martes, 16 de abril de 2013

Complejo de Edito (riales)







Leyendo una serie de textos escritos entre 1941 y 1951 por Pedro Salinas, titulados La responsabilidad del escritor y otros ensayos, en los que sorprende la sencillez con la que muestra su contagioso amor por la cultura, en torno a algunos aspectos vinculados con el mundo del escritor y de la literatura, me viene a la cabeza la ingente cantidad de publicaciones que cada año se llevan a cabo en España. No he mirado las estadísticas pero creo que no andamos muy mal situados; según me rumorean ocupamos uno de los primeros lugares del mundo en número de éstas, si no el primero, aunque parece ser que en lo concerniente a calidad estilística y temática no nos encontramos tan bien situados, y mucho menos en lo correspondiente a la erudición de algunos autores.
Para darse cuenta de buena parte de la actual oferta de las editoriales, y asistiéndose del sentido común del que suelen disponer los buenos lectores, sin que por ello haya que hacer un kilométrico recorrido por los cinco continentes, es suficiente con asomarse al escaparate de cualquier librería que se precie, una de esas que siempre ha mostrado en primera plana las novedades más significativas, a las que uno se dirigía con la segura premonición de volver a caer en la tentación y acabar comprando un libro independientemente del estado del bolsillo, cuando parecía que escribir un libro estaba reservado a unos cuantos privilegiados dotados de un envidiable talento, virtuosos pensadores y magnánimos retratistas de los sentimientos, usos y costumbres con los que reflejar la historia en el documentado y estilizado mensaje implícito de una novela,  en una serie de cuentos, o en un grupo de poemas pertenecientes a la profundidades de una razón artística ejemplar, para contemplar que ahora ese mismo espacio expositivo está plagado de otro tipo de novedades que vienen a ser el termómetro de las inquietudes de aquellos que se sienten cómodos con un libro entre las manos: lo que se vende.
Es evidente que el natural trascurso de la vida necesita cambios, la llegada de nuevas generaciones que tomen el relevo y agranden los senderos de la investigación; la puesta en práctica de nuevas técnicas con las que mostrar que aún se puede incidir y ahondar en los mismos ambientes pero de diferente manera; la experimentación de estilos tras la que puede que surja el hallazgo de uno nuevo, siempre y cuando ésta sea lúcida, cautelosa, interesante, inteligente e ilustrada; la perseverancia en las temáticas, que por razones de memoria y conciencia históricas conviene no dejar de lado, aportando nuevos datos que esclarezcan lo que aún no ha sido dilucidado por completo. Todo esto forma parte de la evolución, del caminar al son de los tiempos, del estar a la par del cúmulo de circunstancias que cada día afloran sobre la faz de la tierra, pero dejan de ser todo lo intelectualmente nutritivas que sería deseable al abrirse discriminadamente paso sobre campos en los que como único objetivo se encuentra el cultivo del interés por la venta, dando igual el paupérrimo bagaje de las materias, que se manejan con la misma falta de escrúpulos que de cariño cultural cuando por ejemplo los relatos se basan en bochornosas biografías de famosos de la pantalla, escritas por una tercera persona, un negro, a cambio de una miserable cantidad de dinero, o cuando comienza a dar la sensación de que cualquiera que disponga del capital suficiente para afrontar la factura de la editorial, y forme parte de la plana de las admiradas personalidades por la plebe que se niega a intentarlo con literatura de verdad, puede salir a la palestra diciendo yo he escrito esto, sin saber hacer la o con un canuto.
Hace referencia Pedro Salinas a Balzac, dedicándole la parte final del libro al que me refiero al principio de esta entrada, comentando que siempre le acució al autor francés el afán por ganar dinero, para pagar deudas y para demostrarse así mismo y a su familia, fundamentalmente a su padre, que llegaría a ser alguien: uno de los hombres más célebres, como de niño solía decirle a sus hermanas. No descansaba, parecía de hierro su voluntad; día y noche, sus horarios, desde la media noche al medio día, sin dejar de tomar café, y volver a empezar tras un leve descanso, inducen a pensar en un estado cercano a la locura; una obra tras otra, pero la cordura y maestría de sus escritos demostró que este hombre, aun escribiendo sin parar, no levantó el pie del acelerador de su exigencia para con sus trabajos, tuvo la honradez de dedicarse en cuerpo y alma, además de por dinero, por una pasión sin parangón cuyos manuscritos corregidos una y otra vez acababan teniendo el aspecto de un mapa en el que se cruzan miles de líneas, cosa que, por cierto, le costó muchos francos en imprenta y le llevó a más de una curiosa deuda.
Esa responsabilidad, ese hacer las cosas con pasión, tanto en lo artístico como en lo comercial, ha calado en el mundo de las editoriales y en la tendencia de los lectores, de los nuevos aficionados, pero de una diferente manera, de forma que nos encontramos, best sellers y premios incluidos, ante un desalentador panorama ya que parece que todas aquellas obras para las que se requiera una cierta dosis de esfuerzo, un acercamiento a la superación personal, no van de la mano de lo que se lleva, no corresponden con lo que está de moda, influyendo negativamente en aquellos inocentes autodidactas que necesitan brújulas con las que orientarse y referentes a los que dirigirse para avanzar en sus conocimientos, parte de cuya responsabilidad se encuentra en las editoriales, que le harían un majestuoso bien y favor a la sociedad si se dedicasen a no pasar tanto por el aro de la literatubasura, por llamarlo de alguna manera, ya que para eso, para contar esos infames y retorcidos culebrones enlatados y elaborados en serie y con molde, existen otros métodos más persuasivos a los que se puede dirigir la clientela en pos del mismo gozo por menos esfuerzo, y encaminar sus ánimos a volver a sentar las bases de la difusión de la cultura con mayúsculas.

2 comentarios:

  1. Clochard:
    También he leído muchos artículos en los que se dice que en España se editan muchos libros pero que no se lee lo suficiente.
    Da grima ver en los expositores libros escritos por petardos que cuentan tonterías pero es lo que hay.
    De todos modos también hay mucha gente que lee cosas normales, pero no se nos ve tanto.
    Salu2 librescos.

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    1. Dyhego:

      Bien es cierto que no todo lo que se publica es deprimente, hasta ahí se podría llegar, pero existe una tendencia, una facilidad descarada, derivada de la creación de malos lectores salidos de las lecciones de la telebasura y de los injertos informativos que nos meten por los ojos, que fomenta que pase lo que pasa. Afortunadamente, por otro lado, siempre hay mentes lúcidas a las que agarrarse.

      Salud.

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