viernes, 1 de enero de 2016

Resumiendo


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Ni por lo alto ni por los suelos, ni a la alza ni a la baja, ni grito ni me callo, ni me paso de listo ni me hago el tonto, ni una cosa ni la otra, ni rico ni pobre, lo que es es y todo sucede por algo; un ser normal, un verano fatigado y fatigoso, colorido por el sol infranqueable y detestable a depende qué hora te acuestes; un invierno con sordina, una gabardina con bolsillos desfondados, un desaforado tragaluz que emite sombras surrealistas, paisajes contemporáneos en los que hay algo de Henry Matisse, del pintor con tijeras, del recortador del contorno de las golondrinas, del adivino de las manchas en el techo; un otoño con violín, con paraguas y con bufanda precavida, con libros del Jueves de la calle Feria, con alertas de emboscada, con rachas y temporadas de tristeza, con René Magritte a la cabeza; una primavera que no desespera, que se guarda un as en la manga, que nunca distorsiona, que late y no cesa y se deja madrugar, y engatusar, y sonreír sin querer encontrar el punto final, que se deja tocar, y oler y besar, y lo que es más importante, acariciar hasta llegar al fondo de los océanos de la piel de las condesas y de las damas más plebeyas. Cosas del resumen, del vaivén inquieto de la nostalgia confundida con presente mejorado, restaurado, hecho de retales de la vida, del billete de vida y vuelta a bordo del Arriluze o del Titanic, o del Andrea Doria o el Nautilus, de barco en barco, otro puerto, otras caras, otras no sé cómo llamarlas, mentiras, otras borracheras de esperanza. Si me paro a pensar no pienso, si camino lo hago, despierto y con una voz interior atronadora que me inunda las orejas y las rescata de los sabañones predilectos de los chuzos de punta. Los cinco sentidos, el olfato que detecta la presencia fantasmal del desengaño, el apaño en una baldosa, las conversaciones más importantes en mitad de un pasillo fraudulento y mezquino; la vista que uno aún conserva gracias al Dios de la existencia, el que te habita y me habita, el que te despierta y te dice esa boca es tuya pero tú no te enteras, las lentes de contacto en las yemas de los dedos, la cercanía aclarada por el horizonte; el gusto por lo sano, por el trabajo, por los cosquilleos de la lengua, por las inclemencias que ponen a la gente en su sitio, y es que el gusto es algo muy particular y del que se han dicho muchas tonterías sin precisar lo que resulta crucial: la armonía, la catedral, mantener a los secuaces, a los hijos de puta, a los leguleyos, a los rastreros y a las ratas, a todos ellos lo más lejos posible, fuera del alcance de tus planes, allá donde se queden para siempre; el oído lo más despierto posible, siempre cantando, siempre tocando un instrumento, siempre con Maceo Parker atravesando la calle Sierpes, lo más accesible al suelo que uno pisa y a las paredes que oyen, esas cobardes azucenas que desmienten confesiones que han olvidado, con el oído hay que joderse, cuidado, hay que ser muy paciente, pero nos regala la infinidad de melodías que a poco que uno se ponga a escucharlas descubrirá a lo que saben los decibelios de la espuma del instante; el tacto, tic tac tacto, casi que mejor dejarlo para otra entrada, para otro capítulo, hay tantas cosas que decir del tacto, de las porcelanas y los vidrios y cristales, de las sedas y las rugosidades del aire, el tacto es un infarto al revés, un tren de cercanías, un peón cuatro rey, el tacto es lo que mejora con la edad porque es muy selectivo. Resumiendo podría estar aquí, escribiendo en un instante, un rato largo, pero por hoy me doy por satisfecho. 

2 comentarios:

  1. Ahí, Clochard, al pie del cañón.

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    1. Ten a buen recibir un abrazo de amigo, cuando estalle la guerra estaré en la trinchera contigo.

      Salud, Dyhego

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