miércoles, 18 de enero de 2017

Perspectiva


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Como trabajo con personas bastante más jóvenes que yo aprecio mucho las conexiones entre lo que yo hacía cuando tenía la edad que ellos tienen ahora, sobre todo cuando percibo su vocación de la misma forma que yo sentía la mía hace ahora veinte años, y si no es así siempre cabe la posibilidad de afrontar el reto de explicar los puntos que ensamblan mi oficio con la vida tratando de encontrar alguna relación con la que persuadir a aquellos a los que ni les va ni les viene de que nunca el tiempo es perdido si se le abren los ojos a la realidad. Cuando uno anda en los veinte ve aún muy lejos la edad en la que se encuentran sus maestros, y pisa el acelerador sin temor, como si nada fuera eterno, se lo come todo, vuela, salta, respira hondo y rápido, sube de dos en dos las escaleras, se atreve a retar al futuro con faroles y aspavientos, vende su alma al diablo y roza el peligro de incendio continuamente; son esos años en los que a uno no se le pasa por la cabeza la idea de que sea posible hacer el amor sin quitarse la ropa, años en los que las manzanas se comen incluso con gusanos y no siempre se saborean con la pasión merecida en caso de estar completamente sanas; años en los que los torrentes de agua nunca alcanzan a saciar una sed irrefrenable y ansiosa del líquido condimento de lo desorbitado, de lo iluminado por el neón de las discotecas y por las volutas del humo del hachís; luego de una década en la que se van acumulando vivencias las piezas del puzzle empiezan a ponerse en su sitio y la primera criba hace acto de presencia, como si hubiera cosas que comienzan a sobrarnos movidos por el interés que nos suscitan otras que, en el mejor de los casos, darán como resultado el camino a seguir sobre el que ir desarrollando definitivamente un oficio; pero al cabo de veinte años de idas y vueltas a empezar lo que más claro llega a tener uno es que todo esos materiales le sirven para resolver el mayor número de problemas en el menor tiempo posible. Recuerdo que cuando comencé a trabajar con profesionales de mucho nivel a mí me parecían inalcanzables algunas de las destrezas que ellos desempeñaban con la habilidad de quienes han empleado bastante tiempo y concentración en lo que hacen; después poco a poco se fueron instaurando en mí las destrezas deseadas a base de una incesante práctica con la que una de las más importantes conclusiones es la de que lo sencillo siempre es un plus. Cuando uno es muy joven, y debido a esa misma inercia con la que tiende a comerse el mundo, tiende a lo barroco, a lo enrevesado, a rizar el rizo como quien trata de aprender a dibujar llenando láminas de trazos inconexos a sabiendas de que dispone de mucho tiempo por delante, de que se puede permitir el lujo de equivocarse; a medida que pasan los años esa tendencia se vuelve algo más pausada, como pensándose uno mejor en qué emplear las energías y los recursos de los que dispone, seleccionando las amistades y los lugares de encuentro, diciendo cada vez con más facilidad que no, prefiriendo estar sólo a mal acompañado. Ahora que trabajo con jóvenes en ciernes de ser grandes profesionales, preciosos diamantes en bruto, me doy cuenta de lo que ha cambiado la vida, de la diferencia generacional en las inquietudes, en la forma de manifestarse, de comunicarse, en la manera en la que estos chicos afrontan su porvenir, en lo que más les interesa, en lo que para ellos supone un descubrimiento y en lo que no reparan porque les parece obsoleto. Si mantiene uno su capacidad de escucha activa con quienes vienen detrás, y pegando fuerte, no sólo aprende mucho sino que se encuentra con la satisfacción de formar parte de un grupo en el que a priori no tiene un hueco más allá de su labor docente; me refiero a lo que significa poder compartir horas de trabajo y de entusiasmo con personas que todavía no se hacen una idea de lo que les espera, del manantial de anécdotas que les aguardan, del cúmulo de conocimientos que paulatinamente pasarán a formar parte de su haber; y es en esa convivencia en la que uno se basa para agarrarse al presente disfrazándose de estudiante, resistiéndose a muchas formalidades, disfrutando del agua fresca del divino tesoro de ver las cosas con una perspectiva a la que le ha llegado aquel momento que parecía tan lejano.



2 comentarios:

  1. Que bonito es verles herrar y aprender,verles mirar la vida con ojos nuevos y disfrutar.¡Que suerte la nuestra...!
    Un abrazo contagiado!!

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    1. Se siente uno en los eternos veinticinco con esa perspectiva, y con la suerte de antes haberse equivocado muchas veces.

      Mil abrazos.

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