martes, 17 de julio de 2012

El pintor de botellas.






Cada mañana ejercía con rigor su ensayo sobre una nueva figura con la instintiva naturalidad con la que se llevan a cabo los actos más cotidianos. Se acercaba a su figura favorita como a un ser querido, como a su ser más querido. El contorno de la misma salía de la mano con la inercia propia de quien lo ha ejecutado miles de veces, aunque todas distintas por vocación y convicción, y en el interior de cada una de ellas depositaba un trozo de su existencia, un latido, un suspiro de satisfacción, un mensaje de esperanza. La dedicación era absoluta en torno a la silueta elegida para conformar, desde un inexacto punto de fuga tras el que generalmente colocaba un sol o una luna, un fogonazo de luz, un estallido cromático en el que los ojos encontrasen un aliado de la alegría, un paisaje material con vida propia. Los pasteles convivían ordenados, en viejas cajas de madera que en otros tiempos albergaron habanos, hasta que uno a uno iban saliendo a la escena para mezclarse en una anarquía sobre la que volaba la imaginación olvidándose del planeta, aislándose del mundanal ruido, escapando de la adversidad del simplismo de las lupas de las cucarachas, sumergiéndose en el incontrolado aliento de la inspiración rodeado de la música clásica del silencio.

El café y las musas del tabaco mezclado con hachís, la luz por la ventana; una mancha de humedad en la que adivinaba algo parecido a lo que andaba buscando, como en esa investigación del autista que ve un mapa de Europa en una pared desconchada. El ensimismamiento sobre las ideas de los particulares cánones de belleza en los que se encerraba día y noche sin querer salir de allí, sin proponerse conocer nada más que aquella locura. La levedad de la sonrisa satisfecha de una sombra con la que la iluminación ahora era perfecta. Todo empezaba y terminaba en esa habitación en la que cabía un universo de ceras, acuarelas y pinceles, de difuminos, algodones y carbones, de partituras de la magia del sonido de una punta arrastrándose sobre una lámina que gemía de placer al sentirse habitada por un huracán de sensibilidad y de ternura. Todo un mundo poblado por trozos de lija, papeles de seda y bocetos de las diferentes posibilidades, por cartulinas y barras de pegamento para el auxilio del collage, por la burbuja del placer de la creación de lo que nunca ha sido visto sino en sueños, en esos paseos por las calles de la fabulación aderezada con cansancio.

Miraba las obras una y otra vez, de lejos y de cerca, desde todos los ángulos del cuarto, y se decía a sí mismo que podría quedarse así, ni una pincelada más. Llamaron a la puerta pero nadie contestó, nadie dijo ya voy, no se oyeron pasos, solo un sosiego cargado de misterio; solo el vuelo de una mariposa posada sobre una vela, más allá de un rayo de luz procedente del amor, y tras mucho mirar, tras mucho buscar algún rastro suyo lo encontraron en el interior de una botella, refugiándose en un sueño con el que mañana volver a crear un mundo nuevo.


4 comentarios:

  1. Querido Clochard:
    Según iba leyendo me invadía una tristeza y por poco dejo de leer...si buscabas conmover al lector en mi lo has conseguido.Pero,¡que triste!
    Un abrazo muy fuerte!!

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    1. Uno no busca conmover a nadie, al menos en mi caso, sino a uno mismo. Quiero decir que en principio se empieza a escribir por el mero placer de hacerlo y luego, luego puede que un atisbo de conciencia haga que te pares a pensar que será leído por alguien. Escribir es una magnífica terapia para sacar la tristeza y no dejar que te coma por dentro. Gracias por haber llegado hasta el final.

      Mil besos.

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    2. You always read to the end of my days ...

      A thousand kisses and hugs!

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    3. Ohhh!!! llu espikingli beriguel. Hay joup dat llu guiil jaf e gud dei. Zenki, mai darlin.

      Mil besos.

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