lunes, 15 de abril de 2013

La real gana.





Luego de haber asistido a una serie de televisivas y radiofónicas sesiones, en las que se debate sobre el estado de la situación actual, a cerca de sus causas y consecuencias, en las que intervienen economistas y políticos, periodistas e intelectuales, uno sale de ellas con la insobornable sensación de que se le da una y otra vez vueltas a lo mismo sin llegar a ninguna resolución con la que aspirar a dejar de agonizar, de que cada vez se van añadiendo nuevos datos que complican la investigación de los palmarios casos de corrupción que franquean la actualidad de los diarios, que colman el vaso de la paciencia de quienes realmente contribuyen y no se llevan el dinero a ningún paraíso fiscal, casos que tardarán años en ser fallados por un tribunal, entre cuyos miembros tampoco reina la unanimidad, y con la cansina sospecha de volver a encontrarnos frente a un culebrón basado en la cruda realidad que millones de personas se encargan de llevar a sus espaldas, ejerciendo de mulas de carga del desajuste ético existente, hasta que no puedan más, hasta que digan hasta aquí hemos llegado.
De esto, de la manipulación y el aprovechamiento que se hace de la insostenibilidad para convertirla en caldo de cultivo del morbo informativo, cuyos principales ruedos son los partidistas platós de televisión en los que a la primera de cambio aquello se convierte en una auténtica jauría, se extrae una rápida conclusión: que los toros vistos desde la barrera son muy fáciles de torear, y que por encima de todo en España gusta mucho eso de justificarse utilizando argumentos plagados de mojigaterías y estupideces, que para nada recuerdan los errores del pasado ni se plantean cooperar a dos bandas en beneficio de todos, sino más bien que la contumaz doble vertiente ideológica, las dos Españas, sigue estando en vigor y que efectivamente, como alguno de los asiduos a ese tipo de programas ha dicho alguna vez, España es un país de chorizos, a falta de ver quien se salva de tal condición.
Parece que se trata de llenar una serie de franjas horarias con el mismo tema, y el olor y sabor a comida recalentada comienza a estragar los cuerpos de la ciudadanía, cada vez menos dados a dietas que aumentan el nivel de enfado en sangre, y lo que puede llegar a ser sociológicamente peligroso: desvirtuar el carácter de la indignación, hacer que ésta muera por aburrimiento, cuando de lo que se trata es de que sirva para algo, para despertar conciencias, para aunar esfuerzos, para darse cuenta de que no vale de nada que unos a otros se estén continuamente tirando los trastos a la cabeza, que la verdad, se pongan como se pongan solo tiene un camino, y que las consciencias que han de empezar a moverse con más celeridad y ejemplo, en forma de firme e inamovible protesta, son las de quienes salen en la pantalla resolviendo el mundo dando a conocer con objetividad el abuso al que estamos siendo sometidos, deslindándose de las rémoras intelectuales que supone la obcecación en los dictámenes ideológicos. Si alguna función tienen los filósofos, eruditos y pensadores mejor dotados, es esa: enseñar la luz y, en la situación que nos acucia, denunciar que las prácticas que se están llevando a cabo ponen de manifiesto que se está tomando a la gente por tonta.

Sorprende ver y escuchar a personas muy preparadas, fundamentalmente economistas, que hablan muy claro, que lo explican todo sin que mengue un instante su énfasis en todo lo que dicen, convencidos, seguros de sus afirmaciones, algunas de las cuales se asemejan a ese tipo de lecciones que hace tiempo a uno le hubiera gustado recibir con semejante claridad, entendibles por todo el mundo, por la portera y por el ingeniero, por el camarero y por el ministro: blanco y en botella. No parece, por tanto, cosa difícil ponerse de acuerdo en algo que cae por su peso, en el dos y dos son cuatro de toda la vida; sin embargo acabada la sesión a uno le viene a la cabeza esa escena de lugares comunes en la que en una aguda clase de etimología Federico Luppi interpreta a un profesor que explica el origen de la palabra Lucidez, derivada de lucifer, de infierno, tratando de explicar la manifiesta relación entre el sufrimiento experimentado por aquellos que caen en una especie de impotencia por el mero hecho de ver las cosas con demasiada claridad, no pudiendo dar crédito al despropósito consentido y premeditado, achaque para el que no hace falta ir a Salamanca, basta con ser un honrado trabajador a quien le gusta que se porten con él de la misma manera que él trata de colaborar con su entorno.
Tras el prontuario de ideas y soluciones expuestas, no queda otra que volver a preguntarse por qué no se llevan a cabo dichas teorías por parte de los dirigentes, qué es lo que les hace retrasarse tanto cuando los expertos en materia económica están hartos de dar las claves para salir del foso y no caer en otros cráteres que pueden resultar aún más pantanosos. Estas preguntas les están siendo reiterativamente realizadas por los más inquietos profesionales de la comunicación a esos gurus de la economía que, con gráficos y pizarras, tiza en mano nos muestran el sencillo trámite que separa la estabilidad de la caída en picado, los resultados de los ingresos y los gastos de los últimos años, las alarmas que deberían haber saltado y nadie se explica el cómo ni el por qué no ha sucedido.
La contestación más escalofriante y habitual, hasta el momento, es algo así como que si los dirigentes y responsables de las administraciones no llevan a cabo medidas constructivas, que nada tienen que ver con la constante soga al cuello a la que estamos siendo sometidos por el predominio de las decisiones alemanas en toda Europa, es porque a los gobernantes no les debe dar la real gana; respuesta a partir de la cual la cara de tonto es de obligada puesta en escena para todo aquel que se encuentre escuchando, con un suspendido hilo de esperanza, las declaraciones de aquellos que de una u otra manera nos muestran que en el fondo las cosas son más sencillas de lo que parecen, siempre y cuando se utilicen los caminos de la legalidad y no se ataje por los del oportunismo, coacción, prevaricación, tráfico de influencias y demás debilidades a la orden del día del modus operandi de la clase política en general. Por la misma vía no nos debería dar la real gana, a ningún ciudadano, votar a ninguno de los candidatos, depositando en las urnas de las próximas elecciones un papel en blanco en forma de protesta y de manifestación de total desinterés por ser representados por semejante cuadrilla de mediocres.

4 comentarios:

  1. Clochard:
    Lo que hacen los políticos es marear la perdiz y esperar a que escampe.
    Sinvergüenzas que son.
    Salu2.

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    1. Dyhego:

      Y parece que entre todos, no sólo los políticos, la terminan de marear.

      Salud.

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  2. Estoy con Diego y después de todo lo que estoy leyendo en "Todo lo que era sólido" estoy convencida de tu idea final sin ninguna duda.
    Besos.

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    1. Muy buena lectura "Todo lo que era sólido". Es un libro muy aclarativo tras cuya lectura a uno le queda la sensación de que las incongruencias disfrazadas son sencillamente posibles de explicar: que no estamos locos.

      Besos, prosas y versos.

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