lunes, 5 de agosto de 2013

Fuegos artificiales






Pasada la media noche de ayer comencé a escuchar las explosiones del castillo de fuegos artificiales que tuvo lugar con motivo de la clausura de la celebración de las Colombinas, la fiesta grande de Huelva. En ese momento me encontraba en la cama, escuchando la radio sin prestar demasiada atención a lo que decían, más bien tratando de conciliar el sueño y oyendo esas voces de fondo que se confundían con el ruido de los cohetes y petardos con los que se puso broche final a la sacudida de alegría que inundó la ciudad durante cinco días, aunque yo no me enterara; y no ya porque no me decidiera a dar una vuelta por el recinto ferial, sino porque lo que reinaba y reina en las calles es la tristeza. Cada vez son más las personas que piden limosna sobre las aceras, en cualquier esquina, inmigrantes y españoles, gente que está en las últimas y cuyas caras son el más sincero reflejo de lo a la deriva que nos encontramos, digan lo que digan los cicerones de turno con su nariz empolvada. Pero uno pone la radio, o ve cualquiera de esos canales locales de televisión que son una auténtica caricatura del trabajo bien hecho, en los que se notan a todas luces los característicos signos de falta de independencia que provocan enfermedades emparentadas con la ceguera y la sordera intelectual, y lo que ve o escucha es al alcalde promulgando a los cuatro vientos que por unos cuantos días esto va a ser poco más o menos que algo parecido al paraíso: Huelva, la ciudad soñada, la bella, la folclórica, la ciudad del Descubrimienbto, Huelva y sus fiestas y sus conciertos y sus luces y sus gentes y sus corridas de toros, y sus borracheras de melancolía y su incultura y su mal gusto y su dominante centralismo, y su miedo y su incompetencia y su feudo de la horteridad, que todo hay que decirlo, señor alcalde, gracias a su creencia en que todavía vivimos en una época a la que a usted le encantaría volver.
Por la duración del evento explosivo calculo que no fue poca la pólvora que se quemó en honor de una fiesta que no hubiera sido lo mismo sin ese despilfarro de estruendos y fuego en homenaje de Colón, que si levantara la cabeza moriría de risa o caería redondo del susto. No importa que se encuentren en huelga los conductores del transporte público porque llevan varios meses sin cobrar, ni que las bibliotecas hayan decidido restringir su horario durante casi tres meses a cinco insuficientes horas cinco días a la semana; no importa que las inversiones en las infraestructuras de redes viales que comunican Huelva con otras ciudades estén siempre manchadas con la sospecha de las comisiones; nada de esto importa gran cosa cuando, como en toda España, se toma por tonta a una ciudadanía a la que cada día se le están cerrando con más insistencia las puertas del conocimiento y abriéndosele las del miedo. No pasa nada por que los casos de corrupción no cesen de salir en los noticiarios; no pasa nada por que hasta los jueces anden con la soga al cuello cuando se atreven a poner en su sitio a quienes incumplieron la ley y saquearon las arcas del Estado. Somos tan dados al gregarismo y a la facilona ramplonería de la abnegación rociada con lamentos que parece que no pudiéramos vivir sin que nos roben en la cara. Está tan debilitada la opinión pública decidida a pensar, y tan harta y tan cansada, que comienza a sospechar que se acabará consiguiendo un clima propicio para el más absoluto de los borreguismos. Se le mete descaradamente la tijera a la educación, a los trabajos de investigación científica, a las inversiones en cine, teatro y libros para las bibliotecas públicas; se le mete descaradamente la tijera a un sistema de salud para beneficiar a quienes consagran su riqueza en los negocios escondidos en una trama camuflada con reuniones y opíparos almuerzos, con ostentosos hoteles y coches blindados, con una serie de gastos que insultantemente también entran a formar parte del debe en el libro de contabilidad de los que apechugan con el pago de todo ello, a los que decididamente se les acaba poniendo cara de lelos perdidos, zombies, peleles o marionetas que no dan más de sí y acatan que la realidad sea como es, logrando el ansiado estado de abnegada resignación y normalización de los cánones con el prisma de la imposición como referente; y para que se nos olvide, además de que gane la selección Español de fútbol, tendremos siempre el bendito remedio de la celebración de un castillo de fuegos artificiales.

5 comentarios:

  1. A algunos les deberían estallar los cohetes en el culo.
    Salu2, Clochard.

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  2. Se despilfarra mucho en las fiestas pero,también vive muchas familias de ello,es complicado buscar un equilibrio en los tiempos que corren,tendríamos que cambiar el chip de un país entero y dejar de ganar todos un poco para que hubiese para compartir,difícil...Un abrazo gratis y fiestero!!

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    2. Bueno, Amoristad, yo creo que se pueden hacer cosas utilizando la mesura y el sentido común, y no malgastando de manera desproporcionada, en asuntos que ni fu ni fa, el dinero público mientras se deja de hacer lo realmente importante.

      Mil abrazos.

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