viernes, 22 de septiembre de 2017

Cobardía


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Me comenta un compañero del oficio que hace falta que se escriba algo a cerca de la vida de los camareros, pero algo sin lo que sea necesario dar a entender que uno se encuentra opinando, sin meterse en camisas de once varas. Hay que ver qué concepto de la literatura tienen quienes tienen muchas cosas que contar pero les da miedo a hacerlo en primera persona. Se nos está olvidando que una de las herramientas que tenemos de corregir el mundo es la literatura, que los buenos escritores se caracterizan por la libertad en contra del servilismo, y que con un alter ego bien nombrado puede uno tirar del hilo de la memoria y describir todo lo que le escueza por dentro y todo lo que más contento le ponga. Es curioso el retraimiento a la hora de formular opiniones a la que nos vemos expuestos hoy en día; nos envuelve un velo de miedo a perder lo que tenemos o a quedar mal con alguien, o a que se nos tome por lo que no queremos que nos tomen por el sencillo acto de decir lo que pensamos; de ahí el hilvanado de muchas respuestas poliédricas y binarias, de muchos discursos plagados de eufemismos con los que no dejamos de adensar la mermelada de una dialéctica para besugos, del tira y afloja del eterno retorno al deseado punto de partida de una concordia confundida con entendimiento. Resulta de un aburrimiento interminable el hecho de que pronunciarse pueda salir caro, motivo por el que lo mejor es pensar que la virgencita nos deje como estamos, eso si sin dejar de hablar por los pasillos ni de murmurar en mezquinos conciliábulos autocomplaciéndonos de contar con personas a las que les va la cuerda del cotilleo tanto como para sentirnos acompañandos en el camino de la mediocridad que tanto nos satisface. Es un lío. Por otro lado, cada vez que uno se dispone a abordar un tema concatenando ideas y tratando de poner un método en marcha, ante esa serie de ocurrencias nos encontramos con el típico interlocutor que viene a aconsejarnos que no nos estresemos, que la vida hay que tomársela con calma, cuando precisamente es la calma lo que caracteriza a quienes la utilizan para que aflore el pasto del pensamiento en sus cerebros; o sea que se tergiversa la razón de las ganas con una especie de presión a la que se ven sometidos quienes prefieren no calentarse la cabeza con disquisiciones y análisis entendidos como un ataque. Lo peor de todo esto es que al final quienes se aprovechan del discurso creativo y sincero de los que apuestan por la transparencia son aquellos que han estado mucho tiempo callados y como a la espera de que alguien viniera a poner la primera piedra del edificio del progreso; suele corresponder este modelo con el de quienes están deseosos de salir en la foto, los típicos elementos que hacen suyas las propuestas de los demás. En el terreno laboral muchos silencios son el indicio del cultivo del oportunismo. Dejar que los demás arriesguen viendo venir los resultados para después tomar una u otra posición es un claro síntoma de cobardía.




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