viernes, 5 de abril de 2013

Paisaje surrealista.





Siempre es bueno dedicarle unos momentos al pensamiento existencialista, acercarnos a nosotros mismos mediante la contemplación del espectáculo cotidiano, y si éste va acompañado de un paseo suele ser más fructífera la reflexión, al menos más cordial con uno mismo: es como si la oxigenación predispusiese al cuerpo a una mayor racionalidad. Ya decía Nietzsche que los mejores pensamientos son los pensamientos caminados. Con salir a la calle y dejarse llevar por la mirada es suficiente. Hay calles y calles, zonas de cada trayecto en las que solemos tener un encuentro casi programado de antemano, como si supiéramos que por allí vamos a volver a ver algo que nos sorprenda tanto como la última vez lo hizo la aparición de un ser que parecía haber sido sacado de la fantasía, errante y taciturno con el que en última instancia no tuvimos más remedio que identificarnos en sus paralelismos con lo que nos come por dentro, con la debilidad que tanto encubrimos, con el terror al escarmiento, con el afán por no destaparnos de una vez por todas y sentir de verdad lo que nos duele en carne viva.
Esta tarde he visto a uno de los clochards que se ha convertido en un habitual habitante de la calle Asunción de Huelva, por el que siento ese tipo de acercamiento de quienes se hablan sin mediar palabra, reposado sobre el escalón de los derruidos viejos almacenes en el que ha montado su campamento de la paciencia, concentradamente leyendo un libro del que no he podido ver el título, sin negar que he intentado averiguarlo pero, un poco por pudor y otro tanto por respeto a su intimidad, no me he detenido más de lo estrictamente necesario y no me ha sido posible saber de qué libro se trataba, aunque lo más importante es que este señor continua con esa aparente buena salud que, aunque no la quisiéramos para nosotros,  aún no ha sido atacaba por las manchas en la piel y el total deterioro de su imagen al borde de la cataclísmica mirada de la locura.
Él permanece impávido y seguro, observador de cuantos pasamos a su lado, de las señoras que salen de las tiendas colindantes con bolsas cargadas de prendas delicadas; de los trabajadores de los comercios, que todavía conservan el ímpetu propio de las presiones de sus jefes sobre las ventas, que en lugar de andar parece que huyen a paso ligero; de los niños que le miran y no se hacen una idea de lo fácil que es pasar una temporada en ese infierno; él está ahí como dirigiéndose al resto con su silencio, en mitad del paisaje surrealista del casco antiguo de la ciudad cuyos escaparates demuestran, además de una considerable falta de gusto, una escarcha sentimental que no logrará deshacer el sol de este sur señorito, presuntuoso, arrogante, envidioso, supersticioso y macabro, y frío, muy frío de sesera, como si no fuese consciente de la riqueza de su ignorado patrimonio humano, devorado por la pereza y anquilosado en la férula de quienes han asumido el mando sin mas esfuerzo que el de la mentira; esta manada de trozos de carne con ojos enganchados a sus teléfonos móviles que les impiden mirar hacia delante, este aborregamiento constante del sálvese quien pueda y maricón el último, que no se pierde una peregrinación al Rocío, a pesar de poner en peligro el presupuesto del resto del año para lo más imprescindible: para la comida y el alquiler, para lo estrictamente necesario que habrá que cubrir con chaqueta y corbata y con olor a naftalina.
Las ganas del pensamiento existencialista, con las que he salido de mi casa en dirección a la biblioteca, me han acercado a una serie de instantáneas que convierten el paisaje callejero en surrealismo, en contrastes que aparentemente nada tienen que ver pero cuya relación es inmediata, si te paras a pensarlo y tu subconsciente no ha sido hecho papilla por los sueños fracasados de las ideologías corrompidas y las propagandas con efecto placebo: el más y el menos en esta insultante ecuación de la algarabía, el despropósito, la telebasura y el regocijo de la imbecilidad más temeraria, insensata y cruel que se conozca puesta de relieve aquí, como en millones de rincones del mundo, pero aquí delante de mis ojos; el blanco y el negro sin pasar por el gris pero transparentado en el pensamiento de quienes caigan en la ferocidad del esperpento; las islas que pueblan el asfalto; las inteligencias derrotadas por la villanía de los necios: lo inverosímil, la incongruencia, la leche: mejor hacer como mi amigo el clochard y pasar página, que esto no hay quien lo aguante.

 

6 comentarios:

  1. Siempre es positivo pararse a pensar o caminar pensando o pensar que caminas positivo,la cuestión es pensar en positivo y seguir caminando...Un abrazo pensativo!!

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    1. Efectivamente, caminar que paseas camino del paseo que camino si paseo, o sea que no es lo mismo si caminas o paseas caminando a ese paso del paseo en mitad del camino; Si es que no hay nada como pasear: caminante no hay paseo, se hace camino al pasear.

      Mil abrazos.

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  2. Desde luego, al caminar se le ocurren a uno miles de ideas.
    Salu2.

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