martes, 23 de abril de 2013

Día del libro.




Hay un día para cada conmemoración, para cada recuerdo noble que nos lleve a una buena causa, al buen puerto de los beneficios más interesantes, a un acto generoso y nada forzado con el que remitirnos a una de nuestras aficiones predilectas, en la que dejarnos llevar de tal manera que el reloj parezca marchar más a prisa de lo naturalmente propio en el transcurso del tiempo, a la vez que lo suponemos parado. Estos son los días que en nobleza se emparentan con el del libro, que se celebra hoy y en el que se llevan a cabo rituales tan románticos como el de la recíproca entrega de un ejemplar y una flor entre parejas, en Cataluña; todo un gesto en el que se funden el amor y el talento, la admiración y el estudio, la curiosidad y el afecto, un gesto que denota mucha grandeza, como la que encierran la página impresa en la que descubrirse a uno mismo, como se descubre la fragancia de la flor al acercarnos a ella.
Hoy las plazas principales de las capitales de provincia adquieren un cierto aspecto de mercadillo, con esas casetas en serie dentro de las que se exponen clásicos y novedades, comics, volúmenes de fotografía, cuentos, obras de teatro y poesía, y a las que se acercan tanto los curiosos como aquellos otros con más tablas en esto de la lectura. Plazas en las que se montan escenarios para que algún escritor firme su última obra o la presente ante el público de la calle, en las que se reparten folletos informativos de interesantes publicaciones y otro tipo de actos en torno a la cultura, y en las que el movimiento de los cuerpos de un stand a otro es sinónimo de que el atractivo de los libros encierra algo tan misterioso como delicado es el zigzagueo al que se ve sometido el intelecto cuando penetra en la fortaleza de la magistral exposición de un pensamiento escrito.
Por eso, por lo que tienen de reunión, de comunitario y comunicativo, parece que la celebración del día del libro ostenta un punto más de pacífica jovialidad de lo que lo pueda tener cualquier otra conmemoración que celebre el lado bueno del género humano, que lo tiene, y de desinterés por otro tipo de cosas más engorrosas y perjudiciales que a menudo nos rodean, y con las que curiosamente no nos cuesta trabajo convivir, en ese peligroso acomodo por el que no recibimos nada bueno a cambio, sino un montón de falsas pistas, para supuestamente liberarnos, que resultan ser el camino hacia el patíbulo con las misma facilidad con la que un burro sigue a la inalcanzable zanahoria colgada frente a su hocico.
Resulta, este día, ser un bálsamo de tranquilidad, una tregua en la que una celebración se justifica de pies a cabeza y nos hace recordar de la necesidad de los libros, de los buenos libros. Y pensándolo todo, también piensa uno que tal vez si no se celebrase sería un indicativo de la poca necesidad de recordar la importancia de la lectura, como dándola por supuesta y puesta en práctica como uno más de los hábitos sin los que concebir la existencia, como esos habitantes de Momo, de Michael Ende, que si dejaban de fumar se morían, siéndonos indispensable leer para poder seguir vivos, en una sociedad con unos valores encauzados hacia otros derroteros diferentes a los que gobiernan el mundo de hoy, en la que las celebraciones no estuvieran claramente marcadas por el ámbito comercial.
Pero al margen de eso, de las ganancias, del marketing y las ventas y las preocupaciones del sector editorial en el mercado, el beneficio del libro puede ser encontrado en centros públicos como las bibliotecas, en las que gozar de tardes enteras de esa soledad tan bien acompañada, en la que se suele refugiar el pensamiento en busca de alimento de la mano de tantas y tantas mentes lúcidas que abarrotan los estantes, con una ingente cantidad de títulos alfabéticamente colocados cuyo colorido ya es de por sí uno más de los atributos de la belleza de ese bosque de la sabiduría, en definitiva un buen lugar par celebrarlo.
Afortunadamente, a pesar de que no se haya caracterizado nunca España por ser un país rico en lectores, al menos en lectores inquietos por remover en los clásicos y en los referentes intelectuales de quienes más interesantes opiniones brotan en relación con la problemática de cada época, si que se ha ido notando últimamente un cierto aire de organización lúdico didáctico, en las bibliotecas, en pos de la consecución de nuevas generaciones de lectores bien formados desde la infancia, con la puesta en marcha de interesantes calendarios salpicados con jornadas de cuenta cuentos, y con la creación de clubes de lectura, encargados de fortalecer en las lides de enfrentarse a un texto a los ya iniciados, y de iniciar a aquellos que no habían tenido el tiempo necesario hasta el momento, o sencillamente no se habían planteado la maravillosa dedicación en la que encontrar más vida dentro de esta vida. También, y por fortuna, cada vez son más frecuentes las presentaciones de libros en los salones de actos de las bibliotecas, junto a la elaboración de planes de formación para aficionados, en forma de talleres de escritura, con los que poner a  disposición de cualquiera, sea cual sea su experiencia anterior, la posibilidad de introducirse por los senderos de esa sanamente envidiada habilidad que hacía tanto tiempo le andaba llamando la atención: la escritura, la expresión escrita para decir lo que se quiera de manera más personal y poética, con un trasfondo más profundo, con una carga de significado más auténtica, particular, sugerente y original, y sobre todo sincera y afín a uno mismo, fotografiándose en cada frase y gozando con ello.
De modo que, de una una u otra manera, comprando, asistiendo a determinados actos, estudiando, escribiendo u hojeando todo son ventajas con la compañía de los libros; son como tesoros dentro de los cuales poder resolver las dudas más severas, encontrar la tranquilidad necesaria y sentir el crecimiento personal a base del sencillo acto de saciar la inquietud que nos mantiene vivos.

FELIZ DÍA DE LIBRO, COMPAÑEROS.

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