jueves, 30 de enero de 2014

Una mañana marbellí







Es la de hoy una mañana marbellí que se ha despertado con esa mezcla de sol y de leve lluvia con la que en el sur suelen conjugarse muchos de los días del invierno, un meteorológico estar en tierra de nadie. Me encuentro muy cerca del casco antiguo, entre el Trapiche y Miraflores, en una zona rodeada de bloques de viviendas en cuyos soportales se pueden encontrar los establecimientos más frecuentes de la vida ordinaria: un pequeño supermercado y una tienda de ropa, una administración de lotería y un despacho de pan, una frutería, una peluquería y una farmacia, una ferretería y un vídeo club, un local de precios reducidos regentado por una familia china y un quiosco de prensa. Aquí el ambiente es de clase obrera, de trabajadores que disponen de la fortuna de regresar a sus casas después del trabajo, de reconocibles sonidos en función de la hora del día, como el de los primeros coches de la mañana o el de las persianas de los más madrugadores,  el de los niños jugando en el parque o el de las vecinas hablando entre ellas, contándose sus cosas, o el de los pájaros que anidan en los árboles de los patios de vecinos, también el de alguna que otra gaviota extraviada de las inmediaciones del puerto. Hay bares que nada tienen que ver con el aspecto de franquicia que ostentan cualquiera de los que se encuentran en la zona del paseo marítimo; aquí todo conserva la tonalidad típica  de la sencillez que envuelve a la subsistencia: madres de familia con las bolsas de la compra en la mano y un olor a panadería que a uno ya casi se le había olvidado; existe también esa mezcla de autóctonos e inmigrantes que denotan las zonas en las que el precio de los alquileres es más asequible. Hay hombres que pasean a su perro, hay una típica manera de mirar la vida como en los pueblos, parece mentira que se encuentre uno tan cerca de uno de los centros de atracción turística de mayor relevancia del país. Aquí el tráfico es lento y monótono como la cadencia de uno de esos relojes que colgados de una pared emiten un tic tac con el que se familiariza la conciliación del sueño. La estación de autobuses se encuentra muy cerca y siempre se ve a alguien que va o viene cargando una maleta, acuciado por el miedo de llegar tarde, y taxis a la espera de llevar al recién llegado hacia uno de los puntos de la ciudad diametralmente opuestos a la austeridad que aquí se cuece. A unos cuantos metros, en un ligero paseo en dirección a la playa, se encuentran las encaladas calles cuyas fachadas están plagadas de macetas que caracterizan a la parte más vieja de la ciudad. Ahí pueden todavía verse rostros de ancianos que fueron marineros y afanosas mujeres de edad avanzada regando las aceras, enjalbegando, que es como se decía en mi pueblo cuando yo era niño, dándole una cualidad de humedad a los callejones con la que se levantan los aromas de lo arraigado a lo largo de los años. Y algo más allá, cerca de la calle Peral, donde comienza la Marbella comercial, ahora son patentes una serie de cambios para el viajero eventual, para quienes pasan por aquí de vez en cuando. Donde había una tienda de instrumentos ahora hay un telar, donde había una trattoria han montado ahora una boutique de souvenirs, donde había una taberna ahora hay algo parecido a un lugar de encuentro para las privadas citas de la madrugada, y muchos de los bares o cafeterías en los que antes había dos o tres empleados son ahora gestionados por el trabajo de una sola persona. No deja uno de sosprenderse de los cambios que acontecen en los pueblos o ciudades por los que va transitando su camino, no deja uno de acordarse de Miguel Delibes y de ese afán suyo por que su capacidad de asombro permaneciese intacta.

4 comentarios:

  1. Esa capacidad de asombro es la que hace que la vida no pierda su encanto de libro en blanco...Un abrazo curioso!!

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  2. Gracias spor ese abrazo de curiosidad con el que seguir cultivando las miradas de los paseos cotidianos.

    Mil abrazos.

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  3. Con tu prosa nos trasladas a cualquier paisaje, real o imaginario. Me veo paseando por esas callejuelas.
    Salu2 malagueños.

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    1. Es una gozada pasear por cualquier lugar, real o imaginario, y sencillamente dedicarse a mirar las cosas. Gracias por tu generosidad.

      SALUD, Dyhego.

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