martes, 25 de abril de 2017

Civismo


Resultado de imagen de civismo

Me comenta Madame Bisilabé, cuando me quejo de los problemas de civismo con los que convivimos a diario, que hay cambios, que avanzamos, que muy lentamente pero que al fin y al cabo avanzamos; que para que se generen ciertos giros en nuestro comportamiento se necesita mucho tiempo, tanto que seguramente nosotros ya no estemos aquí cuando algunas de esas deseables transformaciones se produzcan. El ejemplo que pone es el de que hace veinte años a nadie se le ocurría recoger los excrementos que su perro acababa de esparcir en mitad de la calle, y que ahora hay muchas personas que lo hacen; también que por otro lado parecía que no iba a llegar nunca el día en el que los varones empujaran los carritos de sus bebés con toda naturalidad, contribuyendo además en muchas tareas domésticas a las que parece que les ha llegado ya el momento de un más equitativo reparto facilitando así las relaciones y colaborando en la creación de un entorno mejor, más fructífero, más compensado y sano, con visos de hogar en el que poder mantener una estabilidad apropiada para el desarrollo de una familia. Es cierto que se han ido produciendo variaciones, no digo que no, solo que me da la sensación de que no hay una relación directa entre el número de ellas y el momento de la historia en el que estamos: en pleno siglo XXI. No se me pasa por alto la admiración que se merece todo lo que tenemos y que por desgracia no es frecuente en muchas partes del mundo; de hecho también creo que no somos conscientes de la cantidad de beneficios de la que gozamos, de muchos derechos y seguridades que sin ir más lejos en Norteamérica son impensables sin una tarjeta de crédito en la mano, y que aquí parece como si estuviésemos pensando que han caído del cielo, sin reparar en el cúmulo de esfuerzos que durante siglos han sido necesarios para que ahora podamos hacer uso de una cierta dignidad que, paradojicamente, de tan acostumbrados a ella como estamos no nos paramos a pensar en el privilegio que supone tenerla. De lo que yo me quejo es de que confundimos la modernidad con una especie de saco en el que cabe todo impulsados por una dañina sobrecarga de estímulos, con las consecuentes faltas de atención a lo que a la educación se refiere, al respeto hacia los demás, sin que se nos ocurra que el progreso necesita del respaldo de nuestros esfuerzos de adaptación y de nuestro reconocimiento de que hay que aprender a hacer las cosas y a ser conscientes de que somos nosotros los encargados de que todo fluya si queremos vivir mejor. La modernidad necesita más de nuestros valores personales que del cuento chino de hacerle selfies al ombligo a base de fotos que mostrar en las redes sociales. Estamos al mismo tiempo necesitados de una buena dosis de auto crítica y de discernimiento en cuanto a qué y qué no es lo que nos conviene antes de dejarnos llevar por la impulsiva marea de las imposiciones en forma de entretenimientos y modas de tres al cuarto. De lo que yo me quejo es de que hoy en día lo común es no percatarse de que hay una persona mayor de pie en el autobús a la que, por cortesía y delicadeza, e insisto por educación, hay que cederle el asiento; me quejo de que andamos invadiendo la acera y nos da igual quien venga de frente y lo cargado que venga, la edad de esa persona y sus facultades físicas; que en los contenedores de reciclaje de residuos se mezclen basuras de todo tipo a diestro y siniestro; que el gesto de tirar una colilla al suelo mientras cenamos en una terraza al exterior anteceda al planteamiento de por favor pedir que nos concedan un cenicero; que demos portazos y hablemos a voces y corramos muebles y pongamos música a todo volumen como si estuviésemos sólos en esta jungla de locos en la que una especie de horror silentis nos amenazara como otra más de las endémicas enfermedades que hacen que nuestras conductas desemboquen en una recalcitrante falta de empatía; que las señales de tráfico y los pasos de cebra parezcan accesorios decorativos de un arte urbano encargado de rellenar el vacío de las calles y de formar parte de un juego cuyas reglas se basan en la destreza por saltarse las normas a nuestro antojo; que a nadie se le ocurra poner en su sitio cualquier producto que se haya caído de la estantería de un supermercado; que se empleé el tuteo a las primeras de cambio como si eso supusiese una cercanía con la que comunicarnos mejor porque llamar de usted a alguien parece que fuese una costumbre medieval que conviene desterrar lo antes posible; que se hable mucho de libertad tratando de convencer al personal de que ésta se encuentra en un torrente de gazmoñerías y futilidades que ponen los pelos de punta, y no en el conocimiento, en la cultura y en una serie de valores que harán del hombre un ser más proclive a la consideración para con el prójimo y su hábitat; de eso es de lo que yo me quejo.


2 comentarios:

  1. Yo también me quejo de muchas de las cosas que comentar, Clochard.
    Falta mucha conciencia cívica en España, mucha.
    Salu2.
    (Seguiré leyéndote cuando pueda)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Este asunto tiene mucha tela que cortar; los unos por los otros y la casa sin barrer.

      Salud, Dyhego.

      Eliminar