viernes, 10 de enero de 2014

El club de los misántropos



Entre la caterva de los que han hecho posible que encontrar un empleo sea una de las maniobras más difíciles de culminar hoy en día se encuentra ese estereotipo de empresario marcado por un infundado rencor hacia la humanidad, un tipo insano y misántropo, con tez arrugada y pinta de no tener muchos amigos, harto de utilizar las mentiras que ni el mismo se cree y de estar encerrado en el callejón sin salida de la turbina del comercio moderno. Corresponde este perfil al de una persona que literalmente no se fía de nadie, un superlativo miedoso por mucho que se las dé de correr delante de un toro en SanFermines, o de tirarse en parapente en una de sus escapadas domingueras con la que conseguir relajarse del cúmulo de quejas que recibe de parte de los encargados de sus empresas. Una pena, un sinvivir, una cosa, un despropósito de vicisitudes resueltas a base de improvisaciones a las que a la legua se les ve el plumero. Y abunda, este espécimen abunda y vive entre nosotros, instalado como un virus que se ha apropiado de los anticuerpos, como un mando a distancia sin el que no funciona un equipo y cuando funciona es la instantánea anticipación del contagio de la inseguridad. Esta suerte de hombre renegado de serlo, de vivir entre mortales que se atreven a tutearlo, inclinado a la aventura de la megalomanía sin cura, da sus primeros pasos en una infancia plagada de prejuicios y de acumulados sentimientos de inferioridad hasta que llega el momento en el que, caiga quien caiga, no mira a quién y se lo lleva todo por delante. Dinero, esa es la palabra mágica, Dinero,  aborreciblemente escrita con mayúsculas en este caso. Una vez descubierto el vocablo, y sus poderosos efectos de chabacano triunfalismo entre sus familiares más cercanos, el caso se convierte en el cuento de nunca acabar, como el de comer y rascar, un punto y seguido eternamente insatisfecho, la huella que una culebra va dejando en su camino hacia la copa de un árbol, y cuando coincide con tiempos como los que nos ocupan, como este desolado y desvestido presente, las reacciones del personaje prototipo de esta historia son del calibre de los más bajos comportamientos del género Sapiens, esa clase de desgraciado que para no verse su sombra mira para otro lado, el muy canalla.

3 comentarios:

  1. Esta reflexión daría para una novela, Clochard. Una novela, tipo Balzac, en la que se describe cómo se forja no un héroe sino un miserable negrero.
    Ya lo dice el refrán: "ni pidas a quien pidió, ni sirvas a quien sirvió". El poder es un narcótico poderosísimo.
    Salu2 poderosos.

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    1. El poder, maldito sea el poder y las perversas razones con que se ejerce.

      SALUD, Dyhego.

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    2. Vivir entre los que se repiten en un numero finito de variables extrayendo del prójimo las ideas, los miedos, las metas. Quien haya de descubrirse asi mismo y reinventarse desde cero sin pisar donde otros pisaron no encontrara reprobación y enajenación de los de mas. Que la carne vuelva de donde vino

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