martes, 2 de diciembre de 2014

Hacer cosas




Hacer cosas. Siempre me ha llamado la atención esa expresión. Al día siguiente de haber descansado, de no haber tenido la obligación de asistir al trabajo, un compañero se te acerca para preguntarte qué tal, qué hiciste ayer, cómo te fue, y por momentos puedes sentir el pudor, la vergüenza de no saber cómo explicar que literalmente no hiciste nada; pero no hiciste nada porque era precisamente eso lo que te apetecía hacer: nada de nada. El país de las musarañas, estar en babia, la contemplación y la paz, el sigilo y la quietud de los actos, el silencio, la tranquilidad y la inocencia de dormir y desear seguir soñando; la balsa de aceite de un cierto grado de indolencia, el refugio que uno encuentra en el apartarse de las responsabilidades diarias; la calma que puede inundarlo todo como una ciénaga de barro caliente con el que se limpiarán los poros del cuerpo; la maravilla de no tener que dirigirle la palabra a nadie cumpliendo el embarazoso, hipócrita y cínico trámite de tener que quedar bien poniendo buena cara; la nostalgia en la que se va creando durante unos minutos una vida inventada en la que somos otros; el encuentro con la imaginación sin separar los pies del suelo, la otra vida con el otro yo que nos acompaña muy dentro de nosotros y con el que tan poco hablamos de tú a tú; la más absoluta de las dedicaciones a la reflexión y al autoconocimiento; aparcar el alma abandonando la vía de las prisas y del continuo arrebato de contradicciones; ver la vida pasar y dedicarse a la noble tarea de holgazanear como un niño que hace novillos porque prefiere no escuchar a un maestro que se ha ganado la aversión a pulso; a lo sumo tender la ropa; poner una cafetera y disfrutar conscientemente del aroma que inunda toda la casa; escuchar el repiqueteo de la lluvia sobre los cristales; armarse de valor para no seguirle la corriente a ninguna de esas proyecciones televisivas que contaminan las pupilas con imágenes de incierta confianza y con comentarios mal argumentados; estar alerta de lo que nunca estamos: de la sencillez de la nada que lo abarca todo; y escribir como remedio al desencanto y al desencuentro con la triste realidad que nos apabulla, que nos fuerza a comunicarnos mal, a hacernos daño; escribir como antídoto contra las enfermedades de las paredes, los tejados y el asfalto; y leer para sumergirnos en las nubes de otras existencias, de otros mundos y hasta de otros planetas. Hacer cosas.

4 comentarios:

  1. Pues para asegurar que no hiciste "nada",cuantas cosas hiciste,jajajaja...!!Me encanta los días que no hago "nada"es como que me regalo ese día para mi sola y es una satisfacción tan grande que me carga las pilas para seguir haciendo cosas.
    ¿Que es la mitad de nada?
    Un abrazo hecho y derecho!!

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    1. A veces se hace mucho no haciendo nada; y eso también hay que saber hacerlo, al completo y sin dejarlo a medias.

      Mil abrazos.

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  2. Lo malo de no querer hacer nada... es que acabas haciendo cosas.
    Llega un momento en que, de tanto hacer cosas, no sabes dejar de hacerlas.
    Voy a hacer cosas,Clochard. Contestarte, por ejemplo.
    Salu2.

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    1. Lo mejor de no hacer nada es dedicarse a hacer lo que más te gusta hacer y muy pocas veces puedes.

      SALUD, Dyhego.

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