lunes, 8 de febrero de 2016

Complejo de inferioridad


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Existe un contraste tan grande y evidente entre nuestra cultura, entre nuestra forma de vivir y de entender la realidad, y la de quienes vienen de otro país, por razones turísticas o profesionales, tanto da, así como la de aquellos compatriotas nuestros que se encuentran de vuelta después de un periodo laboral en el extranjero, que se nos plantea una dificultad añadida: la de confluir en los acuerdos de progreso compartiendo las experiencias de quienes traen algo nuevo debajo del brazo. Esto, en un país solidario por naturaleza, cosa con la que se nos llena la boca a los españoles, parece que no nos es posible llevarlo a cabo sacudidos por la torpeza de un recalcitrante complejo de inferioridad que se sella a nuestra piel como un código de barras a un bote de conservas, sólo que, por desgracia, sin fecha de caducidad. No estamos lo suficientemente preparados para aceptar que existen otras maneras de hacer las cosas, otras vías de pensamiento, otras sendas por las que llegar a mejores fines y con el beneficio intelectual de no tener por qué estar constantemente justificando los medios. Parece como si nos sintiésemos recelosos de aquellos que decidieron salir para explorar otros campos de la sociedad, para crecer personalmente, para formarse. Sucede algo parecido con aquellos inmigrantes a los que se les trata muy bien hasta que dan uno de los saltos clave para que dejemos de tener ese sentimiento de paternalismo, no exento de conmiseración, para con ellos: cuando empiezan a hablar muy bien nuestro idioma, entonces comienzan ya a resultar amenazas dialécticas, gente que sabe cómo expresar lo que quiere, lo que le gusta y lo que no, personas que nos cuestionan, y con razón, pero a las que se les empieza a poner trabas para que no vayan demasiado lejos. Nosotros, los españoles, ésto de ponernos la zancadilla solemos hacérnoslo los unos a los otros desde que tenemos uso de razón, porque a eso nos han enseñado, porque nos han instruido en un sálvese quien pueda bajo la férula de una educación que aún no se ha desprendido de una serie de prejuicios que nos distancian de todo plan de acción riguroso y reflexivo; somos una sociedad envidiosa y arribista en la que no se valora el mérito y en la que los referentes han acabado por ser aquellos personajes que menos hacen y más dinero ganan; somos una sociedad miedosa, mediocre, conformista, hipócrita y carente de facultades de desarrollo personal suficientes para forjarnos un criterio propio frente a las vicisitudes, y el camino casi siempre escogido para resolver los entuertos y las desavenencias es mirar para otro lado o echarle la culpa a otro, al primero que pase, al que más rabia le tengamos, al que no nos atrevemos a hablarle a la cara, sin reparar en las consecuencias de nuestras decisiones ni importarnos lo más mínimo que nuestra manera de actuar repercuta negativamente en un futuro no tan lejano. Las diferencias pasan de notables, en civismo, en filosofía, en proyección, en constancia en el trabajo bien hecho y en perseverancia en el estudio, en el intento todo ello de construir una sociedad mejor, entre los que no se han movido del país y quienes o no son o son de aquí pero han decidido volver. Este es el mismo lastre que nos tiene bajo la piedra de la incultura y que se resume en un cúmulo de inseguridades que dan como resultado el continuo sometimiento y un conservadurismo no ideológico sino falto de confianza en sí mismo, que nos lleva a doctorarnos absurdamente en una descomunal falta de empatía y en un arraigado sentimentalismo plañidero que lo único que hace es reforzar el desastre; eso sí, como dice Elías Moro, con una buena dosis de adulación, de esa interesada paciencia del mediocre y del servil y, en último término, del canalla y del traidor.

2 comentarios:

  1. ¡Qué cierto, nos dedicamos a descalabrarnos los unos a los otros a la menor ocasión! Despreciamos todo lo bueno que hay en nosotros y ensalzamos lo peor de lo foráneo.

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    1. Marca de la casa, código de barras, distintivo de identificación.

      Salud, Dyhego

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