sábado, 28 de junio de 2014

Una salida






Echarse al hombro una mochila cargada de libros y un cuaderno es un placer para quienes gustan de pasear y pararse de vez en cuando a contemplar su paisaje interior en función de lo que les depara la realidad. Meter en una bolsa un bocadillo y la indumentaria del trabajo es un gesto que se convierte en ordinario, en habitual, en pura rutina para quienes pasan tantas horas fuera de casa que no pueden gozar de un breve descanso, entre turno y turno, en su hogar. Coger una carpeta llena de facturas y de albaranes, de direcciones y de pedidos, de papeles en los que se desarrollan tareas, es frecuente para el comercial que recorre las calles, día tras día, en busca de clientes. Cada carga lleva implícita un recorrido, un destino. Pero decidir cambiar de domicilio, con todo lo que ello conlleva, es una decisión a la que no a todo el mundo le resulta fácil ponerle buena cara, máxime cuando esto supone cambiar no sólo de vecinos y de tiendas a las que ir a comprar la comida, de bibliotecas en las que reciclar las lecturas, de esquinas y de aires, sino de país y con toda la familia en el saco del futuro a cuestas. Hay que ser valiente para tomar una decisión de este tipo, hay que tenerlo muy claro y hay que tener mucha ganas de vivir y de descubrir, de progresar y de no caer en el siempre recurrente hábito del estado de confort, que en ocasiones nos lleva a acomodarnos en exceso. Alabo la decisión de aquellos que han decidido poner tierra de por medio y se han marchado en busca de otras cosas a otra tierra, de otras sensaciones y experiencias con las que después nos enriquecerán a la hora de contárnoslo. Alabo el gusto por la aventura y por las ansias de conocimiento porque detrás de ellos se encuentra la piedra de toque de la dialéctica con propiedad en sus palabras. Escribo sobre esto porque hoy se ha podido ver la imagen de una madre con sus dos hijos en el aeropuerto de Málaga, pensativos y algo nerviosos, mirando desde uno de los ventanales de la terminal a ese cielo por el que iban volando los aviones recién despegados con los que ya se iban figurando lo que en breve les esperaba: el viaje, el trayecto a otro lugar, a un lugar desconocido en el que a partir de ahora fluirá la vida de Blimunda, Siete Soles, Andrés y Juan. A estas horas gozarán ya del acento alemán de sus nuevos conciudadanos y del plano urbanístico y la pintoresca arquitectura de los edificios de su nueva ciudad; de otros contrastes de temperatura y de otros aromas que hasta ahora correspondían a la imaginación de quienes leen una novela inspirada en aquel país. Y mañana, al despertar, sabrán a lo que sabe la alegría de la vida de tenerlo todo por delante, como el pintor que acaba de enfrentarse a un lienzo en blanco con la clara sensación de que acabará siendo una obra maestra.

4 comentarios:

  1. ¡Transmítele a Blimunda mis deseos de buena fortuna!

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  2. Yo,que nací con raíces en vez de pies no me puedo ni imaginar lo que tiene que ser estar fuera de tu tierra,de tus costumbres,de tu idioma,de tu gente...Hay que tener un espíritu aventurero y viajero,supongo y una fuerza interior extraordinaria.Mucha suerte a Blimunda,Siete soles,Andrés y al pequeño Juan...Un abrazo extensivo!!

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    1. Se aprende mucho, hasta se llega a pensar que como fuera de casa de uno no se está en ningún lado...jajaja. Gracias por tus buenos deseos.

      Mil abrazos.

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