jueves, 13 de abril de 2017

Confesiones


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Dentro del ámbito de la escritura se genera el siguiente interesante debate: ¿Hasta qué punto el escritor, en su afán por desnudarse, debe hablar sobre sus problemas personales en primera persona o conviene en cambio que haga uso de los materiales que originaron sus traumas poniéndolos en boca de algún personaje inventado, de un alter ego que protagonice dichas desventuras? Escribir en primera persona, quedando claro que es el propio escritor quien siente y padece y trata de resarcirse de sus remordimientos de conciencia basados en problemas personales con quienes han formado parte de su vida, es un gesto que para mí siempre había sido de valentía incluso sin que fuera necesario que dichos acontecimientos formaran parte de un libro de confesiones ni de memorias, es decir integrados en la composición de una novela, un gesto que he admirado profundamente y ante el que yo tendría que pensármelo mucho. De hecho he leído en alguna ocasión, de parte de alguno de mis referentes literarios, que tomar esa decisión ha sido uno de los momentos clave de su obra, como si a partir de ahí se generase una con anterioridad inexistente confianza en ellos mismos, como si a partir de ese tirar del hilo de las vivencias personales la pulsión de la escritura fuese tomando una fuerza autónoma de tal calibre que la determinación con la que se lleva a cabo el acto de la creación es tan poderosa que se empieza a hacer uso con plena libertad del tantas veces buscado y no encontrado estilo con el que sueña todo escritor: su estilo; o al menos sentirse liberados de una fuerza interior que hasta el momento les imposibilitaba de poder contar otras historias, como si una vez que la deuda haya sido saldada en forma de confesión se abrieran otros caminos con ganas de ser explorados desde hacía mucho tiempo. Pero una cosa es que lo que uno haya vivido sea la fuente de datos de la ficción y otra que uno dé pelos y señales de cuanto le ocurrió en una relación personal que, por otro lado, mete a una tercera persona por medio. Puede, por contra,que estos autores no encuentren otra salida, que su timidez o su ineptitud para enfrentarse cara a cara con quienes sufrieron las consecuencias de los lodos del pasado les hayan llevado a testimoniarlo por escrito y ya está. ¿le interesa al lector saber que el autor se portó muy mal en su anterior matrimonio, que no cumplió con sus obligaciones como padre, que se desentendió de la familia para coger un tren e irse a Estocolmo a vivir con intensidad durante un par de días el ambiente que necesitaba para no ser un intruso en el mundo de la ficción que estaba escribiendo en ese momento? Hay disparidad de opiniones; para mí hasta ahora era, insisto, una señal de valentía con la que se abren de par en par las puertas de la transparencia, pero después de una conversación mantenida con Blimunda a cerca de esto, de hasta qué punto ese tipo de datos corresponden a lo extrictamente privado o se puede recurrir a ellos para publicarlos a los cuatro vientos, he ido acercándome hacia la reflexión en torno a ello, y ya no lo tengo tan claro. Una de las mejores cosas que tiene contar con personas que saben conversar es que se puede aprender mucho no solo de cuanto se esté hablando sino de uno mismo, hasta el punto de que se plantea uno cuestiones que antes daba por establecidas, y ahí, fuera del estado de confort de lo dado por hecho, hay muchas posibilidades para seguir creciendo.



2 comentarios:

  1. Clochard:
    ¿hasta qué punto las confesiones son fidedignas? ¿Se cuenta todo? Por muy cruel y honrado que uno sea consigo mismo, ¿se confiesa absolutamente todo?
    Aunque el escritor "maquille" u "olvide" lo que no le interese, no deja de resultar interesante conocer las dichas y desdichas de la gente que nos interesa, sean escritores, pintores, etc.
    A veces, mejor no haber conocido ciertos detalles (me contaron una anécdota de Cela absolutamente asquerosa). A veces esa "sinceridad" puede ser contraproducente.
    Las andanzas de cada persona pueden llegar a ser todas interesantes si se cuentan de forma adecuada. Todo es novelable.
    Hay otro aspecto interesante, el que apunta Blimunda: ¿hasta qué punto tiene uno derecho a contar intimidades de otra persona? Dicen que hay un programa en el que los intervinientes cuentan con pelos y señales las relaciones sexuales tenidas con parejas anteriores. Es asqueroso, la verdad.
    También hay otros recursos: desfigurar la historia quitando y añadiendo para camuflar la identidad de las personas (como en las películas: basada en hechos reales).
    En fin, recursos tiene el escritor.
    Salu2.

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    1. Interesantes reflexiones las tuyas, Dyhego. Se trata de un controvertido debate que me gustaría tener con quienes se dedican al oficio de escribir.

      Salud.

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