jueves, 10 de noviembre de 2016

Los placeres y los días




Me aficioné a coleccionar los artículos de Francisco Umbral durante mi mera presencia, que no alcanzaba ni a la categoría de oyente, sentado en la última fila de un aula de instituto, en el transcurso del sinuoso curso de un C.O.U. prolífico en poesías que nunca fueron enviadas a una chica de ojos rasgados que parecía haber salido de un bloque de mármol esculpido por Rafael. La parte trasera de mi carpeta estaba habitada por los artículos de Umbral, recortados con cuidado de paleontólogo concentrado, que yo leía una y otra vez mientras lo único que me hacía despegar los ojos de la lectura eran las explicaciones de Don Enrique a cerca del doble dativo en latín, cosa que a mi me resarcía un poco de mi rotunda negación para con las ciencias exactas/inexactas. Por las tardes y durante los fines de semana solía ayudar en el negocio familiar, y aquello, además de aportarme las lecciones de los maestros que por allí pasaban, su gramática parda, su sentido de esa sabiduría de barra compartida con gentes de todos los oficios, me dejó también el gusto y la afición por la prensa, y particularmente por los columnistas que opinan diseminando el mural de la realidad introduciéndose en la actualidad a base de pinceladas impresionistas que Umbral prefería transformar en puro y duro presente de indicativo del verbo escribir, en ese presente en el que la mejor receta para la inspiración consistía, según él, en haber descansado bien, escribiendo dos artículos al día, uno para comer y otro para beber. En aquel bar se ponían a disposición de los clientes los diarios El Mundo, Jaén y Marca, o el Jaén y el Marca, con ese significativo artículo delante que solemos añadir los españoles de casa encalada y quinieleros sueños de domingo por la tarde a los nombres propios: la Sonia, el Pepe, la Chari, la Rosarito y así todo seguido hasta el final. En Los placeres y los días, título de la columna que escribía Francisco Umbral, situada en el margen derecho de la contraportada de El Mundo, y de cuyo título no tenía yo aún ni idea que procediera de Marcel Proust, lo primero que saltaba a la vista eran los nombres de algunos personajes de actualidad escritos en negrita y, una vez introducido en la lectura, el uso de una barra con la que separaba dos palabras cuyo significado dejara claro la doble posibilidad de entender lo que se pretendía decir, abriéndole siempre las puertas a la riqueza del léxico y dejando un margen de posibilidades para el juego mental de quien lee, sonsacando una sonrisa cómplice entre la pluma del autor y la reflexión del lector, del joven lector que por entonces escuchaba a Pepillo el fontanero decirme "nenillo" maldiciendo su úlcera de estómago con una copa de anís del Mono en la mano. Aquel hombre, Paco Umbral, escribía como pensaba, sus palabras brotaban del manantial de su pensamiento y quedaban plasmadas con la contundencia de los pegamentos extra fuertes, mientras yo empezaba a notar que eso se correspondía con algo que tenía que ver con su audaz y precisa observación y con su decisión de querer contarlo todo tal y como lo veía, como yo lo veía mientras despachaba soles y sombra y combinados todos ellos llamados cubatas a una concurrencia experta en las lides de pillarle las vueltas a las obligaciones conyugales, doctores todos ellos de la academia en cuyas lecciones aprendí lo que no encontraba en los libros. Aquella forma de escribir tenía que ver con sus ganas de vivir un oficio al que Francisco Umbral había llegado de manera autodidacta, devorando uno a uno los libros que iba cogiendo de las estanterías de la biblioteca en la que trabajaba su madre, sin carrera ni título ni diploma ni máster ni más, como diría Pepillo el fontanero, chinches que la manta llena, y con su convicción de no poner blanco sobre negro nada que no fuera de manera deliberada, meditada y pensada para la ocasión, haciendo trajes a medida de las noticias y en favor del rigor del lenguaje literario, en defensa de una lengua de la que, por cierto, ironías de la vida, nunca fue académico. Todo parecía estar muy medido y como dejando al mismo tiempo un hueco por el que se pudiera colar el más común de los vocablos que se escuchara en el bar y en el metro, en la oficina y en la tienda, en la parada de taxis y en la frutería, en la calle, donde la vida fluye con sus gotas de esplín/spleen atrayendo a la mente del eterno observador en el que se convierte todo escritor que acaba haciendo de sí mismo el género de su obra. Aquello, ese estilo a la vez desenfadado y matemáticamente calculado, me cautivó y supuso para mí como un estímulo hacia la persuasión de que también podía encontrarse uno amigos, gente con cuyas voces conectaba y en las que se instalaba tan a gusto como en un baño de agua templada, en la lectura del periódico; más tarde, hubieron de pasar años, fortalecí mi amistad con Umbral en sus novelas, en su Mortal y rosa, en su Las Ninfas y en su Leyenda del César visionario, en sus crónicas madrileñas, en las cartas a su mujer y en su presencia, como mirándome por encima del hombro, a la hora de hacer mis primeros ejercicios de aficionado al amanuense hábito de la escritura. Desde entonces, desde aquel año de C.O.U. en el que las tuve que recuperar todas en septiembre, frecuento a Paco Umbral, de él me alimento sobre todo en otoño, cuando parece como si su prosa estuviera conectada a los latidos de la poesía de las esquinas, a las costumbres del barrio, al azar de los encuentros furtivos y solitarios del Baudelaire que llevamos dentro con el inagotable trajín de la fuente existencial de la ciudad, con el suelo en el que las manchas de aceite se convierten en metáforas, con las alarmas y los tirones y los tacones y los labios pintados de un sospechoso carmín, con las solapas de los Dandies almidonadas hasta el tuétano de las apariencias más dispares, con el hábito de pasear la calle habitando en el reino de las voces que le van a uno haciendo testigo privilegiado del espectáculo de la vida.

4 comentarios:

  1. No entra Umbral en panteón de escritores favoritos. Como narrador no me gusta. Era mejor columnista, desde luego. Como persona, me caía fatal. Las personas de voz engolada suelen ser engreídos y malafollás.
    Sus columnas, sí las leía alguna vez.
    Escribía también una serie de cartas a distintas personas, sobre todos mujeres, y recuerdo una "piropo" que le dedicó a Rocía Jurado. Lo recuerdo palabra por palabra porque me dí una hincheta a reir, que todavía me dura.
    Decía, textualmente: "Rocío Jurado no es que sea fea, que lo es, es que, además, tiene cara de antigua".
    ¡No me dirás que no tenía el tío malafollá!
    Cada vez que me acuedo de ese piropo, ya te digo, me vuelven de nuevo las risas.
    Te dejo, que voy a ver Víctor Ros, que me gusta la serie.
    Salu2 victoriosos.

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    1. Sobre gustos hay mucho escrito y más que queda por ser escrito; y además, siempre hay una serie para un descosido, o sea que a disfrutar de la literatura que más te guste y de esas series que yo siempre me pierdo.

      Salud, Dyhego.

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  2. ¿Sabes Juan?lo que se me hace curioso:que un chaval que tiene como referencia a Umbral,deje todas para septiembre...Está claro que en el sistema de enseñanza fallaba algo,con lo que te gusta aprender,saber,investigar,leer,escribir...Bendito Umbral,que te inspiró!!
    Un abrazo C.F.P!!

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    1. Aquellos tiempos tuvieron su cosa, su este, su aquel, su particular manera de aprender y de matar las tardes haciendo de todo menos estudiar, y de leer mucho en sentado la ultima fila de la clase.

      Mil abrazos.

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