viernes, 21 de abril de 2017

El hombre que escribe novelas


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Hay ciertos autores de los que he escuchado hablar mucho pero a los que aún no les he dedicado el tiempo que me gustaría, de los que a penas he leído un par de obras pero a los que les tengo ese tipo de estima construida a base de la confianza que deposito en el criterio de quienes me los recomiendan. Con la lectura conviene ser plural, leer a cuantos más escritores mejor, y si es posible a más de uno de ellos al mismo tiempo; de esa forma nos daremos cuenta de hasta qué punto todo tiene relación: tanto nuestras vivencias con lo que aparece en los libros así como las conexiones existentes entre unas obras y otras independientemente de la época a la que pertenezcan. Por momentos siento la tentación, cada vez que estoy en una librería, de acabar llevándome algunos libros con los que no contaba antes de entrar, esos que lo encuentran a uno en su otear las estanterías con ese característico afán que tenemos los lectores por explorar en un raudo vistazo los lomos de los volúmenes alineados sobre las repisas solamente por el gusto de rastrear los nombres de los escritores y la musicalidad de los títulos; algo así me sucede con Haruki Murakami, leo su nombre y noto una predisposición instintiva a coger un ejemplar aunque finalmente no me decida, como si le estuviese reservando uno de esos períodos en los que se leen varios textos seguidos del mismo novelista. Con Murakami, además de la actual, tan sólo he tenido otra toma de contacto, fue el pasado verano, leí Kafka en la orilla y tuve la impresión de encontrarme ante un escritor con un mundo propio inagotable, que mezcla la realidad con la fantasía en un juego en el que entran a formar parte el Jazz, los gatos, el amor, los sueños, la gastronomía, los más curiosos personajes y las más singulares de las situaciones cuyos lazos van uniéndolo todo como en esos dibujos de Escher en los que se les da sentido a la participación de las diferentes perspectivas. Es curioso, pero debe haber un cierto celo por parte de los lectores a la hora de desprenderse de las obras de Murakami: en la librería de saldo que visito casi a diario todavía no he visto ningún ejemplar suyo, y mira que ha escrito, y mira que ha vendido. Ahora gozo de tener entre mis manos su última obra, De qué hablo cuando hablo de escribir, en la que en un tono entre confesional y ensayístico se exponen las reglas de su disciplina, sus ideas en torno al mundo actual, su opinión con respecto al sistema educativo japonés, su manera de trabajar, sus hábitos creativos, lo importante que considera estar en buena forma física para trabajar al ritmo que él prefiere, su rigor en la continua relectura y corrección, su desinterés por los premios, su gusto por las historias de largo recorrido, cómo fueron sus comienzos y cómo se ha ido desarrollando su oficio a lo largo de los treinta años que lleva escribiendo diez páginas diarias, en un formato específico sobre el que en japonés va dibujando esos caracteres que tanto me recuerdan a una grafía salida como de un cuento en el que las matemáticas fuesen la base de la etimología. A medida que avanza la lectura va quedando cada vez más claro su predilección por escribir historias muchas de las cuales empieza sin saber ni cómo ni por dónde; eso si, el por qué es algo que llevaba mucho tiempo en su cabeza, en uno de esos compartimentos de su genial memoria encargados de ir recopilando todo tipo de datos, de ademanes, de impresiones, gestos, anécdotas, fotogramas de todo cuanto abarca su vista, datos que se encargarán de volver a confirmar que Haruki Murakami es un hombre que ha nacido para escribir novelas, sin haber aceptado nunca hacerlo por encargo. ¡Bravo!



2 comentarios:

  1. Me alegra saber que te ha gustado lo que has leído de Murakami.
    A mí me fascina.
    A veces parece un cocinero: utiliza los mismos ingredientes pero siempre le sale una comida distinta, especial, sabrosa, nutritiva.
    Seguro que te vendrá bien el último ensayo si te decides a lanzarte a tu novela.
    ¡Mucho ánimo, Clochard!

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