lunes, 14 de septiembre de 2015

Otra mañana


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Otra mañana nueva, otro día por andar, otra oportunidad de verle la luz a la vida, al espectáculo del mundo, a las venas del cuerpo de las calles, a las telarañas de las esquinas y a la encrucijada del dramatismo de los supersticiosos. Otra mañana en la que tener motivos para luchar, para navegar a bordo del barco de la pura alegría de la realidad, con sus fanatismos y sus encantos, con sus idas y venidas y sus salidas de tono, con su tregua para un café, con su ayer apuntado en un papel y tachado cual número de almanaque. Otra mañana en la que prometerse dejar de fumar, en la que apostarse a doble o nada no pensar en la marcha atrás, en la que sobrevivir entre la abundancia de futilidades que pueblan los escaparates, otra mañana en la que recordar que más que una buena memoria conviene disponer de un mejor olvido. Otra mañana de grato despertar, de esperar sentado en la silla de la terraza en la que me sirven las tostadas a que aparezca Manuel Mármol, ese columnista sevillano que puro en mano pasea escondiendo su mirada tras unas gafas de sol que recuerdan a Jack Nicolson en La fuerza del cariño, sin que sepa que ya va formando el alter ego del personaje de una futura novela o un nasciturus breve relato, uno de esos tipos a los que se les adivina la espuma en el cerebro, la poesía en las pestañas, la metáfora en las cejas, el estudio en el pentagrama de las arrugas de su frente, las reflexiones en sus paseos, la timidez en su forma de arrimarse a los árboles, la contemplación del paisaje urbano en la escritura de sus pupilas. Otra mañana sin resaca, casi se me había olvidado, sin telarañas en el alma, con ganas de trabajar, de pensar, de leer y de escribir y de buscar en el diccionario, de repartir felicidad entre la cosmopolita concurrencia con cuyo trato volveré a descubrir que el mundo es un pañuelo, un folio en blanco, un vaso medio lleno, una recién descorchada botella de Viogner merecedora de una inusual e inesperada decantación por parte de un sommelier amante de su oficio. Otra mañana de aceite de oliva y de café con leche, de tabaco liado y de García Márquez, de un vagón de el Gallo de hierro de Paul Theroux, de amables camareras y saludo a los vecinos, otra mañana amparada en la reconfortante sensación de no pensar en la muerte, ni en el fracaso ni en la pesadilla de las miserias propias y ajenas, otra mañana de datos personales apuntados en un cuaderno, en un crucero por el mar de los callejones de Sevilla camino del trabajo. Otra mañana de fotos y retazos, de cuentos y mensajes, de buenas nuevas y novedades, de conversaciones escuchadas, de incertidumbres que no han sido consumadas. Otra mañana de par en par, de puertas y ventanas, de escaleras y pasillos, de aceras y portales, de chaqueta, de sacacorchos y corbata; una mañana como otra cualquiera que en cambio luce como única entre todas las mañanas.

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