martes, 12 de enero de 2016

llueva o salga el sol


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La música clásica de la lluvia repiqueteando contra los cristales nos recuerda la presencia del invierno, esa pausa entre el colorido de la navidad y la aparición de los primeros síntomas semanasanteros que no tardarán en llegar, que se encuentran a la vuelta de la esquina, en la cabeza de los costaleros, en el corazón de los devotos y de los niños que juegan a llevar un trono sobre sus hombros. En una ciudad como Sevilla, en la que se goza de un clima agradable y templado la mayor parte del año, cada vez que llueve parece como si viniera el agua a interrumpir el hábito de sus gentes tan acostumbradas a vivir en la calle; no saben lo mismo las cervezas en los soportales de la plaza del salvador, ni el paseo errante de los turistas por la avenida de la Constitución o por el barrio de Santa Cruz; la ciudad sigue siendo alegre pero apocada bajo el velo de la tristeza gris de un cielo inusualmente encapotado; desde las azoteas resulta raro el horizonte entre el que muy de vez en cuando se vislumbra un hueco por el que emerge un imponente sol como queriendo romper la barrera de los cirros algodonosos y el cúmulo de almohadas del firmamento durante los intermitentes días lluviosos; es frecuente que se olviden los paraguas, que se dejen por despiste en cualquier mostrador, en la barra de un bar, en el vestuario, en casa de un amigo, debido a la falta de costumbre y a la destreza adquirida durante años de ir refugiándose de la llovizna bajo los aleros de los tejados y la majestuosidad de los balcones salientes que acaparan buena parte de la escolta de las aceras. Sevilla es una ciudad desenfadada y contagiosa, una ciudad de contradicciones, un salga el sol por donde quiera que se vuelve meticuloso y metódico en el rigor de las tradiciones pero que no escatima desdenes para todo lo que tenga que ver con lo que pudiéndose improvisar para qué pararse a planearlo, como si existiera la firme creencia de que las cosas salen mejor cuando no se preparan, cuando no se tienen en cuenta los fundamentos de la anticipación ni de la previsión, dejándolo todo a la buena de Dios y rezando sin ir a misa para que no haya ningún problema. A veces pienso que tanto arte junto, que tanta belleza reunida, que tanto ingenio y tanta capacidad para salir por la tangente le vienen dados a Sevilla por el particular uso de la libertad que aquí se aprende a ejercer, por la contradicción implícita de sentirse preocupado y al mismo tiempo contento. Uno aprende a vivir en cada una de las ciudades por las que pasa, adaptándose al allá donde fueres haz lo que vieres, poniéndose al día en lo que si y en lo que no y en lo que depende cuándo y cómo, en lo que suma y en lo que resta, dejándose llevar, contemplando e imitando, tomando sus puntos de referencia para extraerle el jugo a las conversaciones y a las calles, a lo que dicen las puertas, a lo que susurran las ventanas, a lo que insinúan las miradas, y en Sevilla aprende uno a vivir sintiendo que en cada día cabe una vida entera llueva o salga el sol.

4 comentarios:

  1. Ya se nota que te encanta Sevilla.

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  2. A mí también me enseñó a ser libre Sevilla. Mientras te leía sentía que estaba de vuelta, paseando por sus calles. :)

    Un abrazote!!!

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    Respuestas
    1. A veces el recuerdo es tan poderoso que nos sirve para sentir lo que aprendimos en otros sitios. Siempre serás bienvenida.

      Un abrazo, Nadia.

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