lunes, 31 de agosto de 2015

Ponerse de acuerdo.


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Que fácil parece y que difícil nos lo ponemos. Estar de acuerdo, en  eso consiste, ni más ni menos. No se trata de pedir un imperio, tan solo de mantenernos firmes sobre la cuerda del entendimiento, de la lluvia de ideas tras las que, una vez pasado el tamiz, podamos continuar indagando dónde se encuentra la resolución del enigma, el punto y seguido, la próxima estación, el avance, el perfil, el inicio del borrador, el todo que surge de la nada. Por qué con tanta frecuencia, en esta sociedad de la transparencia, decir lo que uno piensa acaba a veces por resultar perjudicial para el progreso del grupo en el que nos hallamos, con el que compartimos objetivos en común. Puede que sea porque no nos escuchamos, porque no sabemos mirar en el otro, porque estamos encerrados como una almeja en nuestro insatisfecho infierno interior. Una de las incertidumbres de este aparente clima de falsa democracia es la de no saber nunca a ciencia cierta con quién se encuentra uno cuando el interés de cualquier resolución gira en torno a algo tan tentador como la presumible aparición del protagonismo, y acabamos por mirarnos el ombligo derrochando energías y poniendo toda la carne en el asador del ímpetu de querer salir en la foto. Esto suele pasar o bien cuando las cosas funcionan muy bien y los egos se suben por las nubes, o bien cuando se nos han agotado las coartadas y hemos irremediablemente de recurrir al sucio juego de la condescendencia, y de lo que aún es peor como la tolerancia hacia lo que no se puede consentir ni permitir, conscientemente pasando por el aro a sabiendas de que nuestra manera de actuar es más propia de un reptil que de la supuesta racionalidad del ser humano. Terminamos por perder los escrúpulos. Porque otro gallo canta cuando hay que continuamente batirse el cobre para desatar los nudos de las dificultades y hay que permanecer sereno ante las duras, no ante las maduras. Entonces lo habitual es decir digo donde dije Diego y si te he visto no me acuerdo. Pero acaba uno por convencerse de que esto es algo tan connatural al ser humano como pueda serlo la aparición de cualquiera de sus cinco sentidos. Todo depende del color del cristal a través del que se mira, de las circunstancias, de la etapa que estemos atravesando, de la buena o mala racha de nuestro sinuoso deambular por este mundo, y en definitiva de según cómo nos pille el cuerpo. Todo depende de las influencias, de lo pulida que se encuentre la dedicación sobre nuestro mundo interior, ese salvador que nos rescata de caer en la tentación del borreguismo, de los tópicos y de los típicos, de las modas que hacen daño, de las imposiciones que seguimos a rajatabla como hipnotizados por la varita mágica del sin sentido moderno que tan aturdidos nos tiene con sus chantajes de medio pelo, con sus ratoneras, con sus trampas, con esa soga al cuello del progreso real. Toda una contradicción. Homo si, pero sapiens o no sapiens, he ahí la cuestión.

domingo, 30 de agosto de 2015

No sé


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Decía Tolstoi que no se puede matar a un ser humano con quien se ha compartido una mirada semejante. No tenía intención de escribir sobre esto, ni me agrada demasiado hacerlo, pero lo cierto y verdad es que ante la actual oleada de locuras que desencadenan una tras otra el torrente de noticias sobre asesinatos de mujeres a manos de sus cónyuges, de decenas y cientos de personas que a lo largo de las últimas semanas se han ido quedando atrapadas en la bodega de un barco o en el remolque de un camión para terminar asfixiándose en su interior, o han sucumbido a la siempre espeluznante muerte por inanición, muertos de hambre y de sed, a bordo de una patera que en la mayoría de los casos ha naufragado antes de tocar tierra, o sencillamente ha sido abatida por los sicarios del mar impidiendo que llegaran a buen puerto en esa remendada barcaza en la que navegaban seres humanos engañados ante la desesperación, ante la falta de alternativa, ante la soga al cuello que ya no puede apretarse más, como la de ese matarife que estrangula a su mujer en un apartamento de Granada o de Jaén, o como el cuchillo del loco perdido de Lugo o de Cuenca o de sea cual sea el maldito lugar de los hechos, prefiero no dejarme estas líneas en el tintero para no morderme la lengua. Hasta tal punto nos estamos volviendo locos que nos estamos acostumbrando, que es otra forma de locura y de esquizofrenia, la nuestra, la de los otros, la de quienes lo vemos en la tele y lo escuchamos en la radio, la de quienes alimentamos el morbo con la poca vergüenza incluida de inventar chistes que corren por la red a los cinco minutos de tener constancia de la última expiración, la de quienes van perdiendo el sentido de la responsabilidad y del valor de la vida, la de quienes, como nosotros, acaban acatando que la cosa está muy mala y no reparan en que mañana será pronto para que algo así suceda en nuestras propias casas. Cuánta ingenuidad y falta de criterio, cuánta cobardía, cuánto desdén y ramplonería, qué desastre. Dice Luis de Lezama que cuando empiezas a decantar lo bueno de lo malo, lo lícito de lo ilícito, el defecto de la virtud, te viene a la mente una cantidad de dudas sobre tu comportamiento y nacen los escrúpulos. Pero ahora parece que eso de la reflexión, ya sé que es mucho, demasiado pedir, ha empezado a dejar de formar parte de la cadena de montaje de nuestra madurez hasta haber desaparecido. No sé si nos están metiendo veneno en las conservas o si, como en esos famosos invisibles fotogramas de Coca cola insertados en las reproducciones de las películas, nos están propulsando al crimen y al desorden mediante endemoniados mensajes camuflados en las emisiones de todo lo que vemos en Internet y en la tele, en el cine y en la prensa. No sé. No sabe uno ya qué pensar. 

sábado, 29 de agosto de 2015

Lifelong learning


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Todo proyecto es la representación de una inquietud nutrida de una sana inconformidad y de ese tipo de ganas inherentes al carácter con objeto de hacer más cosas, o como mínimo de que éstas evolucionen al ritmo de un cambio que las mejore. Rodearse de personas con las que dialogar y contrastar ideas no es precisamente uno de los asuntos con los que con más frecuencia se tope uno en su día a día, de modo que si esto sucede hay que, además de sentirse afortunado y agradecido, no desperdiciar la oportunidad y mantener caliente el ascua en la que van dorándose las sardinas del preliminar boceto en el que todo inicio consiste. Llevo unos días dándole vueltas a una serie de conceptos que tengo la suerte de compartir con mi maestro Javier Veláquez, y no hay nada más reconfortante, cada vez que intercambiamos algo respecto al tema que nos traemos entre manos, que la sensación de estar vivo con la que sale uno de dichos encuentros. Por otro lado, y de la misma manera, no dejo de pensar en el próximo curso, en los alumnos que vendrán a hacer sus prácticas en el restaurante en el que ejerzo. Pienso en las personas con las que me encontraré, voy haciéndome mis cábalas a cerca de cómo tendré que actuar, de qué manías compartiremos, de hasta qué punto me soportarán, de cuáles serán las llaves que abran el cofre del estímulo de esos estudiantes, diferente en cada uno de ellos, a los que en una especie de fabulación ya les pongo cara; voy pensando en los mensajes que quiero transmitirles, en los planes de trabajo, en la información de la que deseo que ellos dispongan para que les resulte más fácil entender el por qué de cada detalle, la filosofía de un oficio, los valores que éste alberga y lo que representan, según mi punto de vista, para de esta manera poder escuchar cuál es el punto de vista de ellos, de esos jóvenes en un laboral y académico virgen estado desde el que las cosas se ven de otra manera: como yo las veía cuando estaba en esa posición. No todo lo obvio es evidente ni las premisas más sencillas se desarrollan de una inexorable manera. Lo que está claro es que todo aquello que uno se proponga puede ser comparado con una maceta que ha de ser regada todos los días, teniendo además en cuenta que durante las épocas de más calor conviene hacerlo por la noche y que durante las heladas o los aluviones de lluvias, una vez que los retoños gozan de cierta fortaleza, existe ya una parte de autonomía  que conviene considerar y a la que hay que alimentar con otro tipo de vitaminas. Resulta tonificante el continuo aprendizaje, el ánimo por no quedarse anclado, la seguridad de que en todo final existe un preámbulo, la mirada puesta sobre el horizonte de un lifelong learning en el que lo poco o mucho de socráticos que cada uno de nosotros llevemos dentro desarrolle sus teorías y no decaiga en el intento de volverlo a intentar tantas veces sea necesario hasta dar con el definitivo eureka que nos sirva de nuevo punto de partida para ampliar nuestro conocimiento, para ahondar más en una materia, para indagar y estudiar y volver a  cuestionarnos el cómo y el por qué. Así da gusto.

viernes, 28 de agosto de 2015

El Jueves


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Una calle da de sí todo lo que hay en las almas que la transitan, en las personas que viven en ella, en la iluminación de los objetos que la decoran y la conforman, en lo que transmiten sus fachadas, en las manchas de su asfalto, en la imaginación de sus balcones, en la mirada de sus ventanas, en los tatuajes del cemento uniendo piezas de adoquín. Dice Muñoz Molina que la vida de las ciudades está en sus esquinas, y en las esquinas de la calle Feria de Sevilla hay tanta vida como la pueda haber en esas plazas de Marrakech en las que no hay atracción que se encuentre a salvo de la contemplación. En la calle Feria uno se siente realmente en el sur, por la moderación de su anarquía, por la ligereza de equipaje en el espíritu de sus vecinos, por ese vivir y dejar vivir que se agradece, máxime durante las mañanas de todos los Jueves, cuando el mercadillo en forma de rastro que se monta en buena parte de ella acapara la atención de miles de personas y atenúa las ansías del álgebra de la vida moderna. Teléfonos en desuso, cuadros, marcos, pulseras, relojes, anillos, colgantes, periódicos, revistas, paraguas, pañuelos, bufandas, juegos de mesa, tableros, sillas, mesas, abanicos, fundas, conchas, carcasas, figuras, esculturas, muchos libros, láminas de épocas pasadas, ordenadores a los que les falta la tecla de una letra y carecen de cable, jarrones, pinturas de iniciados, cartillas de racionamiento, antiguos reproductores de cintas magnéticas y de películas que le hacen a uno acordarse de Totó en Cinema Paradiso; volúmenes sueltos de alguna enciclopedia, cajas de todos los tipos y tamaños, zapatos que como todo lo que aquí se expone gozan del romanticismo que no dejan de tener las cosas cuando son de segunda mano y a uno le da por fabular a cerca de quién habrán sido, por qué caminos habrán transitado, en qué estanterías habrán estado antes. Espejos, discos de vinilo, cedés, una montaña de cargadores para móviles, botellas, caballitos de madera, ceniceros, lámparas de Aladino, vendedores que no desesperan, que ejercen la virtud de la paciencia, que aguardan con calma la aparición de la pregunta sobre algún precio, almas benditas, transeúntes solitarios y acompañados, parejas que se advierten el uno al otro sobre la presencia de aquello que ahora ven sobre la sombra y antes, cuando paseaban por el sol, les llamó la atención. El mundo encerrado en este planeta de chamarileros ambulantes, en esta abundancia de objetos perdidos y gastados que yacen como en un sueño eterno del que vendrán a ser rescatados a cambio de unos cuantos euros. Un sinfín de obsoletos materiales en un pañuelo, una retahíla de documentos gráficos, de cuadernos, de útiles; una letanía de nombres que voy escribiendo de memoria sin que tú lo sepas, procurando que no te des cuenta, a disposición de quienes sientan nostalgia por todo eso que un día formó tanta parte de la casa de sus padres o de sus abuelos como de ellos mismos. No deja uno de sorprenderse de la vida de las cosas, y de la belleza que éstas nos transmiten aún después de haber pasado muchos años.

jueves, 27 de agosto de 2015

Nube de arena.


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Uno de los placeres de la vida que debería ser accesible a todo el mundo es el de la dedicación al trabajo. Creer en lo que uno hace, volcarse en su oficio hasta hacerlo parte de la pura existencia goza del beneficio del desarrollo personal y de los campos abonados con las semillas de la creatividad. No siempre sucede que uno se encuentre al cien por cine a la hora de llevar a cabo los más sencillos planes y proyectos, no todos los días sale el sol sobre el horizonte de la inspiración de la misma manera; unas veces por unas cosas y otras por otras, y sin saber ni cómo ni por qué, tropezamos en una raya dibujada en el suelo, pero después de esto nos queda volver a intentarlo, recapacitar y redescubrir la fortuna de quienes tenemos un empleo y además nos sentimos cómodos ejerciéndolo. No corren buenos tiempos para la lírica en este asunto, en parte por la velocidad de la luz de la vida, en parte por el frenético ritmo de producción, por la imperiosa necesidad de cubrir huecos y de la relación directa que esto conlleva con la subsistencia, con tener que ganarse la vida sea como sea y al precio que sea y con el tipo de contrato que sea y en las condiciones sanitarias que sea y por ahí todo seguido hasta el final, como diría Francisco Umbral. Tampoco ayudan demasiado las circunstancias para que las personas se conquisten a sí mismas para poder establecer una base segura de su personalidad, cultura y creencias, hasta el punto de que todo este galimatias se acaba convirtiendo en un provechoso negocio para quienes tensan y destensan los hilos de las marionetas del concierto, y sálvese quien pueda. Eso da como resultado que no todo el mundo esté en su sitio, hasta el punto de que son muy pocos los que lo consiguen; a parte de que tampoco es que esté el horno del esfuerzo para bollos. También, y dicho sea de paso, somos muy cómodos, hablando de quienes pueden y no quieren, y se nos pasa por alto la importancia de llenar el hueco de la sabiduría, del continuo aprendizaje, sin el cual, como dice Vicente Verdú, el pensamiento degenera en cálculo. Acumulamos el lastre de tener como referentes a quienes no le pegan un palo al agua, a quienes con poco consiguen mucho y de mala manera, engañando, abusando y deteriorando el clima más aún de lo que está, de manera que esta sociedad se encuentre ya a punto de tirar la toalla en sus aspiraciones de llegar a ser una sociedad avanzada. Queremos ser como quienes no hacen nada. Llevamos décadas riéndonos de quienes estudian mucho, peyorativamente llamándoles empollones, y tildando de aguafiestas a todos los que nos piden el favor de apartarnos de sus puertas a la hora de hacer un botellón. Las cuentas no fallan: una clase dirigente afín a la época, con capacidad de a base de proselitismo adaptar al rebaño a los medios a emplear para obtener fines vergonzosamente justificados. La serpiente que se muerde la cola. Una de las imperiosas necesidades es la de que se nos meta en la cabeza que no podemos sentirnos orgullosos precisamente de logros que hayan sido conseguidos a base de lo fácil, de una total falta de consciencia y plena ausencia del sentido democrático cada vez que comulgamos con ello arrastrándonos tan bajo como para encima pensar que estamos actuando correctamente. No. Como punto de partida, y para conseguir algo, hemos de inculcarnos los unos a los otros la idea de que es necesario considerar el esfuerzo y valorar la dedicación de quienes realmente nos pueden ayudar a abrirle paso al sol en mitad de esta nube de arena.  

miércoles, 26 de agosto de 2015

El ritmo de las cosas


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Las cosas duran y suceden a su ritmo. Su naturaleza es marcada por el paso del invento del tiempo, por la continuidad en la que se encierran los secretos de lo que sucederá, de lo que nunca ha sido, de lo aún desconocido y tan próximo como el instante posterior al pensamiento. La paciencia cobra en estas circunstancias su más brillante papel, el de la espera que no espera nada a cambio de un golpe de suerte sino más bien del pausado acontecer de los sucesos convertidos en hechos. Así se ha ido desarrollando la historia entre los hombres, como al margen de ellos mismos a pesar de ser éstos quienes se han encargado de vivirla, de escribirla y transformarla, de moldearla a su antojo, de sacarle partido, de no tener más remedio que sucumbir a la potencia de su torrente imparable por más que lo hayan intentado. Cuando se trastoca la naturaleza se desbordan los ríos y se abre una amenazadora grieta en la capa de ozono, se multiplican las posibilidades de hacer daño a terceros, se indaga demasiado en la abundancia que persigue el ego y se acaba por deteriorar la esencia de la belleza que todo fluir contiene en sí. Así se han conquistado países y se ha maltratado a millones de personas, así se han escrito obras cargadas de proselitismo y se han edificado majestuosos monumentos, así han ido cayendo mitos y levantándose templos honoríficos, escuelas de pensamiento, catedrales, casas, alambradas de campos de concentración, murallas con objeto de dividir naciones. Así también las mentes más brillantes han conseguido descubrir el sabor del trabajo bien hecho a base de esfuerzo y de tesón, de correcciones y cautela, de miradas en su interior hasta dar con la clave, con la señal que bifurca los caminos hacia lo inimaginable pero tan cercano, hacia la salida y la resolución con la que no hubieran dado de no ser por la espera, por dejarse contemplar y atreverse a admirar las maravillas del presente continuo a base de mantener los ojos bien abiertos, sirviéndose de los materiales de la realidad, abasteciéndose de cuanto nos ofrecen los movimientos de nuestro alrededor, haciendo uso de lo justo y necesario para formar parte y no salirse del guión establecido por ese ente que está por encima de la inteligencia de los hombres, por el ente de la naturaleza, esa diosa que cada día nos da en la cara con su incólume verdad, con sus lecciones maestras, con su código de barras dentro del cual se haya la ecuación de la genética que lo engloba todo y ante la que resulta peligroso ponerse a discutir. Dentro de la nada se encuentra todo. Es como ese cántaro hueco del Tao del que no dejan de salir pensamientos, como el aire que nos llena los pulmones, como las flores que se marchitan y renacen, como el ciclo de los días, como el agua que se escurre entre las manos.