jueves, 10 de julio de 2014

Los Imbéciles



 


Hay imbéciles para todos los malos gustos; imbéciles que queman contenedores de basura y otros que usan pancartas con fines políticos que ni siquiera reparan en ideologías; hay imbéciles que llaman a la puerta del jefe para hacerle la pelota e imbéciles que lo dan todo por supuesto; imbéciles que se creen más que nadie, que se comen el mundo pisando cabezas, imbéciles de largo y de corto recorrido. Hay imbéciles que, como dice mi amigo Miguel Vallecillos, se creen más listos porque se comen los mocos. A todos los imbéciles se les da por supuesta su mala educación. Hay imbéciles, espécimenes de cerebro deteriorado, testas llenas de aserrín, que sufren del mal de creerse estar de vuelta de todo sin haber salido de su imbecilidad, del parco trayecto de su barato discurso. Hay imbéciles que con sus cabellos rapados al cero se sienten los amos del mundo, imbéciles habitados por la sinrazón del odio, por la inexplicable codicia del mal. Hay imbéciles debajo de las piedras y a la vuelta de la esquina, en la cola del supermercado y en la sala del cine; imbéciles que detestan la justicia, que hacen lo posible por sembrar el pánico en las calles; imbéciles que lo resuelven todo en los despachos a costa de quienes no tendrán la posibilidad de protestar; imbéciles a pierna suelta mirando desde el malecón la obra de arte de su avaricia, imbéciles atrevidamente cobardes. Hay imbéciles que alcanzan el sobresaliente de la imbecilidad nada más abrir la boca, y hay imbéciles como el que me he encontrado hoy. Esta misma mañana nada más salir a la calle me he topado con un perfecto imbécil al que le hacía mucha gracia el comportamiento de un vagabundo ex legionario que suele dormir en la acera de la calle Pescadores en la que se encuentra la puerta de mi casa; este perfecto imbécil se estaba dedicando a grabar con su teléfono las piruetas, el discurso, el cántico desesperado de este clochard que, como decía Lorca, bebe muerte en cada trago que le da a su cartón de vino puesto al sol. El imbécil en cuestión, una criatura de más de veinticinco años en canal repletos de tonterías, se reía y trataba de encontrar clientela en quienes por allí pasaban, hasta que se ha dado de frente con mi mirada diciéndole mire usted joven, me parece que está actuando como un perfecto imbécil, a ver si me entiende, y sería muy grato para parte de los aquí presentes que, o bien pusiera usted en práctica su ausencia, o bien se metiera ese aparato por donde le quepa y se dedique a hacer algo más provechoso y de mejor gusto tanto para su intelecto como para la convivencia, pedazo de imbécil. Como suele ser habitual en el comportamiento de los imbéciles no escuchar a nadie, este, que no iba a ser menos, ha seguido a lo suyo, dedicándose en cuerpo y alma a la consumación de su vídeo, que luego colgará en la red para que otra multitudinaria serie de imbéciles se rían e incluso se atrevan a escribir uno de esos tétricos comentarios a base de palabras mutiladas; y es que, como dejó dicho Albert Einstein, hay dos cosas infinitas: el universo y la imbecilidad humana, yo aún dudo de la primera.

4 comentarios:

  1. Clochard:
    La imbecilidad es más infinita aún, mucho más.
    Todos los días otorgo el premio "Gilipollas del día", normalmente a conductores, pero no siempre. ¡Ningún día se ha quedado desierto el premio!

    Salu2 sin premio.

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    1. Es que lo que yo he presenciado esta mañana tiene guasa, mucha guasa, como se dice por Sevilla. De verdad que, además de una rotunda vergüenza ajena, me ha dado tanta pena de la imbecilidad de ese chico que he escrito la entrada de un tirón, como sacudido por un ataque de rabia.

      SALUD, Dyhego.

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  2. Es que está claro, de la primera se puede dudar pero la segunda... La segunda la vemos, sentimos, olemos, nos apesta y jode a diario, nos estropea días floridos y soleados, se cuelga de nuestras espaldas, aparece por delante de medio lado, haciendo piruetas; está en todas partes y crece, no deja de crecer e progresión geométrica. Igual que un plaga que una vez se hizo llamar a sí mismo: ¿ser humano?

    Un abrazo.

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    1. Humano, demasiado humano. La imbecilidad nos caracteriza, y sálvese quien pueda; de modo que entre corregir la nuestra y salvaguardarnos de la de los demás disponemos a diario de tarea suficiente para prosperar, o para no continuar tropezando en la misma piedra, que es otra manera de ser humano, demasiado humano. La verdad es que aburre la situación; qué sopor. Ánimo.

      Un abrazo.

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