jueves, 1 de agosto de 2013

Y mientras tanto






Acabo de escuchar algunas de las intervenciones que con motivo de la a regañadientes sesión extraordinaria que se está llevando cabo en el Senado han realizado algunos de los líderes de los principales grupos parlamentarios de la oposición. He escuchado a Cayo Lara, a Rosa Díez y a Alfredo Pérez Rubalcaba. Todos coinciden en algo fundamental, en una de las bases de los valores democráticos: el deseable ejercicio de la transparencia y la circulación de toda la información concerniente a los movimientos de los gobernantes que puedan tener repercusiones sobre el Estado, sobre el pueblo que los eligió y que paga sus impuestos no para que quienes dirigen el cotarro, y otros tantos que andan agazapados a la espera de comisiones, sobres y beneficios a costa de un galopante tráfico de influencias, se vayan de rositas y llegado el caso elijan cuándo y cómo tienen que dar o no dar explicaciones, como es el vergonzoso ejemplo que está dando el señor Rajoy, a quien no le ha temblado el pulso para atreverse incluso a insinuar que se negaba a comparecer después de haberse descubierto que forma parte de la mayor trama de corrupción de la historia de la democracia en España, sino para que cuadren las cuentas y se nos deje de tomar por mulas que aguantan carros y carretas con el miedo siempre metido en el cuerpo. Somos un pueblo acomplejado, cobarde, indefenso, sin instinto de pensamiento propio; somos sectarios y gregarios de las más deplorables demagogias, porque aún no nos hemos quitado de la cabeza el favoritismo, el qué dirán, la chulería de los caciques y los tópicos sin los que cualquiera que no entre por el aro es visto como un reaccionario bicho raro, y el ejemplo más palmario lo estamos tomando de la clase política dentro de cuyos desarrollos internos no es tan fecundo el ejercicio de la democracia como se atreven a exigir desde la oposición, desde la barrera.

Hasta aquí más de lo mismo, el típico tira y afloja que no deja contento a nadie pero con el que convivimos en el más cruel de los letargos. La ciudadanía española lleva muchos años sospechando que ningún político le merece la pena, y a las pruebas me remito cuando a todos los que se encuentran en activo les cubre el velo del suspenso y del muy deficiente en la mayoría de los casos,  cosa que es lamentablemente así. Pero una cosa son las encuestas y otra mirar por encima del hombro a un compañero de oficina porque ha sido el único en asistir a la última huelga general. Es muy triste que una masa de millones de personas acaten que voten a quien voten las cosas no cambiarán salvo en lo que al cambio de posición del poder se refiere: millones de personas ven restringido su ejercicio democrático al gesto de deslizar una papeleta en el interior de una urna cada cuatro años; dóciles como borregos, satisfechos con su acción, celebrando la victoria del partido al que han votado y al que muy pronto no le importará un pimiento lo que suceda en la calle. Llevamos una doble vida, la de la protesta desde el sillón y las encuestas, y la de no tener valor para cuestionarnos los retrógrados e insanos hábitos con los que ejercemos a la perfección el papel de víboras, eso sí a la espalda, unos contra otros desapareciendo la urgentemente necesaria capacidad de unión para casos como la actual situación de un país derrotado por la ineficiencia y el bandolerismo de su clase política.
Acaba uno pensando que con los esfuerzos que han sido necesarios para llegar a donde nos encontramos, o a donde nos encontrábamos hasta hace poco, con todo lo que han luchado quienes anduvieron en la briega antes que nosotros, con todo lo que ha habido que mover y que sufrir y que aguantar y acatar y esperar, con todo lo que ha habido que atar a una esperanza que es lo último que se pierde, al final es como si nadie se tomara en serio que con lo que se está jugando es con fuego; porque se está jugando con la mentira y con las medias verdades que hacen tanto o más daño que la mentira; se está jugando con la confusión y con el desinterés hacia los cimientos de quienes dentro de veinte años verán desplegado delante de sus ojos un desierto al que no sabrán ni cómo meterle mano; se está jugando con la ignorancia de una ciudadanía adormilada por los sorteos del Euromillón y por los goles de Messi y Ronaldo; se está jugando tanto con todo que aunque yo me vea aquí escribiendo esto sé que a nadie se le caerá la cara de vergüenza, pudiendo continuar hasta mañana escribiendo lo que ya se sabe, lo que parece que nunca va a cambiar, a lo que nos hemos acostumbrado, lo que forma parte de nuestra vida tanto como poner una lavadora o tender la ropa. De este modo llegamos a eso a lo que José Luis Sampedro se refería cuando decía que el sistema es muy listo a la hora de aparentar que existe libertad de expresión : ustedes hablen, escriban, manifiéstense, protesten, que nosotros haremos lo que nos dé la gana. Todo lo que tiene aspecto de poder, o de pretensiones de obtenerlo, se resume en un hoy por ti y mañana por mi que abarca la inmensa tela de araña de la política internacional. Y entre todo ese galimatías de incongruencias, sobornos, miradas para otro lado, chanchullos y desequilibrios del encefalograma de la decencia política, se encuentra una sociedad corrompida por el adoctrinamiento de una falaz montaña de ideas tras las que se encuentra el más pueril de los deterioros de la civilización. Y mientras tanto éstos dándoselas de legales en el Senado. 

4 comentarios:

  1. La cuestión es que desviar la atención de lo que realmente importa y es que hay más de cinco millones de parados.Que la ley haga lo que tenga que hacer y que los políticos se dediquen a buscar soluciones a esta crisis...Un abrazo legal!!

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    1. Eso sería lo deseable, Amoristad, pero andamos muy lejos de eso; más bien parece como si todo tuviera una pátina de Sálvese quien pueda.

      Mil abrazos.

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