lunes, 7 de agosto de 2017

Diario de agosto II


Resultado de imagen de melancolía

Me despierto comprobando cómo inunda la luz el estudio en el que vivo; ayer retiré todas las cortinas y el efecto de esta mañana ha sido como una de esas vigilias que te hacen dudar del sitio en el que estás pareciéndote que acabas de entrar en él. Estos cuantos metros cuadrados, cuya puerta hace ahora dos años abrí por primera vez, una tarde en la que como en un espejismo vi lo poco que necesito puesto en su sitio, son mi patria más cercana; aquí me caliento el tarro y le doy color a las láminas del psicodrama.
Cómo pasa el tiempo; anda el concepto Tiempo detrás de mí más de lo habitual en estos días. El último síntoma de mi degeneración ha sido que esta mañana he echado en falta el reloj. Santana de fondo junto con una taza de café y un cigarrillo son ya un motivo para sentarse a escribir, para quitarle las telarañas a las tribulaciones. El humo del tabaco y sus musas decorando la perspectiva del vistazo sobre las aspas del ventilador en forma de tenue penumbra, aportándole un toque esponjoso a la contemplación, a este ensimismamiento en mí mismo que me trae por la calle de la amargura, ocupa su lugar entre el romanticismo y la tristeza; de todo tiene que haber para que el aprecio a lo por venir sea la mejor versión de lo que se ha perdido.
Últimamente noto como si se hubiera apoderado de mí una cierta tendencia a la desidia, a la vagancia extrema; a penas tengo fuerzas para poner en orden alguna nota y para salir a la calle a ver si encuentro algo que apuntar mientras bebo cerveza y escucho música con los cascos puestos, a lo mío, sin más interés que el de la libertad, escabulléndome de la ansiedad y del aburrimiento, engañando al fracaso moviendo las palabras de sitio, tachando, dibujando flechas y símbolos para no perderme, boyas en el mar de la inseguridad. Me siento perdido, ido, confuso, irresponsable, destartalado. Cuánto desorden. Tenía pensado dedicarle este mes de agosto al borrador de algo que hacía meses que me rondaba la cabeza, algo referente a mi oficio, pero he llegado a la conclusión de que no es lo que me pide el cuerpo, que cada vez que me pongo a pensar en ello me sabe a vino que necesitase de más crianza; y lo dejo ahí, por los aires del subconsciente a la espera del toctoc que venga a decirme que ha llegado el momento de ponerse manos a la obra. Cuántas dudas. Al cuerpo hay que hacerle caso. El cuerpo y el pensamiento, binomios que han de entenderse para dar un paso al frente. De momento es La Ciudad la protagonista, y una melancolía a la que hay que decirle basta; hasta cuándo.
Sondeo los libros de los que dispongo y sale a mi encuentro el Libro del desasosiego. No sé si estoy preparado para meterme de lleno en la voz de Pessoa, pero hay en él algo que me llama; es uno de esos libros/torrente/autores que he ido leyendo muy desordenadamente a la par que he ido trazando una especie de rayuela lectora, abriendo por aquí o por allá, dejando que juegue su papel el azar, sobre algunos de sus libros de poemas y sobre esta biblia de la reflexión interna. El respeto que le tengo a algunos libros está muy cerca del miedo a salir de ellos cambiado, alterado, perturbado, mediante esa desconocida forma que me de con la verdad en las narices. Wake up and walk/ Wake up and read. La lectura es una relación en la que hay que ejercer una cierta dosis de irreverencia para mantenerse a salvo de las profundidades de las mentes más agudas, saboreándola.

2 comentarios:

  1. Ahora mismo estoy enfrascado en la lectura de "Los miserables". Me está gustando mucho, aunque me sobran muchas de las descripciones.

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