martes, 19 de febrero de 2013

Tumores del siglo XXI.







Al leer de Juan José Millás que él siempre se ha preguntado cómo pasará el tiempo en una lata de sardinas me ha venido a la cabeza, siendo yo un gran aficionado a las sardinas enlatadas, si acaso tendremos alguna idea de la composición de todo cuanto nos llevamos a la boca, o de lo que se encuentra en el interior de una de esas latas además de las sardinas. Ahora que en el Reino Unido resulta que en las hamburguesas de vacuno hay carne de caballo, y en los canelones y raviolis de una multinacional, que ha sido el paradigma de la alimentación infantil durante decenios, han sido halladas igualmente anomalías en su composición, y que hace años se analizó un trozo de carne, por llamarlo de alguna manera, procedente de un Mc Donals en el que fueron descubiertos restos de animales poco dados a la mención y mucho al asco y a las arcadas que nos provocaría el hedor de una alcantarilla, parece que estamos dispuestos a comérnoslo todo igualando nuestro gusto por otros aspectos, vendiéndolo todo disfrazado adecuadamente para estrujar las posibilidades del fraude aun a riesgo de poner en peligro la salud pública. No andamos todavía muy lejos de la gripe aviar, de la crisis de las vacas locas ni de la peste porcina cuyos frutos han configurado un panorama de gérmenes de los que podrán salir futuras anomalías genéticas difíciles de diagnosticar, desconocidas hasta el momento, y que acabarán en el saco de las enfermedades raras hasta que sus secuelas sean sufridas por miles de afectados que hoy no reparamos en la importancia de valorar lo que nos metemos en la boca.

Cuando entro en un supermercado me quedo impresionado, siempre, de la cantidad de productos que hay, de los envoltorios que reposan sobre los estantes, de los nudos y lazos, etiquetas, códigos de barras, procedencias, variedades de un mismo alimento y carteles en los que se ofertan artículos dando a entender que se trata de la oportunidad del año, como si fuera la conmemoración de una fiesta o la epifanía de un ingrediente en particular. Dos por uno, tres por dos, ahora o nunca, inmejorable oportunidad, lléveselo, no lo dude. Hay de todo, y todo muy bien puesto y maquillado. La abundancia es la tónica dominante, porque las firmas que representan a estos establecimientos no se pueden permitir dar una imagen de precariedad y penuria, de deficiencia, aunque haya que tirar un montón de género a diario, todo sea por la causa de la apariencia, porque es importante y vende más ver las instalaciones con aspecto de bodegón que invite al consumidor a lanzarse sobre los botes, tarros, bolsas, paquetes envasados al vacío, cubos, latas, botellas y recipientes en los que encontrará un motivo, pasados unos días, para destinarlo al lugar de los desperdicios, aunque los contratos basura y la política de trato al personal deje tanto que desear como la falta de tacto para repartir esos excedentes. Ni más ni menos: compramos en abundancia y promovidos por la tentación de las ofertas, por esos paquetes en los que se dice que un tanto por ciento es de regalo, o que comprando uno te llevas la posibilidad a cuestas de participar en un sorteo, o que ahora tienes diez metros más de papel higiénico pagando lo mismo si te llevas un fardo para el que después no encontrarás sitio en tu casa, y los rollos acabarán apareciendo en el lugar menos pensado, en cualquier armario o cajón, de esos que nos aproximan al síndrome de Diógenes, a los que van a parar las cosas que no se sabe si un día nos podrán hacer falta.

Se está hablando mucho en los medios, desde hace unos meses, de la ingente cantidad de alimentos que acaba en los contenedores de las postrimerías de los supermercados, utilizando el argumento de las fechas de caducidad y los mínimos desperfectos de envasado que pueden dar lugar a que el cliente rechace dichos artículos. Ahora, una vez que ésto ha sido dado por activa y por pasiva en prensa, radio y televisión, parece que estamos entrando en ese trance de desinterés propio de la comida recalentada porque nos suena demasiado, y aunque sabemos de la gravedad del asunto, a no ser que seamos unos menesterosos no prestaremos más atención de la que nos dejen los minutos en los que no saber qué hacer con el mando a distancia. Hay algo en la convivencia, en la propia existencia, en la parte triste de la naturaleza humana, que nos lleva a una cierta indolencia y a mirar para otro lado, no ya a los que afortunadamente todavía podemos abrir una lata de sardinas sino también a los que pueden realmente hacer algo, a casi todos, debido a la cantidad de ingresos que generan a diario, y se resisten a formar parte de la cadena de sentido común que haga que el barco en el que navega esta sarcástica situación atraque en mejor puerto que en la simple rada de la limosna a cambio del favor publicitario.

 Entre una cosa y otra, entre que lo que nos llevamos a la boca es cada vez más pertinente de ser calificado de artificial, y lo que acaba tirándose, hay un hueco por el que se escapan las leyes que instauran los márgenes de caducidad, los plazos y las fechas en las que se supone que los productos pueden ser ingeridos, y todo huele, además de a plástico, a chamusquina, a trampa. Es inconcebible que lleven fecha de consumo preferente hasta las botellas de agua mineral mientras que hay analistas que aseguran que el agua de algunas ciudades supera los niveles de calidad de algunas de las que se encuentran en el mercado. Todo parece salido de un cri¡ucigrama de arreglos comerciales en los que quienes ponen orden son los los miembros de las mesas en las que se debate acerca de marketing, consumo, ganancias, límites, estrategias, como cuando en el siglo XIX se reunían los jefes militares ante un plano en el que decidir cuál iba  a ser la maniobra con la que contraatacar al ejército enemigo, tratando de ocupar todos los flancos para que ningún detalle quedara al descubierto. Antes se simulaba con soldados de plomo y ahora con gráficos en los que una linea se encarga de afilar los colmillos de los sabuesos, en cuyos maletines hay un sandwich plastificado porque no les queda mucho tiempo para pararse a pensar en algo mas sano que no sean las enfermizas cuentas que originarán los tumores con los que tendremos que aprender a sobrevivir en el siglo XXI.

4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Espero que todo vaya bien, y que la dieta sea sabrosa y te benefiecie.

      Salud.

      Eliminar
  2. Vaya esperanzas que nos das Clochard."Que se pare el mundo que me bajo"...Un abrazo sin aditivos!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Los encargados de dar esperanzas bien saben que no quieren porque no les interesa, porque les da lo mismo que se funda la tierra al día siguiente de haberse ido ellos al otro barrio.

      Mil abrazos.

      Eliminar