jueves, 7 de septiembre de 2017

La naturaleza del entorno


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Hay lugares de cuyo recuerdo ostentamos en nuestra memoria las imágenes grabadas de mucho de lo bueno que nos han ido pasando en la vida, como si el aura de su duende hubiera estado ya predispuesto al acontecimiento de un grado de íntimo confort y desarrollo personal a partir del momento que pusimos un pie en ellos. Sucede con ciertas calles o viviendas o pueblos o ciudades, que la impresión que a primera vista recibimos de ellos es la lanzadera de futuros sucesos que comienzan en el mismo acto de su contemplación, envolviéndonos en la seguridad de la pertenencia, de la afiliación a una atmósfera proclive para desplegarnos a nuestras anchas física, química y psíquicamente. Cada vez estoy más convencido de la relación que todo tiene con todo, de que no hay nada que pueda ser desechado en el plano general de la realidad ni en el devenir de la historia de la que cada uno de nuestros actos forma parte; se trata de una suerte de vasos comunicantes que va enlazando cuanto nos rodea con el impulso creativo de nuestra existencia, haciéndonos con ello ser indiscutibles partícipes del cosmos desde el primero hasta el último de sus átomos. Esa emoción percibida nada más abrir la puerta de una casa y notar que algo nos llama es comparable al comienzo de una lectura de la que desde su primera frase sabemos que seremos sujeto de la mágica absorción de la correspondencia, estableciéndose así un vínculo que trasciende al aprendizaje llegando a la relación directa con nuestro fuero más interno. Hacer un esfuerzo por alcanzar la máxima del templo de Apolo en Delfos, Conócete a ti mismo, acarrea el beneficio de la inmediata identidad con muchas de las aparentemente superfluas cosas que con frecuencia aparecen delante de nuestros ojos, a pesar de lo desapercibidas que puedan pasar en ese continuo vaivén de la irrefrenable acción de las obligaciones digestivas. Mediante las situaciones más insignificantes nos inmiscuimos en el lenguaje del alma a través del subconsciente, en esa sana querencia a querer descubrirnos sin saber que lo estamos haciendo. Sólo cuando nos paramos a pensar en la importancia que tienen los más mínimos gestos alcanzamos a discernir entre lo que suponen  materiales de gran valor para el espíritu y los que se abigarran condensando la espuma del cerebro aturdiendo nuestros cinco sentidos. La naturaleza del entorno está ahí para que hagamos uso de ella como lienzo en blanco de nuestros propósitos de índole más humanos, aproximándonos al objetivo de ser quienes somos compartiéndolo con ese Todo cuya belleza puede ser encontrada en el leve resquicio por el que se cuela una mirada o una letra, un rayo de luz o una dibujada nube en el firmamento a la que le damos forma de algo conocido; es entonces cuando nos sentimos ser, respirar, habitar, estar, pensar, haciendo uso de nuestra libertad, de nuestra verdadera libertad.

2 comentarios:

  1. Intentamos apropiarnos, aunque sea sentimentalmente, de todo: de aquel banco donde uno dio el primer beso, aquella ciudad donde uno pasó buenos momentos, etc.
    Salu2, Clochard.

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  2. Somos todo lo que nos ha ido sucediendo; somos memoria y experiencia, y de nuestra destreza depende hacer buen uso de esos materiales.

    Salud, Dyhego.

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