martes, 8 de julio de 2014

Hasta qué punto




Hace hincapié Muñoz Molina en que a la hora de escribir es peligroso dejarse llevar por la voz que instintivamente nos va dictando palabras sin someterla a la criba de la selección, de la corrección y de la omisión hasta estar seguros de que lo que queremos o podemos decir tiene un sentido y ha sido dirigido por una orientación, por una vigilancia y por un orden, sin haber caído en el despropósito de la plagada torrencialidad sin pies ni cabeza de disparates y cosas que no vienen al caso. De esto se aprende bastante en su obra Pura alegría, en la que se pueden leer una serie de conferencias a cerca del mundo de la creación que resultan de gran utilidad para el aficionado que gusta de hacer sus pinitos, y para el no tanto que quiera saber qué piensa un escritor de semejante relevancia sobre la importancia de los aspectos que rodean el mundo de la creación literaria. Ser objetivo, al menos sincero con uno mismo al mismo tiempo que se respeta la opinión de los demás, y no caer en la autoindulgencia que conduce a la falta de rigor, no es tarea fácil cuando se ha de escribir a diario o cuando se ha firmado con una editorial la fecha de entrega de una nueva obra. Hasta qué punto, como sucede con la memoria cuando ésta selecciona y acaba contando lo que más le interesa, el escritor es capaz de reaccionar lo más sinceramente posible, diciendo lo que piensa sin dejarse influir por los mecanismos de una cierta escritura automática a la que es difícil ponerle freno, sobre todo en esas obras maestras de la prosa poética como Ocnos de Luis Cernuda, Azul de Rubén Darío, Mortal y rosa de Francisco Umbral, Platero y yo de Juan Ramón Jiménez, Poemas en prosa de García Lorca, o El collar de la paloma de Ibn Hazm, en las que el juego de palabras que conforman maravillosas expresiones nos embriaga por su belleza, por un idealismo platónico del que no están exentas y al que recurren para salvarse de la simpleza de un mundo con el que parece que la mente del creador no tiene bastante. Hasta qué punto se atrevieron a continuar corrigiendo, hasta decir basta, cada uno de los autores antes mencionados, o se quedaron con las ganas de seguir ampliando las metáforas, dándoles otra vuelta de tuerca, rizando el rizo, yendo más lejos, profundizando hasta las cercanías de la locura, sometiendo a una continua añadidura de vocablos una frase que comenzó con la sencillez implícita de un sujeto y un verbo.  Hasta qué punto, me pregunto. 

3 comentarios:

  1. Clochard:
    ¿Existe la objetividad?
    El mismo Muñoz Molina dijo en una entrevista en televisión a propósito de "Plenilunio" que no quería retratar al típico psicópata que se convierte en toda una figura literaria, sino retratar los efectos del mal en las víctimas, poner de manifiesto su sufrimiento. No puede ser objetivo con el asesino.
    En cuanto a los retoques de los artistas, los hay que nunca vuelven sobre lo hecho y otros que no acaban jamás la obra. Supongo que hay que pararlos en algún momento ¿no?

    Salu2 sujetos.

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    1. Dyhego:

      Te entiendo. Yo creo que en Plenilunio Muñoz Molina trató de ser lo mas objetivo que pudo a la hora de representar el sufrimiento de las víctimas y de la sociedad en sí, de todo lo que a éstas rodea, porque era a cerca de lo que quería poner de manifiesto una serie de sensaciones para las que hizo uso de su aversión al mal y a la injusticia: a una injusticia que no necesita de diferentes cánones, al menos en una sociedad civilizada como la occidental, cuando se trata del caso del mal propinado por un psicópata: eso está mal y no hay vuelta de hoja; ahora bien, por qué se llega a eso y cómo se puede resolver creo que es completamente subjetivo, un terreno en el que se podría dar mil y una versiones. Ser objetivo con el asesino hubiera derivado en otro tipo de novela, que tal vez hubiera más tenido que ver con la enfermedad mental y sus consecuencias que con la atrocidad de la violencia. Digo yo.

      Y sobre ese cuento de nunca acabar que es el plantearse hasta qué punto una obra está o no acabada, pues me lo sigo preguntando.

      SALUD

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  2. Clochard:
    El tratamiento del asesino desde un punto de vista psiquiátrico lo habría "disculpado". Un tratamiento biográfico, lo habría convertido en un "héroe" como el dichoso Caníbal Lécter. Creo que Muñoz Molina logra transmitirnos la idea del sufrimiento de una víctima, de una niña que pasaba por allí.

    En cuanto al "retoque" de las obras, pues, como en todo, a veces sí y a veces no. Jajaja. Quizás un poeta se da cuenta al cabo de diez años de que hay que cambiar una palabra en un determinado verso y lo hace. En una novela, ¿cambiar fragmentos aquí y allá? Pues quizás le vengan bien a la obra. Me inclino más a pensar que hay que zanjar la obra en algún momento, aunque le veamos defectos (hablo en primero persona como si yo fuese escritor,jajaja). Pensar que la obra salió así, fruto de su tiempo y de sus circunstancias y ya está. Quizás convenga hacer otra. Pero ¿rehacer continuamente no sería algo peligrosamente obsesivo? Otra posibilidad, como nos decía un profesor hablando de no sé quién, es guardar la obra diez años, revisarla y ver si ha sobrevivido al tiempo y entonces, publicarla o darla a conocer.
    Mucho tiempo, para la fugacidad actual.

    En fin, no te suelto más rollo, Clochard.

    Salu2 obreros.

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