jueves, 28 de septiembre de 2017

Vocerío


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La calma es lo más difícil de mantener; ¿cómo callarse, mordiéndose uno la lengua mientras se lo piensa, ante una conducta réproba y locuaz a la que le salen los gritos por los sobacos? El vocerío me incomoda de tal manera que quiero salir, quiero correr, irme a otra parte, eso sí no sin antes haber dejado constancia de mi testimonio de vergüenza ajena para el que solo vale con un gesto. No aguanto a la gente que chilla, que se expresa con el atronador decibelio de su garganta diciendo pulmonías, gazmoñerías, insultos al intelecto. Ver cómo unos cuantos adultos se divierten sentados a una mesa a base de alaridos propios de almas en pena/ alegría confundida con depravación, beodos hasta la saciedad de esa forma tan ruin en la que consiste la vía de escape del consumo charlatán, es un espectáculo dantesco. Algunos salen de su casa y ancha es Castilla, parecen perros furiosos a los que les hubiesen quitado el bozal. El alarido es la firme prueba de la encrucijada mental, el signo revelador de la insatisfacción, el detonante de que venga otro alarido mayor a suplantarlo o a acompañarlo en el quite de la sinrazón dialéctica de la voz en alto como muestra de lo bajo que hemos caído. El grito en el estadio y en la plaza, en el Congreso y en el semáforo y en el bar, en la calle y en las casas en las que los niños crecen bajo el velo de la cultura del por mis cojones. El grito como medio de comunicación es la sustancia misma del fracaso, el ente reproductor de la contienda como mecanismo de defensa, el germen de la arrogancia y el desplante. El ruido y la furia de la voz en cuello, la perseverancia en querer llevar la razón ladrando, la impertinencia de ese estridente sonido, la contumacia de fealdad expuesta sobre el guión del vocerío perverso y sin domar, ineducado. Si quiere usted gritar váyase al campo y no moleste a los demás, haga el favor; si quiere usted gritar hágalo de felicidad previo convencimiento al resto de que merecerá la pena ser escuchado, y si hace falta le aplaudiremos, pero déjese de insensateces y de entonaciones malolientes a vino mal bebido. Qué no es para tanto, qué no hay que ponerse así, qué no pasa nada. Cómo. Miren ustedes, su ausencia será muy bien recibida a partir de ahora, pero antes, por favor, paguen la factura y aquí paz y después gloria. Y así fue.

2 comentarios:

  1. Clochard:
    cada vez soporto menos los gritos.
    Y lo curioso es que nadie reconoce que grita. En las clases, en los pasillos, en el patio, los alumnos gritan como descosidos y si les llamas la atención te dicen: pero si yo no grito o yo es que hablo así. Pero ni el más mínimo síntoma de rectificación.
    El otro día iba en el autobús, no demasiado lleno y, curiosamente, la gente iba bastante callada. Un tiarrón de veintilargos iba sentado con los pinganillos del móvil colocados en las orejas, recibió una llamada y se tiró la media hora larga de trayecto hablando como si tal cosa. Nos enteramos de todos los pormenores de la conversación. Y lo más curioso, es que no tenía el más mínimo pudor por mantener una conversación privada en secreto.
    En algunas ocasiones, procuro tomarme el bocadillo antes de que lleguen determinados compañeros al bar porque me aturden con sus gritos y su no dejar hablar a nadie.
    Un saludo.

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    1. Es impresionante la algarabía, el ruido, los alborotos, que somos capaces de formar sin darnos cuenta debido a lo acostumbrados que estamos, a lo poco que pensamos en el valor del silencio y del equilibrio que éste proporciona.

      Salud, Dyhego

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