martes, 24 de enero de 2017

Los regalos del presente


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Abre uno los ojos e indefectiblemente se encuentra con una realidad a la que hay que recibir y escuchar, a la que hay que corresponder con el noble y recíproco beneficio del saludo, a la que no se puede dejar escapar como el agua entre las manos mientras vemos pasar a los trenes de los verbos ser y estar cargados de puntos de partida, de primeras palabras; una realidad con la que hay que hacer algo que se vaya moldeando como esos trozos de piedra volcánica que esculpen los habitantes de La Capadócia imitando la hospitalaria belleza de sus montañas; una realidad en la que hay que inmiscuirse para que el río de las circunstancias dependa en cierto grado de los granitos de arena con los que se va construyendo la duna de la existencia instantánea más allá de los confines del desierto en el que se quemaron las amapolas del pretérito sufrimiento que tanto nos sirvió para crecer y llegar a ser lo que somos, sabiendo hacer uso de la cuenta del Haber en la que se encuentran los fallos cometidos y dejando para el Debe los reproches y lamentos con los que se engordan los rencores que apolillan la ilusión de las posibilidades: en el aquí y en el ahora que nos pertenece, en el momento de cuyo oxigeno se llenan los pulmones haciendo crecer las flores en los ramilletes de alveolos que pueblan el pecho deseoso de ser cultivado como un campo fértil en corazones y yermo en espinas, con más certidumbres de que la tierra gira sobre su eje gracias a nuestras intenciones de querer acaparar sensaciones impregnadas de la lúcida gratitud hacia lo que nos mantiene en pie que de ese derrotismo atroz que lo envuelve todo de un aburrido e histriónico melodrama que aburre al más pintado, que desconecta los cables de la sensibilidad y amodorra a los sentidos en un letargo poco higiénico y cruel las más de la veces.  El presente es una raya en el agua que se dibuja con el lápiz de la inspiración, con las ganas de vivir, con la intuición a cerca de los movimientos acertados que nos va dictando el corazón; el presente se deja ver, oler y tocar, sólo hay que saber mirarlo, recogerle su melena rubia y rizada en una cola con la que se decora el desayuno, bebérselo en una infusión de cáñamo contra la tos y la plastilina de los mocos. A veces ver el resultado tras haber ordenado los papeles que han ido quedando acumulados a lo largo de meses en nuestro escritorio nos proporciona una sensación de plenitud que nos lleva a pensar que en los primeros pasos de cualquier proyecto se encuentra la posterior sensación de gratitud por haber decidido ponernos manos a la obra sobre las tareas que se vuelven tediosas debido al constante veredicto de prematura derrota emitido por ese fiscal que nos habla desde el interior y nos mira por encima del hombro, ese juez anticipado a los acontecimientos empeñado en hacer de nosotros mismos nuestros peores enemigos; otras es el simple gesto de estar tumbado y reflexionando sobre los tesoros que poseemos en forma de energía y vitalidad y humor y apetito y ganas de hacer grandes cosas como si de felices hormigas se tratara, sobre las amistades y el lugar en el que vivimos, sobre el trabajo que tenemos y la carencia de enfermedades graves que vengan a quitarnos el sueño, lo que nos hace ser conscientes de que el presente se empeña en otorgarnos sus bienes a pesar de nuestra endémica sordera, de nuestra atrofiada búsqueda de soluciones a la pesadilla de no saber cómo encontrar la salida de ese callejón llamado problema que consiste en creernos los ombligos del mundo. El presente nos puede regalar la satisfacción de elegir un trozo de queso y unos guisantes, un saquito de garbanzos o una rebanada de pan de centeno, una prenda con el inconfundible aroma de una piel, un canelón de aguacate con buey de mar o un abrazo en ese momento del amanecer en el que lo que menos importa es la hora que sea, una botella de vino o una película, una cena frugal a base de un pedazo de pizza antes de ir al cine o unos brotes de rúcula coronando las tostadas, un chorro de aceite de oliva o una novela, un fragmento de prosa poética o una charla, un beso o la mirada de unos ojos oceánicos que se atreven a mirar, a contemplar la textura del tiempo dentro de un agujero azul en el que uno se encuentra como exiliado en el limbo y en el país de las maravillas, en esa parte del mundo a la que todavía no han llegado los expedicionarios de National Geographic porque al alma de las cosas no se llega en Todoterreno ni en camello sino en ese tranvía llamado Deseo que corre por nuestras venas haciendo parada en las estaciones de un carpe diem cabal y coherente, responsable y sincero, generoso y humilde como la inmensidad de la luz de una vela, de la vela que arde en la cera del presente, en el guión de lo espontáneo y ligero como los versos del aire de la tranquilidad.

2 comentarios:

  1. La realidad es para esculpirla, para domarla, para adueñarnos de ella... pero, al final, siempre gana ella.
    Salu2, Clochard.

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    1. La realidad es un manantial de sucesos y posibilidades, de lazos y cruces de caminos,una madeja de circunstancias ante las que merece la pena mantener los ojos bien abiertos; para lo bueno y para lo malo, y sobre todo para los regalos del presente.

      Salud, Dyhego.

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