martes, 22 de septiembre de 2015

Tren de cercanías


Resultado de imagen de hacer las maletas
Revolver los rincones de una casa para sacar todo lo que ha estado en ellos durante más de un año es lo más parecido al expurgo de una biblioteca. No faltan papeles olvidados que aparecen casi por sorpresa y por todos lados, direcciones que puede que ya no existan, números de teléfonos garabateados con prisas y tarjetas de visita que son algo así como la representación de las paradas de un recorrido, del itinerario sobre el mapamundi de una ciudad; sobres en los que se han ido guardando ese tipo de documentos caducados por los que se siente un cierto recelo y pudor de desprenderse de ellos por si acaso algún día son necesarios para resolver un engorroso trámite burocrático cuando menos se esperaba; cuadernos con anotaciones de lecturas de etapas muy recientes, frases que se recaudaron con las ansias del coleccionista de palabras y expresiones que aspira a escribir algo así en alguna ocasión, de una vez por todas; amontonados suplementos culturales del periódico de los sábados; reliquias de un pasado no muy lejano que han sido parte de mi indumentaria trashumante; objetos con apariencia de amuleto que uno no supo donde guardar y que siempre anduvieron al resguardo de la silenciosa quietud de lo que ha de volver a ver la luz, como si aún no hubieran encontrado su sitio en el mundo y ahora les hubiese llegado la hora, el momento. Una concha marina que anduvo a mi espera sobre una mesa de estudio de la calle Rascón de Huelva; marca páginas con frases de Hemingway y de Mario Benedetti; una pequeña lámina pintada con spray en dos minutos por uno de esos expertos en dibujar paisajes marinos en mitad de la calle a cambio de la ínfima cantidad de dos euros; un pen drive con fotos de un lugar de Cantabría en el que me dejé la piel y el corazón; una Moleskine usada en Asturias con las huellas de la escritura que apuntaba las maneras de un perfecto desertor; sábanas que inexplicablemente han soportado el continuo trasiego de mis maletas desde Murcia a nuestros días durante más de ocho años; bolígrafos y lápices que fueron comprados por el sencillo placer de tenerlos para poder tocarlos, debido a ese vicio que supone no salir de una papelería sin haber adquirido algo que a uno le atraiga y lo transporte a la infancia tanto como el aroma a goma de borrar del colegio. En cada bolsa que se llena hay un pensamiento de nostalgia que enlaza el próximo futuro con la trascripción instantánea del pasado conformado por los objetos que la colman. El mapa formado por los márgenes del polvo de todo aquello que reposó inerte sobre una estantería es como el contorno de una costa que marcase los límites de la privacidad, de la intimidad en ese sitio en el que ancló el barco y echó amarras esperando a que capeara el temporal. Cada salida tiene un destino, y cada mudanza es un encuentro con algo de uno mismo que aún no sabía que tenía y sobre lo que ha de seguir conociéndose, como con la nueva cafetera o tostador, como con la nueva lavadora o termo del agua, como con cada uno de los enchufes e interruptores que encenderán la luz del nuevo tren de cercanías en el que uno viaja cada vez que se introduce en el interior de su nuevo apartamento.

2 comentarios:

  1. Es lo bueno que tiene la mudanza, que descubres auténticos tesoros.

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    1. Descubres cosas de tí mismo que temporalmente habías olvidado.

      Salud, Dyhego.

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