez que sorprende y que nos acerca a la persona hasta sentirnos cómplices de quien narra. Y eso que en buena parte de la época sobre la que se centra el relato, su infancia, no le fue precisamente fácil, debido a la profunda pobreza de su familia, tener acceso a los libros de la manera que él anhelaba. Una lámpara de petróleo, una estrecha escalera de madera y un gallinero al que accedía superando el miedo que no se podía permitir tener. Una madre ensimismada en la ventana, como en perpetua espera del primer hombre, como una Úrsula de Macondo soportando el paso del tiempo acatando la soledad, alrededor de la cual no deja de bullir el mundo, como forma de vida, y una abuela legisladora y mandataria junto con su tío y un perro, al que se le acaba teniendo el mismo cariño que al de la Caverna de José Saramago, conforman la parentela y las bases del entorno al que el protagonista se adapta dando muestras de sobresaliente habilidad e inteligencia, y con la que se enfrentaba a la vida a pesar de las dificultades que suponía el nulo bagaje cultural de sus mayores y las dificultades que eso le podía  acarrear al mero hecho de la comunicación, del diálogo sobre las incipientes inquietudes que siendo un retoño poseía Camus.

El análisis psicológico, mediante la manera de actuar de cada uno de los personajes que van saliendo al paso, desde sus inseparables amigos, pasando por los ya mencionados miembros de su familia, al primer profesor, que llegó a ocupar el lugar de máximo referente en el que verse reflejado con un férreo sentido de la igualdad, hasta los transeúntes de esa ciudad del norte de África desde la que Francia era vista como el paraíso en el que se encontraba la cima de la civilización y del que algunos hablaban como algo perteneciente a otro planeta, nos hace participes de aquellos días, de aquellas calles y tranvías y de la manera en al que se vivía en el argelino distrito de Belcourt.

La sensibilidad de la ciudadanía con los animales, las normas morales de la lucha por la vida de los pobres, los trabajos de verano con los que unos cuantos francos suponía algo del ansiado oxigeno y el trascendente y emocionante momento de la aprobación, por parte de la abuela, para que el joven pudiera seguir estudiando, a pesar de ser necesaria la aportación de su esfuerzo, ponen el corazón en un puño y atestiguan cuales fueron los cimientos de los razonamientos con los que se forjaría una de las consciencias más firmes del siglo XX.

Un paseo final por los cursos del Liceo, por la sensación de diferencia de la que no podía desprenderse y de la que se sentía orgulloso, por un año tras otro demostrando genio y destreza, entereza y una estudiosa y combativa templanza reflexiva le llevarán a ganarse los elogios del profesorado y a recibir premios de fin de curso ante la impávida y emocionada mirada de sus congéneres, junto con alguna alusión a un viaje posterior, cuando ya habían pasado aquellos años, van haciendo que cada vez queden menos páginas de lectura y que el encuentro con el Primer Hombre sea el más emotivo de todos cuantos hayan sido imaginados, de todos cuantos se desprenden del cúmulo de luces y sombras empapadas de la humilde sabiduría de Albert Camus.

viernes, 20 de abril de 2012

Destellos de óleo fresco.




Ese primer instante del despertar, ese abrir los ojos y encontrarse ante esa panorámica que nos expone el mundo limpio y con destellos de óleo fresco, es una de las sensaciones que ningún ser humano debe pasar por alto, siempre y cuando disponga de la posibilidad y la mínima capacidad de reflexión para valorar la  fortuna que supone disponer aún de buena parte del tintero, lleno, y acariciar la certeza de que el papel en blanco, que en muchos lugares se imprime con las letras de la guerra y las pesadillas de las hambrunas más crueles, para él es uno más de los regalos por haber nacido de este lado pudiendo permitirse el lujo de echar algún borrón sin que parezca tener demasiada importancia. Las luces que van habitando el cuarto nos van avisando poco a poco, en compañía de la filarmónica de los pájaros, de la entrega de un nuevo capítulo de esta novela de la vida en la que cada cual va escribiendo a ratos, llamados tiempo, todo lo vivido para que más tarde la memoria se encargue de hacer uso del buen olvido.

Como un pan recién salido del horno se despereza nuestro cuerpo de la temperatura del camastro y del recuerdo de los sueños inmediatos que tan profundamente se encuentran en las autopistas del subconsciente y, mientras el agua de la ducha cae en nuestra cara y enjabonamos el cuerpo, empezamos a ser participes de los planes de un inminente futuro que contará con la ayuda de un placentero desayuno, aromatizado con el silbato de esa cafetera que tanto se encarga de evocarnos escenas de películas en las que este momento encierra algo de nostalgia. Y un pasillo nos recibe con los brazos abiertos para que la aventura del zumo de naranja nos estimule tanto como el aroma de las tostadas y la escurridiza pulpa de las rodajas de tomate con las que poder seguir diciéndole al presente que hay vida todavía.

El vecindario comienza asimismo a dar muestras de salud y, entre besos de niños que marchan al colegio y asiduos al portazo, el monótono salpicar del agua saliendo de las macetas, procedente de un patio sevillano, se convierte en otra forma de silencio. La mirada queda fija en esa hoja en la que, para que la retentiva no nos falle, se han ido apuntando los recados y las accesorias obligaciones que tantos minutos nos roban y de las que nos sentimos presos advirtiendo lo mucho que nos gustaría dedicarnos en cuerpo y alma a lo que tanto nos gusta, mientras se apura la calada del pitillo más glorioso del día y, entre el humo que se desprende formando una efímera niebla muy apta para los versos, a penas reparamos en que puede que este sea nuestro último momento de calma porque nos sentimos seguros y plenos a pesar de que nos aplasten las dudas de lo que nos encontraremos en la calle. A partir de ahí, minutos después, nos enredaremos en el torbellino de miles de vidas desperdiciadas en este incesante álgebra de la oferta y la demanda, y algunos afortunados volverán a prometerse un desayuno como el de esta mañana.

miércoles, 18 de abril de 2012

Océano en el fregadero.






Que a uno le den la mano, a la salida, y le feliciten por lo bien que estuvo todo, siempre es grato. En ocasiones es mucho más especial que la mas sobresaliente de las propinas, podríamos decir que una destacada entre ellas por lo poco vinculada que se encuentra con lo material, por el sencillo gesto de unas palabras con las que, de forma sincera, se aprecia realmente lo que nos traemos entre manos que va mucho más allá de lo que se resume en una autómata ida y venida de platos.
La comida, fenomenal. El entorno muy bello. El ambiente muy apropiado. El servicio, amable y diligente. Cocineros, camareros, recepcionistas, gente muy maja. Pero del personal de limpieza, de “los picas”, nadie se acuerda. Ni se les nombra. A ver, damos por supuesto que un sitio de esta categoría tiene que estar como los chorros del oro, se diría cualquiera. Pues sí, pero lo que no se imagina la mayoría, o casi nadie, o nadie, por ese desafortunado desdén con el que se ha extinguido la mínima capacidad de ponernos, por un minuto, en la piel de los demás pensando que el mundo está hecho a nuestra medida, sobre todo en occidente, donde es insultante el descaro con el que se nos olvidan los beneficios de la reciprocidad en cuestiones de civismo, es que sin el esfuerzo de  estas personas no sólo no estaría todo tan limpio sino que se rompería hasta la cadena de montaje de los platos.
Generalmente, los componentes del equipo de un restaurante encargados de los sinónimos del lustre se reparten las tareas propias de la higiene del establecimiento junto con las propias del servicio en sí, en lo que a estado de salud del menaje se refiere. Por un lado la Cubertería y la vajilla. Por otro todo lo concerniente a ollas, sartenes, perolas, bandejas, besugueras, cazos, cazuelas y en fin Serafín, además de la semejanza del estado del establecimiento, en su totalidad, con una patena. Nada sería lo que es sin su eficiencia. Ahí, en la retaguardia, en la trinchera del lavavajillas y el trapo. En la encrucijada del guante y el estropajo. Al relente del delantal y la bayeta. Recibiendo todo tipo de utensilios y recipientes recién usados. Restos de manjares sobre los que pasó el caballo de Atila del cuchillo y el tenedor. Almas todo terreno sobre el océano del fregadero. Elementos sine qua non, te pongas como te pongas.
Me emociono cuando lo recuerdo y ahora que lo escribo. Tenía un compañero que tras esos envites propios del más cruel de los agobios, en el que por entonces fue denominado mejor restaurante del mundo, me decía: - para todo este circo estás tú, éste, aquel, el otro, Maroto y el de la moto, y estoy yo que soy un pica tres estrellas.- El orgullo profesional de esta persona movía montañas, y aunque pueda parecer extraño era uno de los que más tiraba del carro. La onda expansiva de su afán por hacer bien las cosas nos contagiaba al resto. Ahí, En la parte de atrás del escenario, enchufando el cable que se acababa de soltar, apagando fuegos, permitiéndonos que luciésemos el tipo, almidonados en la sala, conscientes de que teníamos las espaldas bien cubiertas y de que no faltaría de nada en el momento menos pensado en el que te traiciona el vacío de la muletilla de marcaje.
El silencio es la nota más difícil de tocar y no hacer ruido con tanto cacharro de por medio es complicado, y no romper nada, o poca cosa, ni digamos, teniendo en cuenta las condiciones en las que en muchos restaurantes de copete se trabaja de puertas para dentro. Bártulos y cachivaches ensamblados, cuales piezas de un magistral tetris, son la escultura tras la que se encumbra la habilidad de estos colegas que pasan desapercibidos como turistas japoneses, injustamente. Su trabajo es el punto de partida detrás del que se encierra la infinitud de lo sucesivo en la puesta en práctica del reparto de felicidad.

 La prensa y la crítica, los que comen gratis y se creen con la verdad absoluta en la mano, a algunos de los cuales no estaría mal pararles los pies e invitarles a que se ponga un delantal para ver lo que saben,  y después darles una humillante calificación y poner en peligro sus ingresos, que es lo que frecuentemente hacen, con la estabilidad de muchos restaurantes, después de haberse llenado la barriga por la cara, tienen una asignatura pendiente cuando se ponen a hablar de establecimientos hosteleros no dejando de subdividir sus comentarios en apartados que ya van oliendo al aburrimiento de los facilones esquemas del simplismo. Pero claro, bueno, oscuro diría yo, tan poco dados como somos al reconocimiento de todo lo que no sea salir en la foto y tan dispuestos a hablar de lo que no sabemos, a lo mejor hay que esperar a que una gran firma de detergentes les subvencione para que se paren a pensar en los que friegan cuanto utilizan mientras se piensan si levantar o bajar el pulgar inquisitivo de sus plumas.

lunes, 16 de abril de 2012

Letras derramadas.




A veces
sobre fugitivos borradores
las letras se me derraman,
impávidos llantos e indelebles
de la soledad caricias y sudores,
arriesgando la fe en el intento,
jugando con las musas del azar.

A veces
una severa suena
flauta, atrevida, gutural.
La tos del tabaco, tan ideal
para llenar la boca con un trago
de whisky y de música, crema,
un recorrer la garganta
hasta llegar y no llegar,
hasta coronar del estómago la cima
y arder en este placer solitario
y tan particular.

El lápiz traza el surco
de la mina de carbón del abecedario,
los dedos el paisaje
de un pedazo de metal.
Yo me agarro fuerte al vaso,
trato de decirme la verdad,
de hacerme nuevamente caso
y no cansarme de borrar.

A veces
me confieso a pedazos,
otras veces me encargo de agrupar
trozos de arterias, sensaciones, orgasmos
y balas perdidas que no me consiguieron fusilar.

domingo, 15 de abril de 2012

Las nubes y el asfalto.





La calle rezuma poesía,
que duda cabe,
ante tanto movimiento.
Ya se sabe, es la calle.

Desmesura de instantáneo
acontecimiento consternado,
enamorado y aburrido,
movido y quieto,
fotografía del incesante
alboroto silencioso de esqueletos.

Constante decibelio
que abarca el universo
de una mancha de aceite
y de un transeúnte cabizbajo,
y un amor a primera vista
en la boca del metro,
en los labios del paseo,
en los apuntes del
pensamiento caminado.

los semáforos en rojo
persiguen, detectan, delatan,
frenan los pasos,
deceleran el directo
y hacen que las nubes
formen parte del asfalto
y no den el mediodía por muerto.

Alquitrán, hierro y parabrisas,
café de puchero concentrado,
mutismo envenenado,
almacén de sintéticas sonrisas,
interiores de exteriores despoblados.

Ya se sabe, es la calle
en la que también acontece lo bueno
de vez en cuando, siempre, al mismno tiempo
en el que hay lugar para lo bello.

sábado, 14 de abril de 2012

Carretera y manta.







Cada vez que llego a un nuevo destino surge en mí un momento de reflexión acerca de los lugares en los que he ido parando hasta aparecer por aquí. Me resultaría difícil hacer un inventario de las estaciones en las que estuve a punto de perder un tren, de los aeropuertos en los que sin saber por qué no se interrumpía un pitido, de las manos que marcaban un billete de ida dándole el visto bueno y de las taquillas tras las que me avisaban de que tendría que viajar de pie; de las veces que cargaron mis brazos con el peso del equipaje o de las consignas en las que reposaron mis bultos mientras visitaba una ciudad por unas cuantas horas.
Plazas, calles, avenidas, caras, bares, mercados, bibliotecas y carreteras a las que llegué por culpa del oficio, con su ir y venir que me ha convertido en ciudadano del mundo y me ha mezclado los acentos. Bien es sabido que uno es de donde pace y tiene el chusco, cosa que me hace sentirme orgulloso de haber sido tan bien recibido en Triana. Lo demás son muchas tretas para llegar al mismo sitio antes de que nos gane el pulso la parca.

Decía Miguel Delibes que quien viaja con la presunción de estar de vuelta de todo es un observador frustrado, y para lanzarse a conocer la profesión con relativa profundidad es menester viajar al estilo del maestro vallisoletano, con la sensación de asombro intacta y con una cámara de fotos en las retinas. Compañeros, jefes, clientes, amigos y vecinos. Costumbres, fiestas, fechas y hábitos de los pueblos en los que se encuentra el escenario de la vida que se ha llevado. Diferentes nombres para las mismas cosas. Un nuevo manojo de llaves, otra morada. Un nuevo cuarto en el que al despertar te preguntas quién eres y qué haces aquí. Las cavilaciones propias de la vigilia mañanera que miran a través de otra ventana distinta a la de ayer, bajo un flamante techo y un fresco horizonte. Emplazamientos en los que uno vuelve a ser una esponja absorbiendo detalles y datos a tener en cuenta, pormenores con los que se distingue la casa, procedimientos que nunca antes se habían instalado en la mente y que acaban siendo de la familia del entendimiento.

Cuantos hemos asumido el papel de trotamundos de la profesión pensamos que llegará el día en el que nuestro culo deje de ser inquieto, cosa que vamos rezagando como el alumno acostumbrado a dejar para el último momento la preparación de sus exámenes amenazados por la emoción y el suspense de un escaparse por los pelos propio de lo andado. Cada vez que miramos determinados objetos que llevan acompañándonos una pila de años, como alguna que otra maleta o un despertador, como los libros de cabecera que nos salvaron la vida o las desgastadas herramientas del servicio, plumas y sacacorchos, que se niegan a quedarse por el camino, empezamos a tener constancia de que las cosas viven y merecen un cuidado ¡si éstas hablaran! Y la memoria, esa fiel compañera que nos pone al día mezclando presente con pasado, se encarga de adaptarnos al infinito repertorio del ahora en el que acabamos de instalarnos y que tanto nos trae a la cabeza la figura de un Sócrates urbano y ciudadano de la orbe moderna que solo sabe que no sabe nada y que la mitad de lo aprendido está escrito en las suelas de sus zapatos.

jueves, 12 de abril de 2012

Niños en el restaurante.







El más pequeño atraviesa el umbral de la puerta del restaurante y asiste al encuentro de un fantástico descubrimiento basado en un espacio lleno de cosas que le cautivan, que no conoce y a las que trata de dar un significado. Todo es nuevo para él. El viaje hasta el mundo que hay más allá de la fronteras de su castillo de juguete le regala hoy este emplazamiento tan diferente en el que la gente le ríe la gracia y le dice guapo. Luego, un señor con traje y corbata le da los buenos días, le guiña el ojo, le sonríe, le pregunta su nombre y le acompaña a la mesa junto al resto de su familia donde le ha sido preparado un hueco especial, un sitio ocupado por una silla y un cojín frente a los cuales se aprecian diferencias en lo que al menaje se refiere.

 Se pregunta, el churumbel, el porqué de esa desemejanza ya que todo para él carece de sentido si no se resuelve su porqué; ese inigualable camino de la inocencia hacia la esencia de las cosas a través de las vías de la investigación por el placer de aprender y sentirse más participe del entorno, por querer ser uno más, por desear que se le escuche cada vez que habla, porque su conciencia está tan limpia que aún no le tiene ni le contiene el miedo a la sinceridad. Y para mí, el premio a esa verdad tan cristalina es la coronación como rey del restaurante. Hacer todo lo posible para que se sienta como en casa y al mismo tiempo demostrarle que aquí tiene un buen sitio para poner en práctica todo eso de lo que papá y mamá le hablan cuando se refieren a las maneras y los modales propios de los niños buenos.

La escena es propicia para acudir en busca de un poco de aquello que tuvimos y se nos escapó sin darnos cuenta, aquello en lo que se sustenta el resto de nuestras vidas: la inigualable pureza de la imaginación de la infancia.
He visto como se prohibía la entrada a restaurantes a niños de determinada edad, no hace mucho, por los motivos que se pueden imaginar. Creo que prohibir es un error en estos casos. Opino que hemos de informarnos de la edad de éstos y comunicar cuál sería el espacio indicado para que ellos disfruten, para que se sientan a sus anchas y no perturben la tranquilidad del resto de comensales, cosa que puede pasar y que hay que entender, pero para eso hemos de actuar con la debida prudencia y previsión: para que ellos tengan cabida, todos estemos contentos y conformes, y seamos capaces de no recurrir a la restricción como quien se acoge a la comodidad del camino más corto o a la ley del mínimo esfuerzo.

Particularmente, lo paso pipa con los chavales, y de la misma manera que hay escenas de nuestra niñez que recordamos como parte esencial de lo que explica lo mejor de nuestro presente, a mi me gustaría que los niños que pasan por el restaurante, en alguno de los futuros días de su vida, recordasen esta experiencia como algo que tuvo lugar aquí, en un rincón de la tierra en el que dejaron de ser una pesadilla para los mayores.
De todos nosotros, los adultos, depende la educación hacia un mundo mejor; más cívico y paciente, menos cómodo en cuestiones pedagógicas, más dado a la reflexión y a la capacidad de ponerse en la piel del otro, en casa, en la calle, en el aula y por qué no, también en el restaurante.

miércoles, 11 de abril de 2012

Perdido en el bloggerespacio.





una vez que se entra en el mundo de los blogs uno percibe al instante como si una gran tela de araña se fuese extendiendo entre el bosque de ideas que representa esta magnífica manera de divulgación de la creación personal mediante la red. Los hay de todo tipo, dedicados a las más variopintas materias, desde la literatura a la cibernética, pasando por la jardinería y la cocina, las matemáticas, el cine y cualquier afición sin sosiego en la que se encuentre atrapado el fundador de cada uno de estos personales microclimas, que se lanzan al aire con la recuperada libertad de la infancia, y se encuentran a disposición de todo aquel que desee pasar por estas carreteras, en las que el tráfico de reflexiones y conceptos personales es otra mas de las muestras de la inquietud por sentirnos vivos.

Paso de uno a otro, investigando y tratando de acercarme a los indicios de almas a a las que ni siquiera les he visto la cara, cosa que resulta sumamente interesante y en la que hay que sumergirse sin prejuicios, a través de esta especie de mancha que cada vez es más y más grande, y más interesante. Dibujos por aquí, fotos por allá, paisajes, poemas, microrelatos, vídeos, canciones, comentarios, perfiles y un continuar adentrándote en las profundidades hasta llegar a cruzar el charco, darte un paseo por la India o tomar un té en Londres. En este trayecto todo parece posible y los descubrimientos dejan muy claro la cantidad de talento que existe sin ser motivo de atención para editoriales a las que nos les queda tiempo para tanta sinceridad porque, entre narrativas propias de crónicas rosas y zigzagueantes manuales de autoayuda, se encuentran demasiado atareadas y vendiendo mucha morralla con la que seguir comiendo cocos y favoreciendo la desidia intelectual como para pararse a reparar en el asunto.

Uno pasa de un lado a otro y, de repente, se encuentra con que la entrada que acaba de leer fue publicada hace un año y con que parece ser que por ese blog ya no pasa nadie. Como si de un desierto de la lucidez se tratara. Y me pregunto cuáles habrán sido las causas para que haya quedado huérfana esa manifestación de inteligencia. En ese instante me siento sólo en mitad de la autopista de internet creyéndome gozar del privilegio de ser el único humano al que el azar le ha brindado la oportunidad de la coincidencia por estos confines de la tela de araña. La sensación es la de un solitario que andando por una gran ciudad ha encontrado, en una de sus calles mientras se creía en el camino correcto para llegar a otra, una obra de arte con la que se identifica plenamente pero ante la que ninguna persona parece reparar en absoluto, y de inmediato tengo la senasación tanto de que el tiempo se !@#$%^&* para permitirme unos minutos de contemplación como de que nadamos en un ir y venir de información, en un mar océano de creaciones, que resulta inabarcable, tanto como nuestra ignorancia con respecto a lo que se está haciendo con toda esta información.

martes, 10 de abril de 2012

10.000 millones de ahorro.





Se acaba de emitir un comunicado en el que se hace saber al conjunto de la ciudadanía, por parte del gobierno, que ahora es uno pero que podría ser otro, lo mismo da que da lo mismo en el oficio del populismo con el que llenarse los bolsillos, del ahorro de 10.000 millones en educación y sanidad. Así, de un plumazo, dictamina las soluciones toda esta calaña acostumbrada y acomodada a lo privado, sean de la laya que sean, repito. Y además lo van a hacer en dos ámbitos con los que se corre el serio riesgo de desnaturalizar el sistema establecido, en algo primordial como la educación y la salud, con la consecuente pérdida del norte por parte de la población que en lugar de referentes cada vez se encuentra con más barreras y menos faros..

Y digo yo, ¿por qué no ahorran en secretarias calentonas, en señoritas de alquiler, en subsecretarios adiestrados, en guarda espaldas contra el miedo, en mariscadas con champán, en coches blindados, honorarios estratosféricos, abecedarios demagógicos y falsos credos?

¿Por qué no ahorran en disparates engañabobos, telebasura, publicidades putrefactas, posturas deshonestas,  vehemencia de tres al cuarto durante los discursos, en arrogancia dañina y posesiva, aportaciones de pánico económico, meteduras de pata, juicios infundados, patrañas, mentiras y fueras de juego?

¿Por qué no ahorran en sembrar inseguridades, en cuentos chinos, falacias, cinismos asquerosos, veleidades y tocaduras de huevos? ¿ Por qué no ahorran en chanchullos despiadados, innecesarias burocracias, nidos de ratas de alcantarilla, protocolos insultantes, calabazas, torbellinos, terremotos de divisas y en ser tan embusteros?

¿Por qué no ahorran en suministros de indecencia, en cátedras de la hipocresía, medias tintas, abusos sin escrúpulos, sobornos de película de gansters, despropósitos, subidas de impuestos, carnicerías laborales, desajustes sospechosos, tomaduras de pelo, malversaciones de fondos, estomagantes corrupciones, capitalismo autoritario, plutocracia enchufista y tanto tormento para el pueblo entero?

 ¿Por qué? ¿Por qué no van a permitir a los profesionales de los medios de comunicación que realicen preguntas durante la comparecencia del presidente del gobierno? ¿Por qué?.

lunes, 9 de abril de 2012

Lacerantes bastidores.








En este ilustrador oficio, me refiero a la hostelería de nivel, en el que tanto se disfruta y aprende, en el que cada día es bueno para que la realidad te deje perplejo y la rutina pocas veces se apodere de los acontecimientos, salvo en lo estrictamente técnico y no al cien por cien, dejando la sensación del arroz que nunca sale igual, de la partida de cien botellas de vino cada una de las cuales es capaz de albergar un matiz diferenciador a pesar de proceder de la misma añada y bodega, no resulta fácil, en ocasiones, mantener la calma y el equilibrio que te hagan dar lo mejor de ti. Como en todos los gremios.

La manera en la que te hayas despertado ese día, el comentario mal interpretado, la tergiversación de la información correspondiente a un pedido que te hace vértelas con un comercial, el retraso de un encargo sin el cual no puedes continuar por donde querías, la contestación que hace de un grano una montaña y ese tipo de cosas que se aderezan con celeridad e intransigencia, nos hacen caer en el error de perder el tiempo con lo que no nos lleva a ninguna parte, e invertirlo en la insensatez de la disputa por querer tener razón como recompensa y muestra de superioridad. Y sin querer dramatizar puedo afirmar que estas situaciones en muchas ocasiones dan al traste de lleno con una jornada que se presumía radiante y gozosa como un aprendiz recién salido de la escuela y en cambio comienzan boca abajo y patas arriba por culpa de una nimiedad que nos conduce a la ceguera de no darnos cuenta de la fortuna.

Y después viene el directo y ahí no se te puede notar. La maestría aquí consiste en relativizar y someter a los mecanismos del olvido aquello que puede enturbiar la transparencia de la escena.
Pero eso pasa en las mejores familias. Pero Lo peor, lo que no tiene nombre es cuando se pretende meter la cabeza por un agujero de diminutas dimensiones, consiguiéndose el objetivo con el consecuente daño que propina la intransigencia, caiga quien caiga, sea como sea, justificando los medios cargados de irracionalidad, revelando que la brutalidad es la panacea del método a seguir y la bandera del honor.

Ha habido quien se ha encargado de sembrar la era con este ejemplo, durante años, como procedimiento para llegar a lo más alto, como es el caso de la mayoría de los restaurantes de élite, tratando de convencer, a quienes ansían beber de la fuente del conocimiento del maestro, de que las cosas son así y no hay otra, a costa de… si, de humillar constantemente a cualquiera de los miembros del equipo que no entendiera, o entienda, ya que hoy sucede, al instante las ordenes a seguir, actuando con funestas muestras de salvajismo cívico.

Mi profesión, cargada de incultura, ha sido muy dada a esto. A donde hemos llegado, dame otra pastilla de apocalipsis now.
El reto no solo consiste en hacerlo bien de cara a la galería por muy buenos que nos digan que somos. El reto está en auto-realizarnos para ser igual de buenas personas que de buenos profesionales. He formado parte de equipos que actuaban con el rigor y el acierto de una filarmónica porque solo existía eso: glamur y precisión atiborrados del oscuro silencio en los callejones del vestuario, y de mucho miedo, en el que parece que nadie se conoce y en el que la jerarquía se pasa de rosca entre gente tan joven. Corriendo los tiempos que corren parece mentira. Y así no suena la gaita humanamente porque hoy uno, mañana otro, luego fulano, después mengano y zutano, cada uno de ellos en sí mismos auténticos diamantes, y finalmente el desfile es un rosario de abandonos que obligan a reconvertir la brigada. Pero claro, hay cien esperando en la puerta.

Que cada cual lo coja por donde quiera, pero yo sigo pensando que existe vida inteligente en otros planetas. La más firme prueba es que aún no han venido a visitarnos.


sábado, 7 de abril de 2012

Agnostic O.







Salgo al asfalto. Calle Castilla, plena madrugada. Rigor. Sentimiento. Porcelana. Qué hago, la puerta, cómo se cierra, cómo la cierro. Pasión, faroles, fotos sin flashes, silencio. Pasos menudos, adoquínes, roces sin trauma, llamas que se encienden y que se apagan. Cera derretida, penitencia !@#$%^&* para el fuego. Promesa con la que unos pies acarician sobre el suelo sus heridas. Contigo me quedo.

 Te contemplo hasta que la belleza me extasie, hasta que el aroma de incienso me regrese, tal vez mañana, tal vez nunca, tal vez siempre, quién sabe, a lo mejor el año que viene. Virgen de la O,  vecina mía, te confieso un amor a primera vista un tanto sorprendente, un encuentro inesperado por el que brindo hasta saciarme de consuelo, desechando los augurios de la muerte. No me lo esperaba. Cosas de la vida y de los seres ventaneros. Noches perdidas en muchos agujeros. Mira por donde en esta esquina, mira por donde te encuentro en este desierto de noche tan florida.

Tín. Bajamos del cielo, poco a poco, despacito, ahí, ahí, posando toneladas de fe como si fueran de seda, como si la madera y el hierro se transformaran, todo uno, en una tela. Como la pluma del ave de la paz descendiendo a las musicalidades del concierto. Uf. Enmudezco, lo presiento. Este descanso no da nada por supuesto.

 Cierro los ojos, imagino la arruga letal que martiriza al costalero. Veo lo de adentro. Escucho las almas, el sudor, entre tanta oscuridad la referencia del tacto palpándose de oído. El comedido pulso con el que se ejerce el impulso, hacia la posición inicial, hacia el punto de partida desde el que un grito dará la señal a partir de la cual, de adrenalina, volará un reguero, una mina, un te quiero como una catedral .

Vámonos, valientes. Tiemblo. Tac, tac, tac. Faltan segundos. se escucha un sollozo, tal vez el del hombre más fiero. Una voz penetrante, casi un alarido, una manta de sonido, de decibelios un mar entero dentro del pecho y TAC...ahhh Quedo y silencioso me quedo. Sublime y asombroso. Levantá con redoble de corazones. Maldigo a mis seres perezosos y carentes de razones....envidio a quienes tiene la suerte de sentir estas pasiones.

viernes, 6 de abril de 2012

Era una noche oscura.



Era una noche oscura. Solo los gatos negros habitaban la ciudad. Las farolas eran pocas en los callejones, sin salida, sin huida al más allá. El miedo acechaba en las esquinas. El paseo era cuestión de expertos en tener ojos en la nuca. Pesaba el aire. El silencio era denso, negro, abigarrado de dolor y de suspense. Las fachadas mostraban síntomas de la enfermedad de la locura. Los crucigramas de las baldosas se resolvían con la desdicha, con la rabia de las aceras heridas por las manchas. Frío y desolación. Sensación de neblina atravesando las ideas. Ratas de alcantarilla. Camellos, putas, maderos, patrullas, polvos, brown sugar, papel de plata, todo escondido, todo cercano y distante, take a walk on the wild side. Desesperación. Selva de ladrillo y alquitrán. Colchones enredados en miseria. Matones. Tías que eran tíos. Cazadores de la madrugada. Presas del odio. Amanecer en el desierto. Tempestad del diablo. Humor desangelado. Era una noche oscura, era un colmillo afilado. Venas del pecado. Balcones enjaulados. Muertos vivientes. Cataratas. Sobredosis de presente envenenado. Era una noche oscura de un día nublado.

jueves, 5 de abril de 2012

¿Hostelería de élite? quién lo diría.







Si me pusiera a recordar las paredes entre las que se alojaron mis huesos a lo largo de los periodos en los que necesité que me fuese dado un hueco para descansar, en esas etapas de prácticas, en restaurantes, en las que uno se aventuraba inocentemente a descubrir América, podría decir que hubo de todo, que en un par de ocasiones tuve la fortuna de descansar en apartamentos que gozaban de cierta decencia y que la mayoría prefiero que se queden merecidamente extraviadas en los confines del olvido. Me refiero a los cobijos otorgados por los sitios a los que uno llegaba con una maleta llena de camisas blancas bien planchadas, algunos libros y todas las ganas del mundo por comenzar lo antes posible a sentirse parte de aquello, aunque fuese sin cobrar un duro e intentando no estorbar demasiado, pero honradamente dando el callo.
Rápidamente te dabas cuenta de que uno de los grandes privilegios era que tenías derecho a convivir con otros dieciocho compañeros en una casa en ruinas que decía mucho del poco tiempo que este oficio deja para otras cosas. Porque lo primero es lo primero y que no se nos olvide. Existían por aquel entonces, que fue hace dos días, y hoy mismo sin ir más lejos continúan existiendo, leyendas sobre la salud o enfermedad de las moradas en las que se encontraban otros colegas por estos mundos de bendito sea dios tres al mismo tiempo en un lavabo, o cuatro, suites con humedades y cucarachas, y somieres de la época en la que el Cid estaba novio con Doña Jimena. De manera que una de las cuestiones importantes, a la hora de ingresar en una nueva legión, era el tema del hospedaje. Si te decían que no estaba mal es que no estaba bien, si la respuesta es que estaba más o menos bien es que estaba mal, que no era lo peor, y si llegaba a tus oídos que estaba mal es que era denunciable, cosa que me sorprende que nadie haya hecho aún hoy en día cuando todavía es llevada a la práctica semejante falta de consideración que deja al descubierto los pocos escrúpulos de quienes practican la caridad de tan formidable manera.

 ¿cómo se puede tener a catorce o quince miembros de un equipo de máximo nivel albergados en un sótano por el que el único vínculo con la luz del día es una pequeña ventana de apenas medio metro cuadrado?¿Quiénes se creen que son, el ombligo de qué mundo tan cruel? Bueno, eso salta a la vista ¿Es esa su aportación de dignidad y conciencia con la que pretenden enseñar cómo tratar a los que mañana vengan detrás? ¿No es suficiente con el esfuerzo y la ausencia de paga como para que además el plus venga en forma de riesgo de contraer alguna enfermedad contagiosa?¿A quién hay que darle la medalla que estaría encantado de hacerlo?
Lo malo es que en ocasiones nos jactemos de lo que tuvimos que aguantar como si eso nos hiciese más hombres, y no nos paremos a pensar con calma que es inadmisible que esto aún esté formando parte del presente, que no se puede consentir, que como sigamos así vamos camino de que el oficio, la hostelería de altos vuelos, se convierta en una abrumadora venta de hipocresía cuyos bastidores se encuentran enfermos de sensibilidad.

miércoles, 4 de abril de 2012

S.O.S. sms.






El lenguaje, sea del tipo que sea, aunque aquí fundamentalmente hagamos referencia al escrito, siempre resulta una interesante materia de estudio a partir de la cual se pueden extraer significativos datos del nivel comunicativo de una colectividad determinada, y de la preocupación por evolucionar persiguiendo un mayor y mejor desarrollo expresivo con el que ganar sociabilidad y beneficiar a la cultura, al entorno y a la sociedad en la que se vive, y por extensión a la civilización. O no. A partir del lenguaje escrito, y de la lectura, nuestro cerebro aprende a ordenar las ideas, a ejercitar la intuición y a tener más posibilidades de acertar en los criterios elegidos para la toma de decisiones, valores personales que impidan pasar por el aro aparte.

Aportarle un granito de arena a dicha causa, a la de la lectura, aunque solo sea de vez en cuando, creámoslo o no, beneficia a todos, a pesar de que esto sea una ininteligible y aburrida afirmación para muchos. Si, para aquellos que juegan a que la palabra "que" se resuma en una "k", el término "para" aparezca como "xa", y, al tanto que te caes de la silla, para decir "hecho" se escriba "hexo", por ejemplificar minimamente en lo que consiste el desvarío que conforma el entuerto de este tipo de escritura de mensajes de texto mediante la telefonía móvil . Todo un estilo, singular sin duda y aterrador en lo concerniente a la conciencia cultural de estos expertos de lo que fue moda y ha acabado en convencer a muchas personas de que algunas palabras son así y no de otra manera.

Y para echarle más leña al fuego y poner a huevo lo de ir tirando por la borda la ortografía se nos presenta la situación, que le viene al pelo a la siempre engorrosa tarea de recordar aquellas reglas de las agudas, las llanas y las esdrújulas, de que los textos escritos con tildes y otros caracteres, como pueden ser la diéresis o el inicial signo de interrogación, no es que sean más caros sino que pueden llegar a triplicar su costo por el digno gesto de darle a la tecla correcta para poner el vocablo en el lugar adecuado en lo que a entonación, semántica y corrección idiomática se refiere.

Ni más ni menos que uno más de los frutos de la velocidad con la que la trasmutación de las reglas va dejando tiradas, en cualquiera de las esquinas en las que el contrabando con adulteraciones de los principios culturales es la fuente de ingresos de los incendiarios de la salud de los hábitos de la comunicación,  las legítimas pertenencias de la humanidad que poco a poco van tristemente viéndose sepultadas bajo los mantos de la ignorancia.

martes, 3 de abril de 2012

Pasión zarandeada.





A pesar de no encontrarse la fe dentro de mi ramillete de virtudes, suelo disfrutar de las representaciones semanasanteras en lo concerniente a la expresión popular, a la costumbre, a las raíces de la cultura a la cual pertenezco y con la que convivo, y si tengo la ocasión no desperdicio la oportunidad de ser testigo de la auténtica coreografía que representa una procesión en Sevilla. El pueblo se echa a la calle a contemplar las imágenes veneradas hasta la exaltación por esa saeta que pone el corazón en la garganta. El orden de los pasos de los costaleros hace imaginar el aspecto de sus caras ahí debajo, en esos cuantos centímetros de separación en los que todo está calculado por un rigor marcado por el estilo del sentimiento. Un palio se mece con la sincronización de un tiempo aparte en el que parecen dibujarse las secuencias de una partitura. Todo es merecedor de un pulcro silencio, de ese mismo mutismo con el que en la Maestranza se observa la lucha entre el hombre y el astado, momentos en los que casi no se puede ni respirar, momentos en los que hasta una leve brisa puede ser escuchada, con la plaza hasta la bandera, y que se encargan de llevar al coso sevillano a la categoría de más purista del mundo. Asunto, este último, de sumo respeto en el que todos colaboran y sobre el que el neófito visitante pronto es puesto al día porque nada puede descordinar en semejante rito, a vida o muerte, cargado de rigurosa disciplina y obediencia.

Pero en el tiempo transcurrido desde que diese comienzo la semana santa del año que nos ocupa he echado mucho de menos esa sensación de sumisión y acatamiento con la que la puesta en escena se convierte en algo mágico. Por supuesto que no por parte de todo el mundo, pero encontrándonos en el lugar del planeta en el que la pasión se escribe con mayúsculas no es concebible que se aproveche la ocasión para ponernos zapatos nuevos, traje de chaqueta y corbata, gomina por un tubo e irnos al Opencor más cercano para abastecernos del suficiente condumio con el que, bolsa en ristre, pasear por las aceras, de la ciudad en la que la ceremonia de lo que nos concierne es motivo de elevado culto, sobre las que escupir el gargajo de la característica hipocresía sin la que a nuestro sur le faltaría algo. Son frecuentes las escenas de palmoteo flamenco y las desmesuradas cogorzas de jóvenes a los que no se les está enseñando que esto es algo serio, que no se pueden tirar por tierra siglos de sagrada tradición porque entre otras cosas somos el espejo de la misma de cara a la orbe entera, y no se puede aprovechar de mala manera la mínima oportunidad para convertirla en el carnaval al que Doña Cuaresma se encargó de despedir hace cuarenta días. No. Insisto, no todos van del mismo palo pero algo falla desde los mismos adentros de lo que somos y, unos a otros, debe ser pedida la deferencia con la que se demuestre el auténtico sentido de la pasión, pero sin zarandearla.

lunes, 2 de abril de 2012

Blimunda.





Blimunda es una letra, una coma, un poema, un verso. Es el concierto de significados que llegan al corazón. Es el relato que deja al descubierto las profundidades del alma de la poetisa, con su lápiz, sin su prisa, en las que se encuentran los porqués de la creación a base de gotas de agua que forman un mar, un torrente, un arroyo, un océano, un riachuelo humilde y sereno al compás de la entonación marcada por latidos sobre los que hiatos y  diptongos hacen el amor.

En los chorros de esa fuente, de la que unos cuantos bebemos, se destilan los pensamientos del lector, ensimismado ante la abundancia de lo bello, y por un momento una parsimoniosa prosa se encarga de transformar el infierno de las avenidas en la paz interior del monólogo interno de esos ojos que acaban de descifrar el mensaje del interior de una botella, en la que una estrofa es la balada perfumada de la resurrección.

Blimunda es un montón de libros, un puñado de ordenados papeles escritos con trazos de carbón. Es una caligrafía que se escurre entre los pétalos y los pámpanos, entre las raíces y los pistilos, entre los tallos y hojas de las plantas aparecidas en su obra. Todo un jardín literario en el que, junto a un rosario de metáforas, conviven los vocablos dispuestos a desplegar las alas de la imaginación.

Blimunda también es un pincel, una acuarela y un retrato, un lienzo, una sombra, un contorno, un óleo y un boceto, un punto de fuga y un horizonte sobre el que las nubes se dibujan con la puesta de sol de la bienvenida a un nuevo !@#$%^&*ños.

BLIMUNDA....FELICIDADES.

domingo, 1 de abril de 2012

El túnel de Triana.





Desde el exterior los matices rojos y negros auguran un antro dichoso en el que poder escuchar buena música. La calle Castilla, callada a esas horas en las que casi todo el mundo duerme, acoge al noctámbulo con ganas de un trago que sea acompañado de algún que otro acorde en directo, con un chapurrear lo que sea que se parezca a una canción con la que pasarlo bien y olvidarse del negativo aliento, que por la mañana nos calienta la nuca con la pesadilla del pesimismo laboral, y la continua queja del ciudadano maltratado por la infidelidad que las circunstancias le brindan al sentido común, sin la que, desgraciadamente, la vida ya no se entiende, y ve en este refugio, que !@#$%^&* al dedillo la función de parada de metro en la que guarecerse contra las bombas del holocausto capitalista mediante la armonía de la humanidad, el hueco preciso para internarse por la banda de una deseable existencia que no ponga reparos a la libertad de expresión ni al rechazo de las modas impuestas con las que alimentar el orgullo de aquellos para quienes somos marionetas.

 Una estrecha puerta de doble hoja da pie a encontrarte con la primera de las dos partes de las que consta este templo de la improvisación y la transigencia; una barra que no es una barra cualquiera, una zona en la que beber whisky canadiense, con la sensación de que aquello es néctar reservado para quienes afinan su voz a base de etanol con sabor a convivencia, y en la que arreglar el mundo en una conversación, amparada en la verborrea y la lucidez de los gin tonics, es la escena perfecta para ahuyentar el espanto que nos trata de pisar la cabeza con tanto número de por medio. Aquí se puede tirar la casa por la ventana con seriedad.

Al fondo aparece una sala rectangular alrededor de la cual una serie de divanes conforman el graderío desde el que el público, formado por la asidua parroquia y por aquellos que como yo, una vez que saborearon el primer vaso, no encuentran resistencia a la reincidencia y acariciamos las palmas para acompañar una rumba o incitar al espontáneo a que haga de las suyas metiéndose en camisa de once varas olvidando el estribillo del blues de la madrugada. Esto es un claro ejemplo de que como fuera de casa de uno no se está en ningún lado.

Dos guitarras andan sueltas, siempre y cuando no se encuentre por aquí Andrea, palabras mayores en lo que a talento se refiere, o David, junto al que se puede formar el taco en un santiamén porque por sus venas transita el espíritu del duende trianero en su máxima expresión. De que todo se encuentre en perfecto desorden, entiéndaseme, se encarga Jorge, un pive de los que van quedando pocos, ese tipo de tíos a los que no les cabe el corazón en el pecho, junto con Carlota, anfitriona ejemplar, risa infinita, gloria bendita. Detrás del mostrador se encuentra el Marqués, la sabiduría de muchos tiros pegados desde esta trinchera, que acoge al sediento con lo brazos abiertos y siempre sabe cómo hacer para que todo fluya en esos pocos metros cuadrados. Y de ponerle las guindas al pavo se puede encargar cualquiera porque aquí la poesía alicata las paredes, de modo que sobra con dejarse llevar para que las horas pasen con la sensación de que será una pena bajar la persiana aunque, eso sí, con la seguridad de que mañana continuará el reguero de versos en los adentros de este túnel fiel a los principios de la bohemia.

Cuando llegué a Triana me avisaron de que esto era otra historia, de que por estos lares se respira otro aire, de que los relojes son un perfecto adorno y de que la mayor preocupación es sentirse vivo y sano para poder apreciar la vida desde este barrio. Sin duda, a los pocos días, pude ser testigo de ello viéndome envuelto por la hospitalidad que desea el viajero y por un anhelo de parar el tiempo para poder tocarlo, para cortar un trozo y llevarlo siempre conmigo como el perpetuo retrogusto del whisky canadiense del Túnel de Triana..