domingo, 14 de enero de 2018

Diario de Enero XLVIII


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Si puede uno sacar algo en claro, de todo este concierto/desconcierto en el que se les está a los músicos oxidando el instrumento, es que la vida sigue y que por los pantanos de la mediocridad fluye la demagogia envasada al vacío y sin ser consciente de que en sus manos está cambiar de parámetro, cosa que, todos somos un poco de todo, se les nota mucho a los bocazas. El díme y el direte es una norma asumida; ya se sabe que las relaciones perturban; tenemos que asumir la chapuza. Veo en el Bar de La Plaza a bastante gente joven bajo el influjo del clasicismo indumentario de rigor, porque es tal o cual día. Lo poco que saca uno en claro es que continúan los mismos de siempre haciendo de las suyas para capitanear la nave de Este/Oeste Planeta Tierra tan a la deriva de lo que viene a suponerse algo digno de ser llamado terrestre, pleno de terroir y de raíces y de saber estar en compañía de lo que la Naturaleza otorgue; pero eso ya lo sabemos, sobre eso ya hemos hablado mucho o ni siquiera nos lo hemos planteado, he ahí el riesgo de la aglomeración. Nos queda Mozart y el silencio, nos queda lo que ha de venir y para lo que tenemos que estar preparados, nos queda eso y toda su belleza desparramada por el camino, por el moho de los adoquines y por el reflejo de los charcos, por las humedades de las tempestades y por los antibióticos que calientan los escalofríos, por las horas de sol y de sombra de los buenos y malos ratos. A veces pienso en la inmensa fortuna que supone no haber sufrido en mis carnes una guerra, de momento. Lo que importa son todas esas materias de la carrera de la vida en las que nos vemos obligados a renovar los créditos, queriendo saber más, por palurdos, por catetos, por pobres diablos, como pretendiendo encontrar mejor nuestro origen. La razón de ser de la moral es una de las capas de la cebolla que más lejos queda, junto a la de la esencia antes del súmmum, de lo que viene a ser el eje vertebrador a partir del cual actuamos de una manera y no de otra. Lo que importa es el ritmo, el sonido, el latido, el silencio, la mota de polvo, la letra, el bostezo, el comienzo, el instante preciso en el que algo cobra sentido. Hace un rato ha dejado de llover y me acabo de dar cuenta ahora, cuando me conmuevo con lo que percibo a través de la música clásica de los ruidos domésticos de la comunidad. Mañana será otro día.




2 comentarios:

  1. Y eso que era Mozart...a mí ha dado por Supertramp, los Bee Gees....cada loco con su tema.

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  2. Hay días en que no está uno para cabalgarlos, domarlos y llevarlos a donde queramos, Clochard.

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