miércoles, 9 de septiembre de 2015

Más que mil palabras.


Resultado de imagen de creación de cine

De la misma manera que la literatura emana de la observación, de las conclusiones extraídas de los pensamientos caminados, de las relaciones existentes entre lo que se vive y lo que se quiere expresar a raíz de esas vivencias, del análisis del ser humano, nace el cine de la confluencia de experiencias que dan como resultado querer decir algo, lanzar un mensaje, pintar el cuadro de una determinada realidad a base de pinceladas en forma de fotogramas y secuencias, a base de imágenes argumentadas y trufadas con diálogos, con monólogos y silencios y bandas sonoras y ruidos y sonidos cotidianos. Desayuno en una terraza de la Alameda de Hércules de Sevilla y leo mientras tomo café para hacer luego una pausa que dedico a fumarme un cigarrillo, momento en el que siempre quedan mis ojos clavados en todo aquello que tenga atisbos de suceso, de premisa de aventura o historia, de consecuencia de un algo interior y anterior que trato de imaginarme, de cosas que no dejan de pasar bajo la severa fiscalización del tiempo: imágenes de lo que somos, de lo que soy como si me estuviera viendo reflejado en la manera de andar de otros a los que ni siquiera conozco, en sus gestos y ademanes, y pienso que esa debe ser la constante de un creador de películas, de ese director ensimismado en el presente para explicarse el pasado o el futuro, de ese guionista que no le pierde el hilo a una conversación, que mira de reojo, que olfatea la ironía, que se conmueve con un comentario, que agudiza su ingenio e intuición a medida que abre sus oídos; de ese actor que sucesivamente aprende a comportarse de una manera u otra en función de cómo lo hagan esos otros en cuyo espejo se mira y se comprueba y se reafirma, esos cercanos referentes encontrados en la calle, en el bar, en la mesa de al lado, en el concierto de jazz del pub de la esquina, en la consulta del dentista, en la biblioteca, en el pasillo, en la cola del autobús, en la palmaria representación del efervescente directo de la vida, extrayendo de todo ello las poses necesarias para interpretar su próximo papel. Veo a Morgan Freeman en el inicio de Ático sin ascensor y ya me parece que esté ahí toda la película: todo lo que viene se encuentra ahí, en ese caminar atravesando una calle de Nueva York con las manos en los bolsillos, en su cara de artista reflexivo que no se explica la desproporción existente entre las prisas y el resultado, entre el esfuerzo de duros años de trabajo y la consideración estrictamente material con la que se pondera cualquier detalle de nuestro entorno. Veo la cara de Jack Nicolson en Alguien voló sobre el nido del cuco y no puedo dejar de pensar en la perpetua metamorfosis del ser humano, en ese desdoblamiento al que nos vemos forzados, en ese ensancharse de Don Quijote y aquijoterse de Sancho Panza, en la asimilación de un papel por parte de cada uno de nosotros en función de las circunstancias. Eso es lo que me gusta del cine, la representación de lo que se toca y se huele, de lo que se escucha y se come y se bebe, de lo que se piensa y se hace y se dice, de lo que tiene los pies en las nubes del suelo o en el suelo de las nubes, de lo que nos permite viajar desde una butaca hasta el otro lado del charco o hasta uno de esos planetas en los que es fácil suponer que también exista una vida y una civilización y un ser las cosas como sean. No siempre una imagen vale más que mil palabras, pero mil imágenes que consecutivamente se relacionen entre sí, yendo del hoy al ayer o al mañana, me sugieren una hermosa estructura literaria en la que gozar de las lecciones de la vida.

2 comentarios:

  1. Hay que saber mirar y tener la imaginación suficiente para inventarse la vida de los demás, o adivinarla a través de sus gestos. Sin duda es toda una capacidad.

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    1. La contemplación y la observación obtienen la recompensa de la imaginación.

      Salud, Dyhego.

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