miércoles, 15 de enero de 2014

Escribimos








Escribimos para darnos a entender, para firmar una letra de cambio con el consecuente riesgo de pérdida o de estafa, para declarar nuestro amor como lo hacía el cartero de Neruda; escribimos para que la inspiración nos pille trabajando, como le gustaba decir a Picasso, para que una luz atraviese nuestro pensamiento y convierta lo abstracto en algo moldeado, en una figura o en un verso, en una metáfora o en una sencilla reflexión encadenada con impresiones que van saliendo al paso. El caso, la cuestión, es escribir y no dejar de hacerlo, escribir por vicio y de manera continuada, automática si es preciso para superar el síndrome de abstinencia, sin cesar, dejando que la mano sea el médium del razonamiento que le va dictando, palabra a palabra, aquello que se le acaba de ocurrir. Escribimos para dejar en nuestro diario el rastro de las emociones, el recuento de los desengaños, el análisis de las dudas, la compañía de las soledades, el inventario de los sucesos que a nadie más que a nosotros nos acaban importando y nos atrevemos a contar. Escribimos por oficio o por vocación, por amor al arte o por entretenimiento, por melancolía llegado el caso, y lo hacemos con la convicción de estar haciendo algo en lo que va implícita nuestra huella, nuestro código de barras y grupo sanguíneo, nuestra manera, lo que somos, lo que hasta la fecha hemos llegado a ser. Escribimos por dejar algún testigo de nuestro interés por ciertas fabulaciones, por acompañarnos con el ruido de la punta de la pluma sobre el papel, por divertirnos con la destreza de nuestros dedos sobre el teclado, por no podernos resistir; escribimos desde que nos enseñan, desde que éramos párvulos inconscientes de lo que en un futuro escribiríamos o dejaríamos de escribir, y desde entonces moldeamos nuestra caligrafía hasta hacerla ininteligible, propia, personal, irrepetible, única, estirada,  vertical o tumbada, característica de un estado de ánimo, inherente a nuestra personalidad como un tatuaje elegido entre mil. Escribimos en cárceles o en trincheras, en aceras o en parques, en cafeterías y habitaciones de hotel, en pupitres y escritorios de retiro, en capillas, santuarios y bibliotecas, incluso caminando escribimos con esa parte de la memoria que se encarga de ordenar versos en un rincón de la mente para escupirlos nada más llegar al primer puesto de guardia, allá donde el silencio se convierte en huracán de sonidos transfigurados en letras que dicen algo. Escribimos convencidos o tratándonos de convencer a nosotros mismos de lo que escribimos, poseídos por un yo qué sé hasta que quedamos huérfanos de nada más que decir. Escribimos confesiones, cartas, historias, poemas, novelas, testamentos, indicaciones, sumarios plagados de secretos, sentencias y citas breves, frases célebres, abreviaturas, canciones, notas, recordatorios, listas de promesas y buenas intenciones, lo escribimos todo para que el orden de las cosas no sea sacudido por un despiste. Escribimos sobre paredes y piedras, a los pies de las estatuas, en lo buzones de correos, en las esquinas, sobre mármoles y maderas, en el corazón llegamos a escribir con tinta china la postdata de un sístole enfermo de amor. Escribimos aprendiendo a esperar, ejercitando la paciencia, descubriendo aquello que nos habitaba en los adentros impidiendo que se convierta en el maligno acento de un tumor. Escribimos y en ello nos va la vida sin necesidad de alzar la voz. 

2 comentarios:

  1. El que sabe hacer algo, siempre procurará dedicarse a su don:
    El que sabe cantar, canturreará incluso cuando esté triste. El que sabe pintar, dibujará aunque sea con los dedos de los pies en la arena de la playa. Así con todos los dones.
    ¡Dichoso el que es consciente de su don y lo trabaja!
    Salu2, Clochard.

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    1. Y que la inspiración nos pille en ello para ir enmendándonos....

      Salud, Dyhego

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