sábado, 24 de mayo de 2014

Próxima apertura



La frecuencia con la que se van cerrando locales comerciales, negocios, asusta. Muchos de los pequeños empresarios que hasta hace muy poco se ganaban la vida con su propia pequeña empresa se han visto obligados a cerrarla después del traumático trance de ir despidiendo uno a uno a todos sus empleados, hasta quedarse ellos solos al frente del establecimiento y terminar claudicando ante la actual situación económica. Las consecuencias de la crisis son patentes: donde antes trabajaban cinco personas ahora lo hacen tres, o dos a lo sumo; donde antes los objetos, la decoración y el mobiliario, la música, el ambiente, la recepción, el todo en el que se envolvía una tienda cualquiera o un restaurante, un almacén o una librería, despedía un cierto aroma a seguridad en la oferta que se mostraba, pasando en muchas ocasiones, debido a la vorágine mercantil, desapercibido el fraudulento envoltorio de algunas propuestas; en cambio  ahora se aprecia la tristeza de lo que ha perdido el brillo, la nostalgia de un tiempo pasado, la sombra de lo que fue, la incertidumbre, lo que el viento se llevó. Hay escaparates en los que parece que ha ido desapareciendo cuanto en ellos se exhibía a medida que el género se ha ido vendiendo, como si ellos mismos constituyesen el inventario de lo disponible para la venta. En otros los objetos reposan en un estado de anacrónica quietud que desprende cierta incitación a la conmiseración, a la pena que da ver que le vayan así de mal las cosas a quienes durante muchos años se mantuvieron en la brecha, siendo referentes de su sector, clásicos, lugares de toda la vida a los que uno iba con la convicción de salir de ellos exactamente con lo que había ido a buscar. Los letreros que anuncian que se vende, que se alquila o se traspasa, acompañados de un número de teléfono perteneciente a una agencia inmobiliaria o a un particular con los que ponerse en contacto, contrastan con unas puertas abiertas en busca de una llamada a la última esperanza, con otro rótulo que deja patente la posibilidad que siempre ofrecen los bajos precios por liquidación. 
En la otra parte se encuentran aquellos que aspiran a comenzar de cero, con toda la ilusión del mundo; aquellos que deciden arriesgare e invertir lo poco que tienen en uno de esos locales recién cerrados a los que habrá que lavarles la cara y proveer de mobiliario lo suficientemente impactante, con esa mezcla de lujoso mal gusto e imitaciones con visos de franquicia, como para que se vea que la cosa va en serio, a pesar de que cada vez con más frecuencia se divise a la legua la impronta de Ikea. Martillos, taladros, latas de pintura. Tornillos, llaves inglesas y escaleras. Papeles, cintas aislantes, sueños. No hay en el centro de la ciudad esquina en la que no se vea un nuevo intento de nec ocium, y uno se pregunta si habrá para todos, si sabe la gente lo que hace, si esperan unos la caída de los otros; y uno se pregunta que si no hay dinero para préstamos destinados a viviendas, de dónde sale el que se invierte en esta ruleta de la fortuna de las próximas aperturas. ¿ es acaso otra ratonera bancaria la de la facilidad para invertir en inauguraciones?

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