martes, 14 de mayo de 2013

A lo largo y ancho.





Esta mañana he estado paseando por el litoral atlántico de Huelva. Me he acercado a la zona del Rompido para respirar algo de ese aire fresco del que tan necesitada anda la capital, en la que la polución alcanza cotas que superan con creces la media permitida, y ante las que parece que todavía prevalecen los conflictos de interés que impiden desplazar los polígonos industriales cercanos al casco urbano hacia lugares en los que el desarrollo de las factorías no se riña con la salud de los habitantes. Cuando uno se encuentra en parajes como este de la zona del Rompido, muy cerca de Cartaya, comprueba la riqueza que todavía tenemos, las posibilidades de encontrar un rincón en el que las hectáreas de pinos no hayan sido arrasadas por el fuego. Asalta la macabra duda de cómo lo habrán conseguido, porque aunque sea triste decirlo parece mentira que de un año para otro algunos bosques se salven de la devastación de los incendios. Son tan brutales las imágenes de la flora en llamas que cada verano han pasado a formar parte del ineludible repertorio de sucesos de cada informativo, a las que accedemos con la misma instintiva naturalidad con la que nos comemos el turrón por Navidad o nos lavamos los dientes antes de ir a dormir, hasta el punto de que día y noche se perpetúa en los noticiarios la aparición de estas catástrofes, hasta instalarse en un silencioso y monótono letargo mental, tanto como la desagradable e impotente melancolía que traslucen las crónicas de la guerra en Siria, de la corrupción política o de una nueva matanza perpetrada en Estados Unidos por un joven aficionado a los juegos de roll y las pistolas, que hemos perdido la cuenta de las hectáreas que quedan sin quemar por habérsenos escapado de las manos el asunto, por haber perdido la perspectiva del problema de tal manera que  a penas nos entra nada por el cuerpo. Iba pensando en los pinos que veía a la vez que me acordaba de las teas que el año pasado arrasaron parte de España, las mismas de las que pasados unos días ya nadie parecía acordarse. Hay que ver lo mal programada que está la función selectiva de la memoria cuando se trata de la conciencia, del futuro al que no le echamos cuentas porque para entonces ya no estaremos aquí para contarlo, del bien común, del planeta, de los que vengan detrás para los que lo único que parece que se nos ocurre dedicarles es eso tan grosero de que arreen. Esperemos que lo hagan, pero en dirección opuesta porque a este paso no llegamos.

Dejo durante un rato de pensar en eso y me centro en el camino, en lo que se muestra por delante, en la prematura aridez de los márgenes de los carriles, en las hierbas que piden a gritos algo de lluvia. A medida que uno se aproxima se va dilucidando la presencia de la arena y el mar sin llegar a otear la completa imagen de una playa, en una visión en la que se interpone el ramaje y tras la que se adivina la inmensidad del agua, dejándose acariciar el paisaje entre curva y curva en tanto se va teniendo la sensación de que debe quedar muy poco para llegar. Es frecuente la aparición, a lo largo y ancho del recorrido, de urbanizaciones que en otro tiempo no muy lejano estuvieron habitadas durante casi todo el año, pero que hacían que hoy el panorama fuese más bien el de una serie de casas en hilera, de chalets adosados, con semblante de fantasma. Cerradas a cal y canto, cubiertas por ese velo de polvo y descuido que delata que desde hace varios meses, tal vez más de lo que se pueda a simple vista deducir, no han sido siquiera visitadas. Algunas, muchas, no han sido vendidas y sobre sus fachadas penden horribles carteles en los que desdibujados por el paso de las estaciones se perciben unos números que supuestamente pertenecen a un teléfono, y reposan a la espera de un comprador llenando este crucigrama de residencias de esculturas de hormigón tristes y desfallecidas, lujosas e inutilizadas, fuera de órbita, como princesas que se quedaron sin príncipe azul que les alegrara la cara. El óxido de algunas alambradas que las rodean da fe también del poco cuidado que va quedando, de que tampoco existe miramiento por parte de las constructoras o inmobiliarias a la hora de mantener la dignidad de la fachada y el entorno. Parece que las mermadas fuerzas por la crisis no respetan a nadie, que es habitual la desatención sobre todo aquello que no parece muy dispuesto a dar réditos de momento, y ahí van quedando manzanas de hogares vacíos y a la deriva del olvido de los ricos, mientras miles de familias se debaten en el duelo del desahucio y la indigencia. Al final de un muro atisbo que hay unas letras escritas, que sin llegar a la belleza de uno de esos fantásticos graffitis con los que algunas veces se alegra la vista del paisaje urbano, alcanza a tener una incontestable carga de significado. Dice así: Vivir en una tierra tan rica y ver el poder en cerebros tan pobres.

4 comentarios:

  1. Clochard:
    Esa frase lo resume todo.
    Da tanta pena ver un bosque quemado...
    Salu2 ecológicos.

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    1. Dyhego:

      Dan pena tantas cosas, y todo como si nada, que parece que sea necesario un escudo para no ser atrapado por la indiferencia, que, ojo, puede aparecer en cualquier momento.

      Salud.

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  2. Los guardas forestales y Seprona,deberían darse menos vueltas en moto y en todoterrenos contaminando el medio ambiente y caminar más,hacer quemas controladas para que esos bosques no se quemen por las malezas y restrojos que se forman a lo largo y ancho de los montes.Y después cada uno de nosotros tomar conciencia de lo que hacemos cuando salimos a disfrutar de la naturaleza.Sentido común...En Cantabria tenemos un Lugar parecido al que describes,después de recorrer un frondoso bosque acabas por dar al litoral con sus bellas playas...Cuando quieras Clochard!!UN abrazo verde!!

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  3. Tampoco andan, digo yo, los de Seprona muy sobrados de recursos básicos, como lo son el personal disponible, para realizar todas las tareas necesarias, a lo largo de todo el año, para que la situación esté controlada, aunque entre todos algo más podríamos conseguir, está claro. Y en ese lugar de Cantabria espero que no haya tanto chalet fantasma como por la zona descrita en esta entrada. Cuando menos te lo esperes me pego una vuelta por allí.

    Mil abrazos.

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