jueves, 11 de diciembre de 2014

Nada de ESTE mundo





Una de las cosas que peor llevo es no poder acceder al préstamo de todos los libros de la biblioteca que quisiera tener conmigo. Siempre esa tendencia a lo exagerado, al desorden, al descontrol, al tener por tener libros aunque sólo sea para hojearlos, para mirar los dibujos o las fotografías que llevan dentro, para leer el comienzo o el prólogo o el epílogo y luego dejarlos aparcados o sumergirme como un buzo en las aguas de sus párrafos, nunca se sabe; no deja de ser una manera de expresar la ansiedad de la que bendito sea aquel que logre salvarse, y benditos los caminos menos dados al fatalismo en dicha propensión hacia los límites de la estabilidad que tan fácilmente se tambalea en los tiempos que corren. Mejor leer. Todo cupo tiene un límite y el exigido por las bibliotecas públicas oscila entre los tres y los ocho, desconozco si más, en función del número de ejemplares de los que disponga el centro en el que se soliciten. Esta mañana he estado mirando con atención en las estanterías de una de mis bibliotecas preferidas, la de la calle Feria de Sevilla, que a pesar de no contar con un extenso catálogo de títulos ostenta, siempre me ha dado esa impresión, ese tipo de silenciosa magia que en parte satisface las necesidades de todo lector: lo a gusto que uno se encuentra en cualquiera de sus salas de estudio, y particularmente en la de lectura de la planta baja a la que acuden jubilados y parados para leer el periódico, para echar un rato y para olvidarse del farragoso orden de los asuntos laborales.
Entra uno en una biblioteca y el tiempo se detiene. Después de una ducha y un buen desayuno, una vez que el cuerpo y el alma se encuentran recién estimulados por los chorros de aceite de oliva y el café, cuando la lectura del periódico es ya el preludio del rato de gozo que a uno le espera, hay pocas cosas comparables en mis días libres a la entrada en ese mundo del que saldré con la sesera refrescada y empapada de poemas y de cuentos, de fragmentos de relatos que unas horas antes soñaba con encontrar en los libros y que en unos minutos olvidaré para probablemente no acordarme de ellos nunca más, o tal vez en ese lúcido instante en el que se ralacionan las ideas obtenidas con los fotogramas del paseo. Pasan delante de mis ojos los nombres de Chejov y de Cortázar, los de Nabokov y Onetti y Chesterton, incluso los de algunos autores que siempre me llaman pero a los que de momento aún no he atendido, por miedo a no estar preparado, por esa cautela con la que uno se adentra en los mundos interiores de un autor desconocido hasta subir el peldaño a partir del cual todo resulta más sencillo, como con Margaret Aswood o con Orhan Pamuk, a los que instintivamente sigo la pista desde hace días como movido por uno de esos misterios que hace que uno vaya detrás de algo sin saber qué razones le llevan a hacerlo, por puro vicio de buscar en lo desconocido que tanta confianza me inspira, por las ansias de tener libros entre las manos aún a sabiendas de que no dispondré del tiempo libre necesario para poder leerlos disfrutándolos como se merecen, por querer perderme en la soledad de las páginas acompañado de los personajes de cada historia haciéndome uno más de la familia, por no importarme leer uno o dos o medio capítulo de cada uno de ellos hasta que en el libro menos esperado me quedo, inconscientemente, a vivir durante unos días en los que no desaprovecho ni uno solo de los minutos a mi alcance para perderme y abstraerme en él, no queriendo saber nada de ESTE mundo. 

4 comentarios:

  1. No queriendo saber nada de ESTE mundo, más bien. Porque un libro siempre es como un portal hacia un pequeño universo paralelo :) Conozco ese sentimiento a la perfección.

    Abrazos.

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  2. Buen plan para un día de asueto, Clochard.
    Salu2 festivos.

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