sábado, 27 de abril de 2013

El tercer espejo.





Escucho en la radio que un niño de dos años que nunca se haya mirado en un espejo, en el momento de verse por primera vez en una fotografía no sabrá reconocerse, ni tampoco en ese mismo espejo si así fuera. A partir de esa primera ocasión, en la que tenemos constancia de nuestra apariencia, todo son fases de reconocimiento, sea donde sea el lugar en el que nos veamos reflejados, hasta llegar al casi enfermizo hábito de mirarse en los escaparates, en los retrovisores del primer vehículo que nos pille a mano, en las sombras, en cualquier resquicio en el que podamos adivinar nuestra presencia, aunque sea de refilón y casi imaginándola. 
A parte de la tiranía a la que nos pueda someter un espejo, dando por hecho que tal autocracia existe, no podemos negar que necesitamos de ese instantáneo vistazo para darnos la aprobación antes de salir a la calle. Una arruga, el pelo no todo lo liso o rizado que quisiéramos, la ropa en conjunto, el brillo de los zapatos y el contraste que éstos puedan hacer con el resto de la indumentaria, lo corto, lo largo, lo estrecho o lo ancho, existen muchos matices para que el presumido y el no tanto, a la hora de emperifollarse o sencillamente arreglarse un poco, se den un sí definitivo que les permita un aire de solvencia y libertad que sin ese asentimiento hubiera sido imposible conseguir. Esos son los espejos reales/materiales, cuya misión es el puro y duro reflejo de nosotros mismos. Pero hay otra refracción, que viene dada de los referentes personales, de los gestos y ejemplos y actos, de la sabiduría y la destreza, de las habilidades e inteligencia de otras personas, ese alguien en el que mirarnos, que puede ser un espejo en el encontrar rasgos que tienen mucho más que ver con nuestra personalidad que los hallados en los estrictamente materiales, que se limitan a examinarnos de arriba a abajo en nuestro aspecto exterior y de cuya relación con los cuales podemos acabar acaparando una idea de nosotros mismos, tan banal, que nada tenga que ver con lo que objetivamente somos. Dichas referencias pueden ser llamadas segundos espejos o primeras instancias del tercer espejo o espejo interior al que luego nos referiremos. Tales son, y las siguientes, mis cábalas al respecto de lo que estamos tratando.

Después de haber oído a los contertulios, lo que más me ha llamado la atención ha sido ese último aspecto de los espejos humanos con los que poder mirarnos a nosotros mismos - que he decidido bautizar como tercer espejo-, y llego a la conclusión de que es tan cambiante, tan moldeable con el tiempo y las circunstancias, tan frágil, que las probabilidades de fracaso son muy altas debido a la enorme influencia a la que se ha visto sometido por el reflejo de muchos segundos espejos, a pesar de no negar que es incuestionable la necesidad de ampararnos en patrones y en deseos de pisar las huellas que otros dejan marcadas en el camino como si del rastro de la buena voluntad se trataran. Quiero decir que está bien, de hecho un niño tiene como primer ejemplo a su padre y a partir de él se forjará en una serie de hábitos porque se ve plasmado en la sombra que proyecta esa primera luz, pero más tarde cobra especial importancia la capacidad de selección de la que disponga el individuo para quedarse o despojarse de alguna característica que otra, aunque cueste una guerra interna muchas veces difícil de ganar, deduciendo que es a partir de ese momento cuando cada cual puede encontrar un espejo dentro de si mismo, que vendría a ser el tercer espejo al que aludimos, forjado en la capacidad de análisis de tantos cuantos espejos se haya atrevido a enfrentar con anterioridad.
El tercer espejo debe ser algo parecido a la conciencia, al otro yo más representativo, el más libertario y dictador, el inquisidor y permisivo, ese que no se acuerda de las batallas que tiene que librar para que le quede todo lo bien que quiere la ropa con la que tanto discute frente al espejo material, y se ocupa más de los aspectos éticos que marcan nuestra conducta estableciendo los cimientos del edificio de los valores y las ideas a partir de las que llegaremos a ser lo que sea; y para pulir ese ego nada mejor que mirarse al tercer espejo. Podemos encontrar fructíferos diálogos con terceros espejos en la escucha y en la lectura, en todas las artes, en la humildad, en saber decir que no, en la protesta justificada con argumentos que dispongan del suficiente peso como para que solidariamente salga con una pancarta la mejor parte de nuestro orgullo y se una a la manifestación; Así pues los terceros espejos, y el continuo diálogo con los mismo, son un referente ineludible, que con la ayuda de los otros debidamente seleccionados modelos humanos, nos pueden acercar a la máxima de Píndaro según la cual tenemos que tratar de llegar a ser quienes somos. Para ello es imprescindible que ese tercer espejo nos diga la verdad, y ahí el asunto comienza a tener los indeseables y truculentos tintes que desmejoran la imagen de la reacción en cadena.
Si el poder corrompe o no ya no lo vamos a discutir, amen de las aspiraciones que esté dispuesta a proponerse la, de momento, incivilización; de modo  que nos encontramos en una mal formada sociedad desde el embrión, ya que la mayoría de los arquetipos a los que anhelamos parecernos pertenecen, en su mayoría, a una caterva de corruptos que no es fácil detectar con rapidez, sobre todo si el embelesamiento está debidamente regado con la manipulación de los medios y una detestable imposición de aburridos entretenimientos, que forman parte de la dieta de la cadena de montaje de la factoría de los pasos del cangrejo. Afortunadamente no a todos nos sucede lo mismo, y con las migajas de esa lucha van saliendo, por aquí y por allá, algunos que otros Quijotes, que sin querer salvar el mundo se imponen la soberana voluntad interior, emanada de sus terceros espejos, de no darle más hilo a la cometa de los altos vuelos de la mediocre pereza intelectual, que a cada instante se nos trata de inyectar en la vena del cerebro. Dicho lo cual, aunque en apariencia observemos que muchos espejos se encuentran rotos, hechos trizas, puede que nos llevemos una grata sorpresa, siempre y cuando estemos dispuestos a enfrentarnos con nosotros mismos, y comprobemos que con la sola reparación de uno de ellos habría mas posibilidades de que nos cantase otro gallo y menos ocasiones de quejarnos por la gazmoñería encerrada en la falsa materialidad. 

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