viernes, 15 de enero de 2016

Un buen momento


Resultado de imagen de dificultad

Conviene cada cierto tiempo cambiar el rumbo de las lecturas y acercarse a libros en cuya dedicación auguramos un más difícil entendimiento, presintiendo en ello un avance necesario, el punto de partida de una evolución que se nos viene resistiendo y de la que andamos deseando formar parte, seguros de que tras ese paso vendrán otros que nos permitan introducirnos en el meollo de esas dialécticas que se nos ponen muy cuesta arriba cuando no encontramos a qué agarrarnos para darnos al menos una respuesta que nos alivie de la tentada a ciegas que supone todo atrevimiento de mirar en lo desconocido de las letras; libros menos accesibles a la facilidad con la que la dicción de la voz interna que nos acompaña mientras leemos disfruta de esa milagrosa ecuación en la que se resumen los misterios de la imaginación puesta al servicio de la lectura; es como querer ponerse a prueba tratando de superar el listón que uno mismo se impone, porque llega un momento en el que la mera curiosidad por enfrentarse a, pongamos por caso, alguna historia de la filosofía, o a una revisión de las teorías de Freud, puede tanto como las ganas de viajar a una de esas ciudades que no cesan de sugerirnos encanto en los libros de arte pero a la que hasta ahora no habíamos decidido acercarnos. En el tránsito que va desde la elección de las lecturas hasta el desarrollo de las mismas hay un cierto aire de emoción anticipada con la que todo iniciado empieza a sentir el apetito de un manjar del que ha oído hablar mucho. En ocasiones son nuestros propios referentes, esos escritores que nos sirven de guía, los que nos van dando las pistas necesarias para que indaguemos en las estanterías de la biblioteca en busca de autores que a ellos les han servido de faro, aspecto que al mismo tiempo conecta con el deseo de desentrañar las claves literarias de nuestros escritores preferidos, conocer sus fuentes y sus bases, sus piedras angulares, sus gustos, dando a veces con el dardo en la diana de un por qué o un cómo o un cuándo que nos interesaba mucho desde hace mucho tiempo. Una de las curiosidades de leer libros de texto o de ensayo escritos con un vocabulario más académico del que se suele emplear en las novelas es que cuando uno retoma la lectura de un relato más al uso parece como si nadara haciendo tirabuzones por esa prosa en la que un día también tuvo sus dificultades, viéndose uno así reconfortado por ese mínimo de solvencia que anhelaba cuando era un adolescente y leía, no sin alguna que otra traba, La familia de Pascual Duarte, El árbol de la ciencia, El lobo estepario, El camino, o el primer Invieno en Lisboa. Una de las cosas que más nos acercan a la juventud es sentir que los libros son un buen reclamo para darnos cuenta de la cantidad de asignaturas pendientes que aún tenemos y de las que todavía no hemos sacado provecho, sobre todo ahora, en esta época de crisis de valores en la que tan denostado y anticuado está el hábito de interesarse por el pasado escrito, justo cuando es el mejor momento de ponerse a leer a los clásicos.

2 comentarios:

  1. Es buena idea la de lanzarse a géneros literarios o libros o autores que se alejan de nuestros gustos. Ahora mismo estoy leyendo un libro cuyo título no pienso decir ni aunque me obligaran a ver todas las sesiones de Gran Hermano. Como tú dices, cuando, después, vuelva a otro libro como Dios manda, notaré mucho más la diferencia, jajajaja.
    Salu2, Clochard.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En realidad yo me refiero a libros que suponemos interesantes paro con los que antes no nos hemos atrevido por falta de formación. Lo que tú dices debe tener su morbo, puede ser, y por supuesto la diferencia debe ser palpable.

      Salud, Dyhego

      Eliminar