miércoles, 22 de mayo de 2013

Eso lo hacemos todos.





Esta mañana, al volver una esquina, me he topado con una señora que venía como esgrimiéndose así misma una serie de razones, como explicándose los por qués de un plan fallido o las ineludibles pautas a seguir si quería que su próximo proyecto culminara tal y como ella lo había soñado. Al tiempo que hablaba iba mirando unos papeles con la misma atención con la que un espía se dispone a hacer uso de un mapa secreto, con cierto recelo y esbozando una de esas íntimas seguridades resguardadas del vistazo de los demás, que gustan tanto a quienes odian que miren de soslayo la contraportada del periódico que están leyendo. Ha sido justo cuando las trayectorias de nuestros ojos se han cruzado el instante en el que he entendido que el fabuloso espectáculo al que como único testigo estaba asistiendo había finalizado, como el botones de hotel que se ve sorprendido por un ruido o por una sombra que desde el ascensor irrumpe en el pasillo y le obliga a dejar de fisgar a través de la cerradura de la habitación en la que una bella dama se está desnudando, como el niño que de madrugada se acerca a la puerta del cuarto de estudio de su hermano mayor para observar cómo éste es iluminado por la bombilla de un flexo a esas horas en las que las ganas de orinar le han hecho salir de la cama; esa entrada en tribuna de preferencia para ver cómo una persona, en mitad de la calle y sin salir de su propia burbuja, como esta señora con la que me he encontrado a la vuelta de una esquina y a la que no me sería difícil ponerle un nombre, se comporta como si estuviera en su cuarto, a solas, sin nadie más a quien contarle sus ideas que a ella misma. A partir de ese momento, y debido a mi ecuánime propensión al respeto de la intimidad de los demás, que en cierto modo equilibra mi regodeo por mirar a los transeúntes y a los momentáneos habitantes de cualquiera de los rincones del paisaje urbano, se ha hecho el silencio y ha sido como si nada hubiera pasado, continuando cada cual por su camino, marchándose ella con la sensación de que yo hubiera entendido que eso lo hacemos todos y que no había de qué avergonzarse, que no cabía el complejo de la locura ni la especulación en torno al mito del bicho raro, para lo que no le ha hecho falta ni bosquejar una leve sonrisa, de esas que se utilizan en los momentos en los que a toda costa impera encontrar una justificación haciendo pasar por un gesto infantil la más absoluta demostración de sinceridad y transparencia con la que podría ir al traste la tranquilidad reinante, con la que aparentar estar diciendo pero hay qué ver las cosas que hago.
Entonces he pensado que, efectivamente, eso lo hacemos todos, en mayor o menor medida pero todos, como antídoto y primera y última fortaleza, como patria de la que solo nosotros tenemos la llave, como tablero en el que los equipos se prestan las fichas, como bosque en el que poder de verdad hablar con los árboles, como rayuela en la que vernos saltar a cámara lenta, como banco de pruebas para futuros exámenes, como mesa redonda en la que poder debatir con la buena y la mala conciencia. Nadie se salva de esa gimnasia que estimula al cerebro, en la soledad y en la muchedumbre que algunos hombres eligen para exiliarse por un rato, y que como un náufrago a un trozo de madera del barco hundido en medio del mar agarra a quienes necesitan escuchar algo y no lo han hecho todavía; a quienes se resisten a que eso o aquello no haya sido pronunciado y con la meticulosa laboriosidad de las hormigas continúan profundizando en las entrañas de la tierra de lo que buscan; a quienes rescatan un hilo de esperanza en esa postura, alejándose de la zozobra de ese desdichado y maldito no haber tenido alguien con quien hablar, con quien desahogarse y en quien apoyarse, discutiendo, siendo comprendido, ayudado, en fin acompañado por algo más que por el latente silencio que retumba en las sienes que se convierte en el martirio de cuantos se recluyen en los calabozos del retiro y no prueban a hablar con ellos mismos. Eso lo hacemos todos; eso lo hace el clochard de la calle San Jorge, agarrado a su cartón de vino y sosteniendo con las puntas del índice y el corazón una colilla apagada, mientras se acaricia la barbilla a punto de decir pienso luego existo. Eso lo hace el propietario de una tienda de ropa al que siempre veo con cara de muy preocupado, como en un perpetuo y monologado diálogo mientras atraviesa de lado a lado el interior del comercio mirándose la punta de los zapatos, con las manos cruzadas a la espalda y frotándose los dedos como queriendo sacarles brillo, diciéndose vamos a ver, vamos a ver. Eso lo haces tú y lo hago yo, eso lo hacen los desesperados y los no tanto, porque es tan natural como lo es para el alma infantil inventarse un amigo con el que jugar.






4 comentarios:

  1. Clochard:
    Es cierto que esos momentos en los que nos aislamos tanto o estamos tan absortos en nuestros pensamientos son comunes a todos pero da una pesambre cuando te pillan o te das cuenta de que alguien se ha fijado...
    ¡Anda que no mantengo conversaciones conmigo durante el trayecto al trabajo!
    Salu2 burbujeros.

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    1. Dyhego:

      Hay que entenderlo y entenderse y no avergonzarse, llevarlo con naturalidad, con la misma naturalidad con la que otros mienten y se aferran a nuevas mentiras para no ser descubiertos, destapnadose más si cabe su mezquindad; pero esto es diferente, esto es el hombre en estado puro, consigo mismo.

      salud.

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  2. No suenan igual los pensamientos cuando se les sube el volumen.Tendemos a darnos la razón mientras viajan en la mente pero;cuando los oímos nos damos cuenta de las fallas.Claro que todos hemos pensado en voz alta y además sin darte cuenta,estamos tan acostumbrados a hablar con nosotros mismos que es fácil dejarse llevar y bueno,creo yo.En su justa medida como todo en esta vida...Un abrazo con volumen alto!!

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    1. Amoristad:

      Creo que cuando nos escuchamos llegamos a entender mejor muchas cosas, que no nos hubieran sido tan fácil comprender callándonoslas y dejándolas que se pierdan en la memoria, de la que salen en el momento más cruel y menos oportuno y pensado. Me atrevería a decir que es sano, en su justa medida, claro está, que no sé cómo se mide pero seguro que existe.

      Mil abrazos.

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