jueves, 14 de septiembre de 2017

Mandados a distancia


Resultado de imagen de manipulación

Si nos planteásemos hasta qué punto afecta cualquiera de nuestros movimientos y decisiones a los demás, estaríamos más al tanto de la naturaleza del ser humano, adquiriríamos más conocimiento de cuanto nos sucede y le sucede al resto, y tendríamos más posibilidades de actuar con libertad, con la debida libertad. A la libertad le pasa lo que le pasa a los proyectos, que no se puede llevar a cabo en solitario; se necesita de alguien para que nuestra libertad tenga sentido, de lo contrario se convierte en un continuo mirarse al ombligo, en una fabulación, en una empresa sin sentido de comunicación y falsamente creativa. Sabemos del mal porque conocemos el bien y viceversa. Voy paseando y no dejo de reparar en los movimientos de las personas con las que me cruzo por la calle, en sus miradas, y me pregunto cómo ha sido posible llegar a este punto de desorientación, a este olvido sobre quien tenemos enfrente, y la única respuesta que hallo es la de que la manipulación a la que estamos sometidos, desde la creación de tendencias hasta la implantación de una cultura de ficción con la que entretener al personal pasando por la veneración del dinero como único dios verdadero, ha sido el arma de los grandes capitanes que dirigen el mundo debatiéndose entre amigos y enemigos que han sabido muy bien tejer la tela de sus propios intereses a pesar de saber de las funestas consecuencias de desarrollo de esta civilización que está llegando a su final. La fuerza con la que se ha desembocado en la crisis de valores es avasalladora, nos ha convertido en seres inapetentes de ciencia y en perseguidores de poder, enquistándosenos el virus de la vanidad hasta los huesos. La incertidumbre es la moneda de cambio sobre la que se sostiene la realidad; el hecho de que existan una bomba atómica preparada para ser lanzada en el momento menos pensado es ya un fiel indicativo de esa permanente sospecha de que hay algo que nos acecha y no sabemos por dónde nos puede venir, pero parece como si no pensásemos en ello de tan evidente que es. Cada cual hace su vida lo mejor que puede; a la vida le pasa lo que le pasa al arte, que uno hace las cosas lo mejor que puede y no lo mejor que sabe, solo que a ese hacerlo lo mejor que podemos se le están poniendo las insanas trabas de los condicionantes del miedo, de la duda y la inseguridad, de la sospecha y el desasosiego, amenizando por otro lado el cotarro con el cuento chino del espectáculo; tal vez por eso estamos en una etapa en la que es más necesario que nunca el espíritu crítico para tratar de discernir hasta dónde llegan nuestras aspiraciones de libertad y de qué manera podemos resolver el entuerto de nuestro entorno contribuyendo así a la mejora del círculo en el que se encuentran nuestras relaciones. Habitamos en nuestra mente y suponemos lo que piensan los demás, pero en ese suponer se abren tantas bifurcaciones que si tratamos de ser objetivos llegamos a la conclusión de que es algo así como matar moscas a cañonazos. La dispersión del pensamiento, que se fija en el océano de estímulos sobre el que se nos incita continuamente a nadar, deja desamparados los ángulos de la reflexión, porque esa receta está muy bien nutrida del azúcar de la falsa autodeterminación y conocimiento de nosotros mismos representada en los ansiados cuatro minutos de fama que pronosticaba Andy Wharhol; todo es apariencia dirigida, todo es un engaño disfrazado de seda. Parémonos a pensar en la insensibilidad generada a raíz de la saturación de imágenes cada vez más crueles que nos han hecho percibir la dantesca realidad de las guerras y los atentados, y así todo seguido hasta el final, con una espantosa naturalidad que nos aparta sin remedio del cabal análisis de unas circunstancias que de tan frecuentes han acabado formando parte de la información sin la que ya es impensable el día a día; nos sentimos informados cuando en realidad lo que estamos es amenazados, pero sin darnos cuenta de tan delante de nuestros ojos que se encuentra el desastre.

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