miércoles, 9 de mayo de 2018

Migajas


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En una noticia aparecida antes de ayer en el diario El País se informa de la detención y posterior encarcelamiento de Ursula Haverbeck, la abuela nazi de 89 años que, unas veces en forma de cartas a los periódicos y otras en misivas a un alcalde, reiteradamente ha negado lo sucedido en Auschwitz, motivo por el que ya fue condenada hace dos años, aunque debido a que las sentencias fueron recurridas aún no había ingresado en prisión. Ursula Haverbeck defiende que "el Holocausto es la mayor mentira de la historia" y que los campos de concentración tan solo fueron campos de trabajo y nunca de exterminio. El caso de la abuela nazi me recuerda al del general Pinochet, que anduvo de rositas riéndose del mundo entero hasta que se topó con la valentía y las agallas de un juez dispuesto a hacerle rendir cuentas, un juez dispuesto a que las aberraciones sucedidas en Chile no cayesen en el saco roto del olvido; un juez por un lado dispuesto a que quienes sufrieron el martirio del asesinato y la tortura pensaran que aún se podía tener fe en la justicia, y por otro a que quienes no vivimos aquella masacre tuviésemos constancia del sentido de la probidad jurídica y de la importancia de la conciencia histórica, tan válida para no caer en los mismos errores; un juez como Baltasar Garzón al que ya sabemos cómo le ha ido por llamar al pan, pan y al vino, vino; Pinochet fue repatriado a su país por considerar Jack Straw, entonces ministro de interior británico, que el estado de salud del dictador no era el indicado para ser juzgado, con lo cual, y a pesar de todo, murió sin castigo. Leo la noticia de la abuela nazi y siento que esa falta de objetividad, ese ver y no mirar, se encuentra, en potencia, en la incoherencia de quienes toman el relevo de las principales formaciones políticas del plantel actual, y en los nuevos jueces que no se atreven a aplicar la ley con la deseada equidad que ponga las cosas en su sitio; o sea que aún estamos a tiempo de ver cómo alguien sale en defensa de Ursula Haverbeck haciéndole escapar por la tangente trazada por el tejemaneje, el chanchullo y la inmoralidad. Todavía hoy son legalizados partidos de rotundo carácter nazi no sólo en Alemania sino en toda Europa; todavía hoy nos hacen creer que el rey va vestido, y quienes se atreven a afirmar lo contrario son tachados de locos o de aguafiestas; todavía hoy los partidos políticos que se jactan de enarbolar la bandera de la democracia siguen consintiendo la corrupción en sus filas; todavía hoy, o más que nunca, se camufla la verdad de los hechos con cortinas de humo en forma de noticias secundarias presentadas como cobardes justificaciones; todavía hoy la Omertá es el caldo de cultivo que cala hasta las más profundas raíces de una ciudadanía sobornada a cambio de las sobrantes migajas del banquete de los grandes capitanes al mando de las sectas que sin escrúpulos gobiernan, hacen y deshacen  y les importa un pimiento que al día siguiente de haberse muerto ellos se funda la tierra. Lo de la abuela nazi, como todo lo concerniente a los estomagantes protagonistas de las noticias con las que parece que se va arreglando algo cada vez que se nos da a entender que se actúa con justicia, es tan solo la punta del iceberg de la mugre congelada que con su peso entierra a la verdad, migajas con las que se nos pretende dar a entender que vamos por el buen camino.

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