martes, 4 de junio de 2013

Resucitar.




Ahora que definitivamente parece que el verano se encuentra a la vuelta de la esquina, es habitual aprovechar al máximo esas horas en las que el calor no hace acto de presencia incitándonos a detestarlo prematuramente. Cada día que pasa se van encontrando más concurridas las calles durante las primeras horas de la mañana y las últimas de la tarde, coincidiendo con una mejor y más bella óptica de los reflejos del sol sobre aquello que forma parte del paisaje urbano, exiliando de la callejera presencia humana a la franja horaria de la modorra y de la siesta;  y por debajo y por encima de todo se encuentra el momento entre mágico y sagrado del amanecer. Los amaneceres de esta época tienen la ventaja de hacer menos molesto el insomnio. A penas son las seis de la mañana cuando comienza a clarear con la sutilidad con la que se difuminan las nubes de una lámina pintada con pasteles, y en un corto espacio de tiempo la claridad se echa encima confundiendo por momentos nuestro pronóstico sobre la hora. Quien se encuentra en la cama a las ocho pensando que son las nueve le gana de esta manera una hora a la vida; y quienes se disponen a ver amanecer hallan en los albores del final de la primavera el mejor de los retratos de la salida del sol, matizando las fachadas, poniéndole algodones al horizonte, vistiendo el cielo de una tela muy fina por la que se transparenta el cuerpo de un día sin lluvia, de una anticipada templanza. No es imprescindible vivir en un apartamento con vistas al mar, ni en una casa de montaña a través de cuyas ventanas se pueda apreciar la hermosura pétrea de una cordillera, ni en el más cotizado por los fotógrafos rincón de un rascacielos, tan solo con dejar que la rotación de la tierra ejerza su monótono ritmo es suficiente, nos encontremos donde nos encontremos, para embelesarnos y dejarnos sorprender por la grandeza de la naturaleza desde nuestro humilde habitáculo del centro de la ciudad, porque los mecanismos del universo se encargan de pintar un cuadro para cada jornada, como el columnista no deja de escribir para un diario, solo que en este caso, aunque parezcan repetirse algunas expresiones, siempre es diferente; en este caso es una mina de significados, una cantera de sensaciones, un diccionario de vitalidades, una fuente de calidoscopios; y así igualmente nos amanece por dentro, nos amanece también a nosotros de la misma forma que amanece el día para entregarnos su luz, con la que resucitar.

4 comentarios:

  1. Clochard:
    Durante la mayor parte del año tengo la inmensa suerte (pese al sueño arrastrado)de ver amanecer. Un espectáculo gozoso y colorido que me recarga de energía.
    Salu2.

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    1. Es una maravilla, Dyhego, poder hacerlo. Yo no siempre lo hago, pero cuando más disfruto es cuando lo hago a drede, cuando me despierto a esa hora sólo por el gusto de ver amanecer.

      Salud.

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  2. En mi vida he tenido muchos y diversos trabajos y cada cual me ha aportado algo positivo y algo que olvidé...Hace algunos años fui encargada de una brigada de limpieza de playas de lo más pintoresca pero; eso es otra historia.Aquella época la guardo con gran cariño en mi cajón de los recuerdos sobre todo por aquellos amaneceres en las playas de Cantabria.Todo en nuestras vidas pasa por algo y depende de nosotros si nos enriquece o pasa sin pena ni gloria.Y,que me dices de los atardeceres cuando el Sol es naranja casi rojo y avisa de Viento del Sur,¡¡espectacular!!...Un abrazo crepuscular!!

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    1. Esos atardeceres son tanto o más bonitos y emocionantes que los amaneceres, sobre todo cuando se dispone del tiempo y la sensibilidad necesarios para que eso llegue a al puerto de lo que sabe a fruta recién cogida del árbol, a minutos de felicidad.

      Mil abrazos.

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