martes, 10 de noviembre de 2015

Menudo lío


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Hablamos de la libertad sin darnos cuenta de que no la tenemos, y de que los resquicios a través de los cuales ésta se percibe son consecuencia de un trabajo de reflexión y de estudio, de la forja de una cultura personal de rebeldía contra, como diría Marcuse, el medio, es decir "el sistema". Una de las cosas que más me gusta hacer es holgazanear por las calles de Sevilla ligero de equipaje, sin preocuparme de a dónde ir, parándome en las librerías, tomando café en las terrazas, haciendo un alto en el camino para leer en el banco de un parque o en un bar, sintiendo el privilegio de quien ha nacido para rey trabajando por dinero, necesitando poco para distraerme, haciendo lo posible por desentenderme de mis obligaciones laborales y canalizando hacia el lado creativo cualquier pensamiento que tenga que ver con mi oficio, viendo pasar la vida, la gente, los coches, el tranvía, saludando a los vecinos, observando el estado de las calles, las humedades de las fachadas, los tatuajes del asfalto, las farolas rotas que algún vándalo ha dejado hachas trizas sobre el suelo, tomando notas de esto o de aquello en un cuaderno que me hace las veces de ordenador portátil.
En cuanto despega uno los pies del suelo para lanzarse sobre el cielo abierto de la calle aprecia de inmediato lo influenciada que está nuestra sociedad de la necesidad de la obligación, del deber, como factor determinante para que gire la noria de un supuesto estado de bienestar cada día más frustrante y deteriorado, sin que en ello parezca que reparemos con frecuencia, como si se encontraran inoculados como un mal germen en el cuerpo de la ciudadanía una serie de hábitos que se llevan a cabo de manera casi inconsciente e instintiva de la misma manera que nos lavamos los dientes antes de ir a dormir; movimientos que hacemos sin pensar, sin reparar, de tan enquistados que se encuentran en nuestro comportamiento y sin los cuales podríamos plantearnos qué es los que tenemos que hacer a continuación para que el resultado sea lo más racional y cabal posible, cosa que parece extraña hoy en día. Ese automatismo a veces puede llegar a dar miedo porque de él se desprende el torrente de espontáneas decisiones que el individuo no extrae de sí sino de lo que le viene impuesto, es decir de lo que cree que tiene que hacer pero sin detenerse en su inmediata consecuencia, como quien llegado a determinada edad cree que no tiene más remedio que casarse y acto seguido tener hijos, viéndolo de la manera más natural, porque es de cajón, porque eso es así, porque se ha hecho toda la vida y uno no iba a ser menos, porque no vaya a ser que digan.
La parte de naturaleza propia que el ser humano se deja en el camino empieza a vislumbrarse con más claridad a partir del momento en el que deja de jugar, como si dicha dedicación fuera el más claro síntoma de una alarmante falta de madurez, aún quedándose con ganas de seguir haciéndolo pero no consintiéndoselo porque no se lo consienten, porque no está bien visto, porque hay que empezar a hacer otras cosas en este caso propias de lo que se entiende por crecimiento, por lo que ha llegado la hora de, y así todo seguido hasta el final que suele ser muy aburrido y muy cargado de abnegaciones y de incomprensiones muy comprensibles a vida cuenta del transcurrir de la historia. Si nos viéramos desde arriba nos partiríamos de risa, debemos parecer un teatro repleto de marionetas extraviadas en un mundo en el que vamos de una lado a otro rodando como esos miles de kilos de basura espacial que campan a sus anchas, sin ton ni son, pero supeditados a la fuerza de un orden de gravedad, a miles de kilómetros por hora en mitad del espacio. Menudo lío.

2 comentarios:

  1. La libertad es muy relativa. Cuantos más cambios podamos hacer en nuestra vida cotidiana, más libres nos sentiremos.

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