lunes, 11 de diciembre de 2017

Diario de Diciembre XL



Resultado de imagen de melancolía

Quedé tan embobado y enfrascado de Noviembre que se me ha ido el santo al cielo, y acabo de corregirle el título a cuatro o cinco de las de este blog últimas entradas, somnolientas todavía bajo el influjo de ese mes tan hermoso, tan flor del torso del verano. Los olvidos dan pie a que se escriba sobre ellos, o sea que no nos olvidan, que están con nosotros. He visto unas imágenes en la tele del bar de La Plaza viniendo a decir que ya están  encareciendo los precios de los manjares más cotizados por Navidad; quien avisa no es traidor. En el cruce de caminos del final de La Calle he escuchado cómo un hombre le deía a un policía que, partiendo de la base de que él no es racista, se había percatado de la presencia de un negro con muy mala pinta en la Plaza Nueva; es obligatorio el punto y coma para pararse a pensar en lo que estaba pensando este señor. Cada tarde soy testigo del vuelo de un avión dibujando la perspectiva del horizonte a la altura de las nubes entre dos de los edificios del final de La Calle. Una cerveza le da a uno un empujón, un arranque, unas ganas de echar mano de la cámara de fotos. En el bar de La Plaza, lugar en el que no se puede consumir nada que proceda de afuera, me muero de ganas por comerme el cartucho de almendras que me has regalado. La FIFA debería otorgar el dichoso Balón de oro cada año a un jugador diferente, como se entrega un Cervantes o un Princesa de Asturias o un Nobel, no esta monserga de estrellas acostumbradas a que jueguen para ellos. Qué insustancial es nuestra presencia en el mundo y cómo nos ponemos. Sale la doce más uno, dice el cocinero en el pase; la superstición está entre nosotros, forma parte del traje de luces de la faena diaria. El ser más civilizado con el que me he encontrado hoy ha sido una joven oriental. Ya hay quien nutre sus conversaciones con lo que van a pedirle a los Reyes Magos. Si tú fueras mi tío ya te habría cambiado, le dice a un asiduo e impaciente cliente un camarero. La gracia de la impertinente pertinencia de La Ciudad es un arte al que se accede, o bien a través de una educación de un buen en si mismo entorno cargado de experiencia, o con muchos tiros dados y una paciencia de d/Duna. La melancolía toca el violín y el trombón, lo que le eches.

1 comentario:

  1. Noviembre no es precisamente uno de mis meses preferidos. Es un mes triste, apagado y sombrío.

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