jueves, 31 de agosto de 2017

Diccionarios


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No deja de sorprenderse uno de la inmensidad de nuestra lengua, de la cantidad de palabras que tenemos, de las diferentes formas en las que se puede decir lo mismo. Cuando me pongo a escribir suelo abrir un diccionario para buscar en él tanto los sinónimos que no me hagan caer en la reiteración de un vocablo así como el significado de ese término que puede traicionar el mensaje; la consulta ortográfica ocupa también un lugar importante. Una palabra mal colocada puede dar al traste con la intención de lo que se quiere decir, tergiversando así el contexto o cayendo en el vacío de la confusión que deviene en duda y en aburrimiento, y en ese peligroso trance de la escritura que consiste en irse por las ramas. Los diccionarios son el cosmos de la semántica, el mundo en el que se encuentra la explicación de los conceptos y la razón de ser de la etimología. Descubrir la procedencia de una palabra nadando en el mar de la etimología es un acto que tiene algo de apasionante porque en dicho hallazgo descubrimos parte de nuestra historia, de lo que nos ha llevado a que las cosas se digan de una determinada manera. La filosofía del lenguaje, el por qué hablamos y escribimos así, define el pensamiento de una sociedad, su arquitectura mental, la razón de ser de su vehículo de comunicación. Muchas veces me he preguntado cómo se ha ido, a lo largo de los tiempos, formando la articulación de los diferente sonidos a partir de los cuales el ser humano ha hecho posible que se vayan sentando las bases del entendimiento, ese llamar a las cosas por su nombre. Fijar las sílabas que definen la presencia de un objeto, a nivel fonético, debió de ser una ardua tarea que llevó implícito en nuestros antecesores el esfuerzo de tener que ponerse de acuerdo para que la emisión de un mensaje tuviese la consistencia tanto de la comprensión como de la credibilidad. La aparición de la grafía, del dibujo en el que se resume cada letra, hubo de ser del mismo modo otro acontecimiento que yo imagino de los más significativos de la historia; y después poner una detrás de otra para hacerlas concordar con las articulaciones que consuetudinariamente se habían memorizado. Sin ir más lejos esta mañana he estado tomando unas cervezas en La Academia y he solicitado la ayuda de un diccionario para ver cómo se escribe la palabra dislexia, término al que mentalmente siempre le pongo una errónea pe intercalada y una equis en el lugar que no corresponde, y al definitivamente aprender cual es la acepción correcta he vuelto a sentir la alegría del aprendizaje. Un diccionario es un edificio de una solidez tal que en él puede uno ir de una a otra de sus estancias como quien pasea por un infinito museo sin dejar de fascinarse por la riqueza de la lengua.

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